Adiós, Savater; por David Pablo Montesinos Martínez

Muchos varones, en especial aquellos que han ejercido cierto poder durante su vida, terminan convirtiéndose en una caricatura, algo así como una parodia de sí mismos. Les cuesta demasiado entender que sus alrededores ya no están dispuestos a ajustarse a la medida de sus deseos. Ese desorden del mundo, ese desarreglo en que quedan las cosas porque ya no eres tú quien las dirige... supongo que es eso lo que invita a los ancianos a matraquearnos con la jeremiada de que la civilización se encamina inexorablemente a su final.

Por si no lo han adivinado, voy a hablar de Savater. Me he resistido durante años, a pesar de que los signos de declive intelectual, por no decir de degeneración, eran más que evidentes.


Yo le quise, le quise mucho, y me equivoqué, o acaso no. Yo tenía 18 años cuando le asaltamos en Donosti para hacernos una foto con él. “¿Qué pasa, soy una atracción turística más”...“Pues no, la verdad, pero somos de la Facu de Filosofía y nos queremos hacer la foto para presumir después con las chicas de clase”...“Vale, ahora sí me habéis convencido, a mí también me gusta presumir”... y nos hicimos la foto.  Guardo esa foto y ese recuerdo, pero ya no me haría otra foto con él... ni harto de vino... Y, ¿saben qué? Tampoco él se la haría conmigo.

He defendido durante años a Fernando Savater de múltiples ataques, y eso, por escandaloso que ahora les resulte, tiene una explicación. Dijo Carlos Martínez Llíria que “Savater pudo llegar a ser el Chesterton español”. No sé si da para tanto, pero nos ayudó a entendérnoslas con Nietzsche y, de propina, nos trajo a Cioran, lo que no es poca cosa. Los compañeros más sesudos y “escolares” de la Facultad, esos lo suficientemente imprudentes como para tomarse en serio la profesión filosófica, le miraban con desprecio, acusándole de “divulgador” y de agradarle en exceso la atención de los focos. A mí, la verdad, nunca me han dicho demasiado estas críticas, que huelen a ese rancio clericalismo que la grey intelectual parece que nunca se quita del todo. ¿Era Ortega algo más que un buen conversador obsesionado con la celebridad? ¿Era demasiado “mediático” Sartre? ¿Era  un divulgador Umberto Eco? Se tiene el mérito que se tiene por lo que uno aporta al mundo. Y Savater ha contribuido a actualizar la filosofía en España, esto me parece difícilmente discutible.

Claro que mi admiración por Savater jamás habría llegado tan lejos de no ser por su papel en los últimos años del llamado conflicto vasco. La cuestión no es si compartes sus propuestas, sino si adviertes el inmenso coraje que hace falta para salir en los peores momentos con una docena de ciudadanos al centro de Donosti para gritar “Basta ya”. Aquella iniciativa, que se sostuvo en el tiempo, fue digna de héroes, pues heroico es el esfuerzo de quien se arriesga a ser marginado, vilipendiado e incluso asesinado por los bárbaros. Todos decimos oponernos al fascismo, pero cuando unos pocos valientes dan la cara para hacerle frente porque nos está derrotando, entonces, puesto que yo no he tenido ese valor, lo que toca es quitarse el sombrero y aplaudir.

¿Justifica aquello todo lo que ha venido después? Digamos que, durante mucho tiempo, yo podía experimentar desacuerdo e incluso cierta vergüenza por las opiniones que vertía Savater en El País. Guardé silencio por respeto. El viejo era como ese amigo que hace locuras pero le perdonas porque sabes que ha sufrido mucho. El problema es que lo de ahora no es desacuerdo ni vergüenza ajena, es asco, el asco que se le debe tener al fascismo, porque en eso se ha convertido Savater, en un fascista. O, para ser más exacto, en un falangista, es decir, eso que de pequeño le obligaron a ser. No es solo la desfachatez con la que suelta todo tipo de invectivas contra cualquiera que le moleste, es la pobreza argumental.

Estamos ante uno de esos ancianos resentidos y llenos de odio que solo saben soltar ladridos que ya ni siquiera los aludidos se toman en serio. Y cabe casi todo: Sánchez, Podemos, las feministas, el cambio climático, los nacionalistas. La lista debería incluirnos a casi todos, pues solo se es digno del respeto de don Fernando cuando no se discrepa de él. Nadie, ni tan siquiera su hijo Amador, que me parece un señor muy valioso, parece atreverse a explicarle que hace el ridículo y que ya ni sabe pensar ni es mínimamente decente como escritor. Le quise, sí, pero ahora solo es un pelmazo y un majadero, y por cierto, tediosamente previsible.


Tengo que hacerme la pregunta: ¿y si el problema no es que se haya vuelto loco a la vejez, como he supuesto durante mucho tiempo ¿Y si siempre fue el tipo odioso que ahora vemos y yo no me di cuenta a tiempo? Moriré sin ser capaz de contestar a esa pregunta. En cuanto a Savater morirá sin que yo vuelva a leerle ni a escribir sobre él.

Comentarios

  1. ¡Qué bien escrito! Qué bien dicho.

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    1. Es curiosa la estupefacción de lectores de Savater, de Tamames, de Pierre Chaunu cuando producen imbecilidades. En Francia también tenemos autores, hasta filósofos como Alain Finkelkraut, que se equivocaron después de carreras profesionales y mediaticas de buena calidad. Esto nos recuerda que nadie es infaillible, ni el Papa católico, ni los Papas intelectuales como Sartre, Simone de Beauvoir o

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  2. Disculpar la no-firma. Soy Luis Bertrand Fauquenot, hispanista e historiador francés. Autor de próxima publicación El intervencionismo militar en política bajo Alfonso XIII (1902-1931. Mail : luisbertrandf@gmail.com

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