Los cines de mi barrio (que ya no existen)

Desde 2008, no permanece abierto ninguno de los cines cercanos a donde yo vivía (y vivo) y a los que fui en mi infancia a ver películas con mis padres, con mis hermanos o con mis amigos. Hoy solamente existen en mi barrio unas salas cinematográficas, las de los Cines Embajadores, recientes, osados, capaces de abrir en la plaza de Santa María de la Cabeza (a cinco minutos de mi casa, en el distrito de Arganzuela, cerca de la plaza de Embajadores), durante los días dolorosos y difíciles de la Gran Pandemia, en el verano de 2020.

Busco en un libro de enorme interés, Madrid y el cine: panorama filmográfico de cien años de historia, escrito por el historiador, crítico cinematográfico y periodista Pascual Cebollada y la también periodista Mary G. Santa Eulalia (y publicado en 2000 por la Consejería de Educación de la Comunidad de Madrid), información sobre aquellas salas de cine situadas en mi barrio o en las cercanías andarinas y doy con mucha, y lo que hago es aprovecharla para que me ayude a escribir todo esto sobre los cines desaparecidos de mi entorno vital. Madrid, cerca o relativamente cerca de la plaza de la Beata María Ana de Jesús


Los dos cines de mi barrio a los que fui más a menudo (mucho, pero que mucho) eran por supuesto (habitualmente) de programa doble en sesión continua y se llamaban América y Montecarlo. Mis amigos y yo pagábamos en pesetas y teníamos, sí, la vida por delante. Mis padres eran aquellos gigantes amables y estaban vivos, eran jóvenes, y mis hermanos eran unos renacuajos o todavía no habían nacido.


La plaza de la Beata les sirve a la calle de Embajadores y al paseo de las Delicias para confluir antes de seguir luego sus propios caminos hacia el sur de la ciudad de Madrid, largo aun el de la calle y muy próximo a su final, en la plaza de Legazpi, el del paseo. Ahí, a dos minutos de mi casa (la de ahora y la de entonces) estaba el Cine América, en el número 101 del paseo de las Delicias, y allá, también a dos minutos, se alzaba el Cine Montecarlo, en el 162 de la calle de Embajadores, donde el mismísimo Manuel Azaña diera un discurso de esos suyos durante la campaña electoral de febrero de 1936. Inaugurado el uno el 25 de octubre de 1947 (exhibiendo las películas Forajidos, reciente, de un año ates, con Burt Lancaster y Ava Gardner, y Beau Geste, de 1939, protagonizada por Gary Cooper), y abierto el otro 16 años antes, el 1 de enero de 1931 (no sé con qué pelis). En el América cabían unas 1500 personas, 1200 en el Montecarlo. El América cerró el 9 de mayo de 1977 (a mis catorce años), el Montecarlo (que pasó a ser un gimnasio) ocho años después, hasta que en 1995 el edificio fue sustituido por otro para viviendas, como le pasó al América.


El cine más antiguo que hubo en mi barrio (o cerca) era el San Carlos, que estaba en el número 125 de la calle de Atocha (fue lo que es ahora la discoteca Teatro Kapital, junto a la plaza del Emperador Carlos V, a unos veinte minutos de mi casa de la Beata), inaugurado dos años antes que el Montecarlo, el día 14 de agosto de 1929, y al que yo fui muy pocas veces a ver alguna película: era un cine de reestreno, donde cabían casi 1500 espectadores, en un edificio arquitectónicamente muy valioso, que ya contaba dos años después con el primer sistema de refrigeración en España (el tercero en Europa). El San Carlos (llamado brevemente, entre 1937 y 1939, Durruti, ya sabes, la Guerra Civil y tal) dejó de ser sala de cine en 1981.


Y el cine de mi barrio y alrededores que cerró más tarde, aquel año 2008 con que empezaba estos párrafos, era el Cine Liceo, al otro lado del río (Manzanares), ya en Usera (a quince minutos de mi casa), en el número 2 de la calle Marcelo Usera, esquina a la calle Antonio López. Inaugurado en 1969, cuando yo era un crío (más o menos recuerdo cuando lo abrieron), también era un cine de barrio de sesión continua al que fui varias veces y cabían en él 1381 personas (exactamente). En 1995 se convirtió en un multisalas (cinco llegó a tener) con unas mil butacas en total y dejando de emitir programas dobles en sesión continua.

Los otros cines de mi entorno que yo disfruté en alguna ocasión fueron (especialmente los dos primeros) el Candilejas, el Infante, el Niza, el Lux y el Praga, cerrados, respectivamente, en 1988, 1993, 1981, 1975 y 1985. Todos ellos cines de barrio de sesión continua. El Candilejas estaba en la plaza de Luca de Tena, a diez minutos de mi casa; el Infante un poquito más lejos, en el 12 del paseo de Santa María de la Cabeza; y al otro lado del río, ya en Usera, estaban los otros tres: el Niza en el número 86 de la calle de Marcelo Usera, relativamente cerca del Liceo, el Lux por allí, en el 35 de la calle Almendrales, y el Praga en el 52 de la calle Antonio López.


El Cine Candilejas (obra del prestigioso arquitecto Ambrosio Arroyo Alonso) abrió sus puertas (con su cinemascope y su tecnicolor) el 6 de abril de 1958, proyectando la película El hombre de las llaves de oro (una peli francesa de Annie Girardot del año 56) y permitiendo la asistencia de 1474 personas (su aforo).

El Cine Infante se inauguró el 12 de septiembre de 1966 con Agentes dobles (una película británica de acción estrenada el año anterior) y a partir de 1987 se convirtió en lo que dio en llamarse un cinestudio, antes de cerrar seis años más tarde con las películas Grito de piedra (de 1991, dirigida por Werner Herzog) y Los últimos días del edén (del año 92, con Sean Connery y Lorraine Bracco). Por aquellos años recuerdo ir yo allí a ver algún programa triple (de películas de Stanley Kubrick y de Stephen Frears), y creo que la última vez que fui vi con mis amigos Los señores del acero, de Paul Verhoeven, y el documental Rattle and hum, con U2.


Tres años antes de que yo naciera, en 1960, comenzaba la existencia del Cine Niza y sus 1261 butacas. Cuando lo cerraron fue un salón para bodas, bautizos, esas cosas. Yo estuve allí con mis amigos invitados a una boda. El 16 de enero de 1962, la proyección de las películas Londres llama a Polo Norte (una peli italiana de 1958 con música de Nino Rota) y Una rubia para un gánster (de Stanley Donen, estrenada en 1960, con Yul Brynner) inauguraban el Cine Lux y su aforo de 1108 butacas. Por su parte, el Cine Praga abría sus puertas en 1954, y solamente contaba (según el libro de Cebollada y Santa Eulalia) con 400 butacas.


Otros cines de mi barrio a los que yo nunca fui fueron el Legazpi (en la plaza homónima, a tres minutos de la Beata), que cerró diez años antes de que yo naciera, en el año 1953 (para dar paso a un conjunto de naves frigoríficas que fueron derribadas en 1972 para construir un edificio de viviendas), pero fue inaugurado en 1931, construido por el arquitecto (especializado en edificar prisiones) Vicente Agustí Elguero, con un aforo de 1139 asientos; el Lusarreta (en el número 41 del paseo de las Delicias), inaugurado el 1 de mayo de 1941 (las obras habían sido interrumpida por la Guerra Civil) con la proyección de Marianela (estrenada el año anterior, dirigida por Benito Perojo e interpretada por Mary Carrillo y Julio Peña) y un aforo de 1112 localidades, que en 1974 fue reformado para pasar a ser el Teatro Cómico (con Quique Camoiras o Pedro Osinaga como estrellas habituales, doy fe, pasaba por delante de él todos los días, viniendo yo de la Universidad Autónoma tras apearme en la estación de Atocha) y cerrar veinte años después; y el San Rafael, inaugurado en 1968 con 594 butacas y cerrado en 1987, cuando en mi barrio ya solamente quedaban los cines Liceo, Candilejas e Infante.

Hace cuatro años escribí, dentro de una serie de cuentos que quise llamar ‘El confinamiento’ uno titulado ‘En el cine’. Este cuento:

 


El acomodador descorre las enormes cortinas escarlata siempre un instante antes de que acabe la primera película. Cuando salimos al ambigú abriendo los ojos con cuidado tras el resplandor del gran vestíbulo rebuscamos en los bolsillos para cuadrar el dinero que podemos gastar. El cine es puro olor ahora, es un lugar especial, una fiesta adornada por el arte del entretenimiento. El cine es más que el cine de los que hacen cine. El cine es el pequeño mundo donde vemos la inmensidad del cine.

Nos sentamos todos en nuestras butacas otra vez. Las luces se apagan de nuevo. Es el momento de olvidar la película que acaba de terminar. Comienza otra. Esta es la que algunos hemos venido a ver en realidad, pero en otros casos la que querían ver otros es la que acabó antes de ir a tomar algo. Yo estoy entre los primeros. Quiero ver al Zorro.

Hemos venido al cine América doce amigos, algunos van con sus padres, con alguno de sus primos, con un tío. Somos veintitantos. La primera película eran Los Diez Mandamientos. Llueve tantísimo afuera que ahora mismo casi no puedo escuchar las espadas de los soldados chocar con las del Zorro. Las palomitas están deliciosas. Me estoy prometiendo a mí mismo no olvidar en mi vida este instante. No sé muy bien por qué.

 

Entras en una sala de cine…

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