Mi primer libro de cuentos es una obra generacional
El escritor Francisco Rodríguez Criado me entrevistó a finales de 2024 para su magnífica revista digital Narrativa Breve tras leer mi primer libro de relatos, Carry that weight y otros cincuenta cuentos (musicales). No pude por menos que agradecerle personalmente que lo hubiera leído con tanta atención cuidadosa y me preguntara cosas tan interesantes y valiosas.
Tienes a tu alcance aquella
conversación completa AQUÍ.
De ella me gusta destacar lo
siguiente:
Pedro Arjona: Trabajo preparatorio para la cubierta de Carry that weight... |
Francisco Rodríguez Criado reconoce en Carry that weight... que, “además de ser un libro musical, por así decirlo, es un libro generacional, en concreto sobre la generación que en los años 80 se moceaba en los billares, las discotecas, los parques o las tiendas de discos, siempre con la música popular de telón de fondo”. Ve en el libro (por que lo es en cierta medida) una “obra sobre el universo musical de entonces, pero también sobre Madrid, sobre los primeros jóvenes que comenzaban a saborear la democracia tras el franquismo y, por qué no decirlo, es un libro sobre el José Luis Ibáñez Salas joven”.
Le explico que son relatos que llevo escribiendo durante
muchos años, a la vez que he ido escribiendo otros cien (o más), que la
necesidad de escribir existe en mi caso desde hace mucho tiempo. Y la de
escribir cuentos nació con ella, con la de escribir. Muchos de ellos hablan de
mí (¿de quién si no?) y muchos de ellos existen porque existe la música que
escucho.
Dos preguntas del autor de la
brillante novela Mi querido Dostoievski:
¿Crees que la música fue determinante
a la hora de que todo el país ingresara en la democracia tras el franquismo?
¿Hubiera sido lo mismo sin esa
efervescencia musical?
A las que se me ocurrió responder que
nada existe por sí solo. Nada se produce por sí mismo. Todo es consecuencia de
una maratón de causas que no saben muy bien dónde van. Sin la música la Transición a la democracia tras la dictadura
franquista habría sido de otra manera. Pero no fue determinante, hubo otras
causas determinantes que corrieron esa maratón en cabeza. La música iba detrás,
haciendo lo que mejor sabe hacer.
Como en el cuento ‘Triple a precio de doble’ hablo de la diferencia que hay entre tratar la Transición en un libro de Historia y hacerlo desde la ficción, él me pide que profundice en ello y explique “cuáles son las principales diferencias entre el ensayo y la ficción a la hora de abordar una misma época”. Y yo le contesto que es muy simple: un historiador no miente. No debe. Un escritor de ficción no puede evitarlo, mentir. Ni quiere. Se aprende mucho del pasado leyendo a los novelistas, a los escritores de relatos. Pero quienes mejor explican (explicamos) el pasado son los historiadores. Es su trabajo, explicar el pasado. El de los escritores de ficción es entretener aportando belleza y dolor, o belleza o dolor, por medio de las palabras entendidas como elementos artísticos. Los historiadores, por cierto, las usan (las usamos) como armas de precisión. Cuando escribo novelas o cuentos (o poemas) no pretendo explicarle a nadie nada: solamente quiero contarle algo. Cuando escribo textos históricos lo que hago es explicarle a la sociedad civil (no solo al lector que me lee) cuánto del pasado queda en el presente y por qué.
A la pregunta de si “son estos
tiempos marcados por internet, la inteligencia artificial y el teletrabajo
peores que la década de los 80” acudí con algo que me conmueve especialmente en
estos tiempos del cualquiertiempopasadofuemejor: aunque no puedo decir que
aborrezco las opiniones sobre el pasado tildándolo de un momento fabuloso que
se han cargado aquellas personas a los que achacamos todas nuestras
incompetencias, sí que aseguro que estos tiempos no son peores, tampoco mejores,
son distintos. Son los tiempos en los
que respiramos, amamos, nos dolemos, leemos y escuchamos música.
Sostiene Rodríguez Criado que Carry that weight y otros cincuenta cuentos
(musicales) “transmite cierto aroma a viaje iniciático” capaz de llevar al
lector a su propio pasado, de manera que le interesa saber si, al escribirlos,
experimenté alegría, nostalgia, pesar por haber dejado atrás la juventud o
acaso madurez satisfecha. A lo que le expresé que con la memoria ocurre algo
majestuoso, cuando consigues hacer con ella casi lo que quieres, quiero decir. Que
yo elijo de lo que me proponía él madurez
satisfecha y alegría, pues la nostalgia se la dejo a los que prefieren ese
pasado que ellos inventan habitualmente para fines abominables.
Hasta qué punto fueron importantes
los libros para mí cuando vivía lo que cuento en algunos de relatos del libro,
me pregunta. De editarlos he vivido y vivo, le respondo. Leyéndolos he vivido y
vivo. Los escribo, incluso, de hecho. Si no hubieran sido importantes para la
juventud en la cultura de la década de 1980 habríamos ido apañados. O quizás
no, mira. Porque los libros por sí mismos no son gran cosa. La mayoría de los
libros que se publican no lo son. Creo, no obstante, que en aquellos tiempos se
leía menos que ahora. Quizás más libros, pero menos de todo lo que se lee
ahora.
Lo último que le dije a Rodríguez
Criado fue que me emociona saber de primera mano que alguien lee con atención
lo que he escrito (y me lo dice). No suele ocurrir a menudo. De hecho, no suele
ocurrir. A secas.
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