Tal vez aquel sueño de Metzengerstein no fuera en realidad de Edgar Poe ni de Edgar Allan, ni fuera soñado en Boston ni en Filadelfia. Tampoco en Baltimore. Quizás en Nueva York. Tal vez habría llegado desde Irlanda un siglo antes, con el duque de L'Omelette, y no fuera más que un cuento de Jerusalén, el del aliento perdido de Bon-Bon: hubo una vez cuatro bestias en una a las que algunos llamaron el hombre camaleopardo, según se podía leer en aquel manuscrito hallado en una botella después de aquella cita con leones. Una suerte de parábola de una sombra, una fábula silenciosa, la de Berenice y Morella, o a lo mejor la incomparable aventura de un tal Hans Pfall, o la del Rey Peste, toda la mixtificación de Ligeia (que era el esplendor de un sueño de opio). 1809-1849. Poe supo cómo escribir un artículo a la manera de la revista Blackwood y escribió lo del diablo en el campanario. William Wilson fue el hombre que se gastó cuando la caída de la Casa Usher (jamás un serafín desplegó ...
Uno lee libros por diversas razones, para asombrarse es una de ellas. Lo que siguen son asombros provocados por los libros que leo. Lo de Nietzsche y Dios Nos cuenta Javier Cercas en su libro de 2025 titulado El loco de Dios en el fin del mundo que hay un fragmento de Nietzsche titulado ‘El loco’ que se publicó en 1882, en La gaya ciencia , “y es un texto brevísimo que ha hecho correr ríos de tinta”. Ese loco de Nietzsche “es un demente que enciende un farol en pleno día y corre al mercado gritando: «¡Busco a Dios! ¡Busco a Dios!». La gente se ríe del loco, mientras él se pregunta, retóricamente: «¿Que adónde se ha ido Dios? Os lo voy a decir», se contesta. «Lo hemos matado: vosotros y yo. ¡Todos somos su asesino!». Y a continuación suelta un epigrama como un grito terrible cuyo eco todavía no se ha extinguido: «¡Dios ha muerto, y nosotros lo hemos matado!».... Más adelante, el loco se pregunta: «¿Cómo hemos podido hacerlo?», él, “incapaz de dar crédito a aquella enormi...