“Yo no escribo para nadie. Escribo porque no sé vivir sin escribir. Pero, claro, quizá todo lo escrito aspira secretamente a tener un lector. Así que es posible que escriba para nadie y para todos. En fin, la botella que el náufrago lanza al mar”. Eso ha dicho recientemente el gran escritor español Luis Landero. ¿Para qué o por qué escribía aquel otro grandioso escritor español que fue Francisco Umbral?
Acabo de ver un documental que me resistía a ver, precisamente porque lo protagonizaba él, Umbral, un autor del que cuanto leí (que no fue mucho, que no ha sido mucho) me gustó, e incluso en algún caso (la inmortal obra de arte literario que es Mortal y rosa, ese poemario que no está hecho de versos, sino del profundo alma real e indiscutible de lo que venimos llamando poesía desde hace siglos) disfruté profundamente, pero a la vez un ser humano que por falta mía de voluntad, de afán, siempre me pareció un perfecto imbécil muy culto… pero imbécil. El documental, lo digo ya, se titula Anatomía de un dandy. Verlo lo he visto de casualidad, al zapear (algo que no hago casi nunca) y encontrarlo en la 2 de Televisión Española, y nos quedamos Marga y yo a verlo porque ella me insistió y porque mucha gente me había hablado maravillas de él. Del documental. También de Umbral.
Fue estrenado en 2020 y tiene
una duración muy cabal, perfecta: los míticos 90 minutos cinematográficos, la
hora y media exacta.
Anatomía de un dandy fue dirigido por Charlie
Arnaiz y Alberto Ortega, y escrito por Óscar García Blesa, Emilio González y
Álvaro Giménez Sarmiento. La voz (de Umbral) la puso Aitana Sánchez-Gijón, y el
protagonista absoluto es… Francisco Umbral. También interviene a menudo su
viuda María España Suárez, y escritores que le conocieron y trataron como Raúl
del Pozo, Juan Cruz, Manuel Jabois, Ángel Antonio Herrera o David Gistau,
además de otras personas vinculadas con el Umbral personaje o el Umbral cierto,
como el crítico Antonio Lucas, que dijo de Umbral que era “un escritor feroz,
inflamable, contagioso”.
Me gusta lo que leo en Filmaffinity
sobre el documental, a modo de sinopsis:
“Decía Francisco Umbral que él solo sabía escribir
memorias. Sin embargo, detrás del personaje creado por él mismo se encontraba
una vida llena de incógnitas que quedaron sin responder tras su muerte en 2007.
Los más de 10.000 artículos y casi 200 novelas escritas, que siempre tomaron
como referencia sus propias experiencias personales, no hicieron otra cosa que
fomentar el mito y el enigma del dandy”.
Sobre Anatomía de un dandy
escribió Javier Ocaña en El País que es una "excelente película que
logra algo complicado: adentrarse en el mito físico, en el divo; en su
formidable prosa. El ingente material está organizado a la perfección por los
directores, sin que nunca resulte compartimentado".
¿Para qué o por qué escribía Umbral? Para ser Francisco Umbral. Y a fe mía que lo consiguió. Ser Francisco Umbral. Tengo que leerle más. Recordarle me ha hecho mucho bien. (Aunque no creo que me lea su obra completa; la de Landero sí, de hecho, lo vengo haciendo: me he leído todos sus libros.)
Para finalizar… Leamos a
Umbral, cuando escribió el 16 de enero de 2000 en su columna diaria de El Mundo
aquel ‘Salinas, mortal y rosa’, donde explicaba el título de su obra maestra.
Es puro Umbral:
“La obra de Salinas es tan completa, cerrada y
perfecta que no hay por dónde entrarle. No presenta fisuras al biógrafo ni
adumbramientos al crítico.
Don Pedro Salinas nació en Madrid y es uno de los
pocos veintisietes que lleva don y no es andaluz. Juan Ramón, siempre piadoso,
definió así su poesía: “Labia, falsete y cornete”. Juan Ramón difamaba, claro,
pero estaba haciendo caricatura de una verdad. Pongamos el ejemplo más claro:
Salinas, el gran poeta amatorio del siglo, recurre
quizá con exceso a eso que pudiéramos llamar desdoblamiento. Desdobla a la
amada una y otra vez, como en un espejo, y así consigue efectos líricos y de
trascendencia. La amada y su espejo, la amada y su sombra, la amada y su ropa,
la amada y su ausencia, la amada y su presencia, etc. Casi siempre la amada es
doble y el juego de espejos se monta solo. Pero le diríamos a Juan Ramón que
eso lo hace él consigo mismo continuamente: el poeta y la amada, por herborizar
un ejemplo entre miles: “Qué extraños / los dos con nuestro instinto. / De
pronto, somos cuatro”. Salinas termina un libro con estos dos versos geniales:
“Esta corporeidad mortal y rosa / donde el amor inventa su infinito”.
Yo le robé a Salinas, a quien entonces leía mucho,
estos dos endecasílabos esenciales para titular un libro crucial, Mortal y
rosa. Cuando los del 27 eran una punta de señoritos vestidos de señoritos,
Juan Ramón iba con ellos y la niña de Salinas también. Esto era antes de la
labia, el falsete y el cornete. De pronto Solita Salinas, niña mitificada por
Juan Ramón, los metía a todos en el cine. Solita quería ver una de Shirley
Temple. Y toda la generación del 27 ocupaba una fila de butacas por capricho de
la niña.
Siglos más tarde conocía a Solita y Juan Marichal,
vueltos del exilio. Marichal es un gran especializado en Azaña escritor. Solita
es una señora con mucha finura y encanto. Algunas tardes se les ve por las
cafeterías del centro, merendando solos. Tienen mucho ambiente literario en
Madrid, pero siguen siendo suficientemente pareja como para salir solos a
merendar. Por otra parte, hace ya bastantes años que vinieron y siguen aquí
como de visita -les pasa a todos los del exilio-, como si no acabaran de
encontrar aquel Madrid suyo del Instituto Escuela y los Giner.
Salinas es el gran traductor que ha tenido Marcel
Proust en castellano, él solo o con Quiroga Pla. A Proust sólo podía traducirle
un poeta, porque lo que está inventando el francés es la novela lírica. De
estas traducciones le ha quedado a Salinas un algo proustiano, como ese
preguntarse adónde van los vestidos de la amada cuando los borra la moda, la
estación, el tiempo u otros vestidos. Tema asombrosamente proustiano. En la
narrativa de Salinas hay como un Proust actualizado, pasado por el ensayismo de
la nueva novela e incluso del cine.
Salinas ha tenido una gloria becqueriana como poeta
amatorio, ya digo, sólo que a uno le gusta amar con Salinas, o con Neruda, pero
le aburre muchísimo amar a aquellas señoritas tísicas que se ligaba el
funcionario de González Bravo, o sea Bécquer.
Salinas, además de ser un poeta para siempre, como
casi todo el 27, es un poeta de época, y de alguna manera están en sus versos
aquellos años veinte, felices y fatales, con su estética y su razón de amor.
Algo así como un Juan Gris de la poesía es para mí Salinas, y no sabría aclarar
por qué, pues además creo que estas intuiciones no deben aclararse, ya que a lo
mejor se estropean. Alguien le vio en su casa haciendo versos y barroquizado de
niños que se le subían por todas partes, imagen que viene a desmentir el dibujo
del amante cosmopolita que algunos obtienen de sus versos.
Una vez me enumeraba Carmen Romero la lista de
andaluces en el 27, que es abrumadora, y se le deslizó Salinas:
-Perdona, Carmen,
pero Salinas es madrileño.
Y no lo dije sólo por puntualizar a la profesora de
literatura, que sabe mucho más que yo, sino porque para mí eso del madrileñismo
de Salinas es muy importante. O mejor diré castellanismo. Hay en don Pedro,
incluso en los frecuentes temas amorosos, una castellanía que no le viene sólo
de Guillén, naturalmente, sino de su origen manchego, viejo y nuevo, madrileño
que está en su pueblo también cuando está en Nueva York. La obra de Salinas es
tan completa, cerrada y perfecta que no hay por donde entrarle. No presenta
fisuras al biógrafo ni adumbramientos al crítico. Hizo lo que hizo y lo hizo
muy bien. Su aportación al confuso 27 es la claridad, el amor como cielo
despejado, el endecasílabo dulce y austero.
Todo el 27 -no sé si lo hemos dicho ya aquí- puede
desmembrarse por parejas, y la pareja Guillén/Salinas es evidente. En la
correspondencia entre ambos parece quedar claro, no que Guillén sea el maestro,
pero sí el amigo sin indecisiones, el ejemplo de seguridades, el que lo tiene
todo claro. A Guillén le llegarían sus años de indecisión después de Cántico,
pero siempre fue hombre optimista -le traté hasta muy viejo-, de gran fe en la
vida. Y por eso pudo aconsejar muchas veces al amigo en sus opciones. Otra cosa
es que los consejos fueran aceptados y seguidos. Don Pedro tuvo, en los 50/60,
su momento de gloria, su éxtasis, como poeta amoroso, en España y América,
dotado de una forma clásica que de pronto alumbra un hallazgo cubista. Me
explicaba una vez Aleixandre cómo la fama, entre los nombres del 27, ha ido
rotando por épocas. Lorca tuvo la máxima en la posguerra, el propio Aleixandre
poco después, a seguido viene Salinas y luego se han parado las cosas en
Cernuda, que lleva ya muchos años como modelo de poeta puro al mismo tiempo que
confesional, memorialista, glosador directo y vivo de la experiencia de la
vida.
Pero, modas aparte, lo de Salinas (que narraba
experiencias líricas más que experiencias corporales, como el sevillano) queda
ahí para siempre como una conjunción perfecta del modelo clásico y la imagen de
vanguardia (clásica ya, también). Es quizá el más profesor de todos los poetas
y el más poeta de todos los profesores. Persiguió esa “corporeidad mortal y
rosa donde el amor inventa su infinito”. ¿La consiguió?”
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