La segunda temporada de la extraordinaria serie española de televisión Poquita fe vuelve a dar en el clavo. En el clavo de la risa (mucha) y de la categoría cinematográfica que aúna un guion inteligente (un referente de análisis de los tiempos que vivimos y de cómo somos las personas normales) con una dirección perfecta que hace funcionar todo lo que vemos con la exactitud de los sorprendente. Con un nuevo ámbito protagónico: el problemón de la vivienda que azota el paisaje emocional de muchísimos españoles.
Está compuesta por ocho impecables capítulos de en torno a los veinte minutos de duración cada uno. Hasta el tiempo que uno invierte en verla es el adecuado. Adecuadísimo.
Nuevamente escrita y dirigida por Pepón Montero y Juan Maidagán, sus aquí
geniales artífices, cuenta por supuesto con su maravillosa pareja protagonista,
Esperanza Pedreño (que merecería un Goya si no fuera porque la Academia de Cine española ignora las producciones cinematográficas que más vemos quienes vemos cine, las series) y Raúl Cimas, y
ese elenco que ya participó en la espléndida primera temporada: Julia de
Castro, Marta Fernández Muro, María Jesus Hoyos, Pilar Gómez, Eduardo Antuña, Chani
Martín, Juan Lombardero, Enrique Martínez...
Me pasa lo que a la crítica especializada en series de El País, Paloma Rando, que vería un episodio de Poquita fe al día. Y es que es, sigue siendo, como le leo a Mariajo Arias en kinótico, “hilarante y tan aparentemente liviana como tremendamente profunda”, de tal manera que esta segunda temporada, aunque parecía imposible, “supera en diversión y trasfondo a la primera”. Que ya es.
Randy Meeks escribe en Hobby Consolas las palabras que no
necesito ahora ordenar para transmitir lo que me ha parecido esta entrega de Poquita fe (ya indudablemente una de las
mejores series españolas de televisión): “no hay escena en ella que no sea
hilarante, ni chiste que no acierte: cada situación está tan pulida, y los
personajes tan bien caracterizados, que es imposible no acabar a carcajada
limpia varias veces por capítulo, explotando el absurdo vital de sus
protagonistas”. Esa “mezcla de humor costumbrista con situaciones absurdas y
del sinvivir de la rutina con la magia de lo inusual hacen de esta una de las
mejores series (así, a secas, sin añadir cómicas)
del año y la mejor comedia española de la década”. O de siempre, no sé ya yo.
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