Mi tendencia irrefrenada (más que irrefrenable) al empleo de la hipérbole, ese dejarme llevar por el entusiasmo de la evidente excelencia conmovedora (para mí, claro, ¿para quién si no?), es la razón de que en esta revista muchas obras de arte (series, películas, libros, discos, cómics) hayan sido agraciadas (por mí, hablo ahora de mis artículos exclusivamente) con la categoría de obra maestra.
Escribo enseguida sobre todas esas
creaciones, pero antes, quiero que leas algo que escribí hace algún tiempo
acerca de lo que es una OBRA MAESTRA.
Una obra maestra, sueño a sabiendas con ella, y ella es esplendor de bosque, es la voz de mi tenaz querer ser. Ella es una obra maestra, para mí lo es, para mí su sonrisa es el mundo, para mí su ámbito es el tiempo. Que es una obra maestra no admite discusión, está más allá del límite entre el bien y lo mejor está flotando en mis venas porque es una obra maestra. Brillante arquitectura esculpida, una hermosa pintura de las cavernas, ella es la canción de mi vida.
Bueno, no te quiero confundir, en realidad ahí de quien hablaba ahí era de la mujer que amo, Marga. Vamos a lo que vamos... Solamente una advertencia, en Insurrección hablo de algunas obras maestras (sin usar esa expresión) además de las que vienen a continuación. La serie española de televisión Poquita fe, sin ir más lejos.
Me preguntaron en una ocasión qué libro me hubiera gustado publicar como editor y por qué. Contesté que Stoner, la novela de 1965 de John Williams, o Postguerra, el ensayo historiográfico, el maravilloso libro de Historia escrito en 2005 por Tony Judt. Porque son dos obras maestras que mejoran el mundo. Con ellos comienza esta reflexión sobre obras de arte a las que merece (mucho) la pena acercarse.
De 1966 es el elepé Revolver, que sirve para que The Beatles aparezcan por aquí por vez primera. Que un año después sacaron el Sgt. Pepper’s, cuando The Beach Boys ponían ante el mundo su Pet sounds.
Siempre había leído que uno de los
paradigmas de lo que hay que considerar, literariamente, una obra maestra es la
novela Cien años de soledad,
de Gabriel García Márquez (publicada
en 1967). Ahora ya no es una opinión tan generalizada.
Aquí, en mi país, ese mismo año de
1967 Maryní Callejo estaba detrás de los
primeros discos de Juan y Junior
(que incluían esas obras maestras de la música pop que son las canciones Nos
falta fe y La caza).
Vuelvo a los libros: Matadero 5,
la novela de Kurt Vonnegut de 1969,
es un disparo silencioso sobre nuestra conciencia de Homo sapiens, un disparo necesario. Conmovedor.
Y American tune
(1973), la canción de Paul Simon, es
un auténtico monumento sonoro, una obra cumbre musical.
Claro que si hablamos de obras
cumbres musicales, ahí está David Bowie:
lo son sus elepé Hunky dory (1971), The rise and fall of Ziggy Stardust and The
Spiders from Mars (1972), Aladdin
Sane (1973), Diamond dogs (1974),
Station to station (1976), Low y Heroes (ambos de 1977), Lodger
(1979), Scary monsters (1980) y Let’s dance (1983).
Como lo es, una cumbre musical, esa
maravilla portentosa de Stevie Wonder
titulada Songs in the key of
life, aparecida en 1976: aquel inolvidable disco doble
(triple, en realidad eran dos elepés y un extended play) es el primer álbum
musical que me pareció una obra maestra.
Leí tarde la excelente novela Días de llamas, a la que la escritora Carmen Martín Gaite consideró el año de su publicación, 1979, una obra literaria “excepcional” y un “prodigio inesperado”, catalogando a su autor, José María Pérez Prat (que firmaba sus pocos títulos con el nombre de Juan Iturralde) como “un maestro”. Cuando escribí sobre ella llamé a mi artículo ‘Días de llamas, el pequeño prodigio literario oculto sobre la Guerra Civil’.
No me muevo de año. Me gusta
tantísimo una canción de The Jam que
creé aquí un artículo al que llamé ‘¿Es Going underground
la mejor canción (pop) de todos los tiempos?’ Les propuse a
unos amigos que escribieran conmigo sobre aquella joya también de 1979 y quedó
algo muy bonito.
De 1975, cuatro años anterior, es uno
de los mejores libros escritos en español jamás, Mortal y rosa, de Francisco
Umbral, ese poemario que no está hecho de versos, sino del profundo alma real e indiscutible
de lo que venimos llamando poesía desde hace siglos.
Regreso a la música. Siempre tengo veinte años cuando escucho a La Granja.
Recuerdo perfectamente cuando compré el vinilo recién aparecido de Azul eléctrica emoción, su tercer
álbum, uno de los mejores discos de música (pop) española de todos los tiempos,
a mis veintiséis años, era 1989.
Seguimos en ese mismo año. La ciudad
inglesa de Mánchester pareciera ser la capital del mundo de la música (pop). El
resto del planeta comienza a conocer otra de esas obras maestras con forma de
canción salidas de la que fuera casi dos siglos atrás el centro neurálgico de
la Revolución Industrial: se titula I wanna be adored
y la canta la banda The Stone Roses
abriendo su primer álbum de igual nombre (The
Stone Roses), aquella joya eterna que todavía es capaz de conmoverme tantos
años después.
Cuatro años antes, en 1985, el grupo
estadounidense Talking Heads incluyó
la majestuosa canción Road to nowhere
para cerrar su sexto elepé, Little
creatures, otra de las joyas de aquel grupo magnífico. Su compositor, el
líder y cantante del grupo, David Byrne,
explicó siete años más tarde que lo que pretendía era “escribir una canción que
presentara una visión resignada, incluso alegre, del fin del mundo”.
La estupenda canción Camino Soria, con sus poco más
de seis minutos, fueron la cara A del segundo single extraído del álbum
homónimo de Gabinete Caligari,
grabado en mayo de 1987, otro para el que parecería estar creada la expresión obra maestra.
[continuará…]

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