Días de llamas: el pequeño prodigio literario oculto sobre la Guerra Civil
Junto a Manuel Chaves Nogales, José Ovejero, Javier Cercas, Camilo José Cela, Elsa Osorio, Antonio Muñoz Molina, Rafael Chirbes, Jordi Soler, Mercè Rodoreda, Almudena Grandes, Andrés Trapiello, Max Aub, Miguel Delibes, Juan Eduardo Zúñiga, Arturo Barea, Juan Pedro Aparicio, Ramiro Pinilla, Juan Benet, Alberto Méndez, Manuel Rivas, Elena Fortún, Ernest Hemingway, Arturo Pérez-Reverte y Emilio Gavilanes, junto a aquellos que han escrito excelente ficción sobre la Guerra Civil, o de la Guerra Civil, hay que considerar a Juan Iturralde.
Juan Iturralde es el seudónimo
literario de José María Pérez Prat, nacido en Salamanca en el año 1917 y
fallecido en Madrid en 1999, un abogado (del Estado) que escribió poco (y bien)
y que nunca ha tenido el reconocimiento que quizás se merezca, si bien cada vez
es mejor considerado como el literato que fue, aunque sólo sea por una de sus
escasas obras, su única novela, la excelente Días de llamas, a la que la escritora
Carmen Martín Gaite consideró en Diario 16, el año de su publicación,
1979, una obra literaria “excepcional” y un “prodigio inesperado”, catalogando
a su autor como “un maestro”.
“Las revoluciones, como los volcanes, tienen sus días de llamas y sus años de humo”.
Victor Hugo
Con esta cita abre
Iturralde/Pérez Prat su obra maestra. Estamos en Madrid en los
comienzos de lo que día a día va siendo una guerra civil, la Guerra Civil
española.
El autor nos va a llevar a aquel Madrid horrendo jugando en (y con) dos tiempos narrativos: estaremos presos esperando a la muerte con el protagonista, el juez Tomás Labayen (“el temor al paseo no me impide temer también a los cañonazos”), o sufriremos con él y su familia las vicisitudes previas a su penar en los primeros meses de aquella guerra especialmente miserable (“veo los retratos gigantescos de Marx, de Lenin y de Stalin que adornan los huecos de la Puerta de Alcalá, oigo otra vez el cañón y el sordo rumor del frente que envuelve a Madrid”).
Labayen vive el terror
de aquel Madrid en el que prácticamente nadie estaba seguro de ser considerado
un opresor, un traidor, un ciudadano despojado de cualquier derecho simplemente
por encarnar más o menos convincentemente el perfil de un sospechoso de no
estar determinantemente a favor de la revolución (provocada por la sublevación
a la que se combatía con más convicción que posibilidades castrenses). Y lo
vive especialmente en aquellos momentos de la novela en la que nos cuenta su
estancia en una checa (cuando “uno se aburre hasta de esperar lo que a uno le
espera”): “…hasta que no soy un hombre que tiene miedo sino un miedo convertido
en hombre”. Llega un momento en que admite que “debería desear que tomaran
Madrid: me libraría del paseo, de la espera, de la puerta, de oír mi nombre”.
Labayen pertenece al
reducidísimo grupo de ciudadanos que consideraba que la sociedad española
podría evolucionar hacia situaciones de mayor igualdad por medio del recorte de
privilegios, de “ir satisfaciendo aspiraciones sin acorralar” a los
privilegiados que se habían levantado contra la República.
Uno de sus amigos, el
periodista comunista Arango, tras sentenciar que “los españoles somos una
mierda”, le grita que no hay sitio para los que no quieren ni la legitimación
violenta de los privilegios ni la revolución (igual de violenta):
“Y a ver si te enteras del país que pisas”.
(Hablando de mierda: uno de los protagonistas de Días de llamas mantiene que “la historia es un cubo de mierda, cualquiera sabe dónde está la verdad y si hay verdad”. Otro de los personajes del libro, éste profesor de Historia a la sazón, considera que “hace falta estar loco para encontrar que (la historia) tiene sentido, que avanzamos y que vamos a alguna parte por nuestra voluntad o en contra de nuestra voluntad”.)
Madrid en los días de la resistencia revolucionaria, de la revolución sitiada (días en los que, en ocasiones, los niños “jugaban a dar paseos y hacían de verdugos y de víctimas”):
“Me cruzo con milicianos que levantan a la vez
el fusil y el puño y obreros con sus familias y un aspecto siniestro y festivo
a la par. […]
Las patrullas piden la documentación a
cualquiera que tenga aspecto de burgués y se hace un problema ponerse o no
chaqueta o corbata o, incluso, zapatos. Proliferan los monos azules, los
correajes con pistolas de todos los tamaños y los pañuelos rojos y negros o
solamente rojos con la hoz y el martillo. En el café, el ambiente es sombrío y
festivo a la par y hay una jovialidad precaria hecha de carcajadas escasamente
convincentes, de risitas medrosas y de miradas que dejan entrever inquietud o,
cuando menos, prevención”.
Siniestro, sombrío… Pero
festivo. La jovialidad precaria de los cercados defensores de un futuro
que no verán, enfrentados desde la retaguardia a “los sediciosos que, por
desgracia, no eran tan sólo los militares ni la extrema derecha”:
“Veinte mil fusiles en manos de estos
insensatos que no los saben ni cargar. Se los tuvimos que dar para que nos
defendieran y ahora no podemos quitárselos. Y aunque se los quitáramos
tendríamos que devolvérselos porque son los únicos que no nos hacen traición”.
Aquella bestialidad de
las retaguardias: “una salvajada, represalias por la salvajada, represalias por
las represalias. No, los medios no son indiferentes, pueden alejar el fin o
corromperlo”. Las retaguardias de la Guerra Civil española “y los dos grupos de
siempre, los moderados y los energúmenos”. Sí, amigo lector, esta es una de
esas novelas que los guerracivilistas llaman novelas equidistantes.
O estás conmigo o estás contra mí. O estás en medio (pero moralmente a favor de
uno de los bandos) y también estás contra mí. ¿Se pierde la razón según
sean los medios que se usen para defenderla? Siempre habrá, en aquel Madrid los
hubo, en aquella España los hubo, quien defienda que “cuando no hay otros” sí
está justificado utilizarlos porque… “SOMOS NOSTROS LOS QUE TENEMOS RAZÓN”.
“Pero nosotros NO SOMOS ELLOS”.
Esta es una breve
muestra de la escritura de Iturralde, de su calidad literaria:
“Hoy hace más frío pero ya no nieva; ahora llueve,
se oye el rumor de las gotas que caen sobre los canalones y el suave murmullo
líquido sobre los charcos, unos ruidos tan sedantes que resultan desgarradores,
que adormecen y dejan tan sólo una sensibilidad vegetal, ansias de tierra
húmeda, de disolución, de ser un árbol sin hojas que reduce a lo menos posible
su vida para atravesar el invierno sin morirse del todo”.
Labayen y su
desesperante espera esperanzadamente terrorífica:
“Este presente sin futuro es una maldición. Y
encima esperar, esperar, esperar, esperar, y seguir esperando hasta que llegue
la hora en la que ya no haya que esperar más. Se acaba deseando que irrumpa de
una vez y, al instante siguiente, espantándose de haberlo deseado, y volverlo a
temer, volver a espantarse, a desear…”
Días de llamas es también una historia
de amor, la de su protagonista y Luisa, a quien podemos escucharla decirle
a él: “me gusta tener miedo a tu lado”.
El amor y la muerte,
como en tantas novelas. No todas, ni mucho menos, de la categoría literaria de
la gran novela de Juan Iturralde.
¿Estaban muchos de los
españoles de aquellas fechas fatídicas más asustados por el pasado que por el
futuro? ¿En aquella contienda se enfrentaron “media España contra la otra
media, el pasado contra el futuro, el egoísmo contra la solidaridad”, como
explica uno de los personajes, el socialista Antonio Ruiz?
Aquella España llena de “sacos de resentimiento” zarandeada por el golpismo de los privilegiados. Aquel Madrid…
Los trabajadores de pasado,eran hombre y mujeres de acción,..
ResponderEliminarY nos dejaron por donde tenemos caminar junto,,vecino/as obrero/as..
Paria ..El camino hacia la libertad la elige ..
Los propio trabajadores
Viva
Clase trabajadora del mundo..
¿?
EliminarMuchos hispanis escribieron sobre la realidad de nuestra lucha.Que apresar de contar con un ejército menos belicosa, se esforzaron por defender nuestra causa,de la que
ResponderEliminarrefrenda 14 de Abril 1931
en las urna y peleado hasta la perdía por la tropa nacional junto con los aliado fascistas
Portugueses,Alemanes e Italiano
Se agradecería que escribieras de manera que se pudiera entender lo que quieres decir. Gracias por leerme.
Eliminar