El 26 de octubre de 1965, los Beatles recibieron de manos de la reina Isabel II la medalla de la Orden del Imperio Británico. Los autores de lo que muchos críticos musicales consideraban ruido y música de mierda para adolescentes rompían la barrera del sonido con un estrépito de resonancia mundial. La sociedad tradicional, tal y como la conocíamos, se estaba derrumbando a ojos vista.
En los
Estados Unidos de América, un amigo con el que se habían fumado sus primeros
porros de auténtica marihuana mexicana cuando estuvieron en Nueva York, ya
había advertido en sus canciones que los tiempos estaban cambiando. Abucheado
también por hacer ruido en festivales de música folk, recibiría en 2016 el
Premio Nobel de Literatura “por haber creado nuevas expresiones poéticas dentro
de la gran tradición de la canción estadounidense”.
Bob Dylan y
The Beatles no podían faltar entre los muchos compositores y músicos, que colaboran
desinteresadamente en este libro. Como también lo han hecho críticos musicales,
escritores, estudiosos de las artes y las ciencias, colegas del metal y
autores de algunos de los libros más recientes que han elaborado nuevos cuerpos
teóricos que se han incorporado ya al debate que nos ocupa, que no es otro que
saber si (con la venia de la reina Isabel II) podemos considerar música las
canciones de mierda que nos gustan.
Por todo ello,
en La música (pop) y nosotros, José Luis Ibáñez Salas aporta numerosas
opiniones al respecto, en una algarabía desbordante en la que se entremezclan
el guitarrista y compositor de los Who y el escritor Nick Hornby con Ted Gioia,
que considera la historia de la música una historia subversiva, o el novelista
Antonio Muñoz Molina.
A modo de
introducción, Ibáñez Salas se pregunta ¿Qué es la música? Y a
continuación leemos lo que una vez dijo Pete Townshend, y lo que escribieron al
respecto Greil Marcus, Jorge Luis Borges, David Byrne, Mark Oliver Everett,
Josep-Vicent Marqués o Dennis Lehane.
Una vez
entrados en materia, en los siguientes capítulos Ibáñez realiza un recorrido
por todos los tipos de música —desde la clásica hasta el hip hop—, con
acertados comentarios de sus colaboradores. Como cuando Dylan dijo que
“las canciones populares son la única forma de arte que describe el talante de
nuestro tiempo”.
No hay
músico, compositor o grupo relevante de la música pop (rock & roll, soul,
blues, rhythm and blues, glam, punk, techno…) que no participe en este debate.
Aquí están los Beatles, los Rolling Stones, los Kinks, los Beach Boys, Doc
Pomus, JJ Cale, Eric Clapton, Roy Orbison, Muddy Waters, John Lee Hooker, los
Clash, Jeff Buckley o Brian Eno.
Esta gran cantidad y variedad de opiniones que nos ofrece La música (pop) y nosotros puede ayudar a quienes todavía no han leído a Carl Wilson y su Música de mierda a salir de su pequeño mundo, tal y como le ocurrió al propio crítico cultural, escritor y articulista canadiense:
“Todo el mundo tiene una biografía de gustos, una narrativa de
preferencias cambiantes: recuerdo que a los doce años solía decir que me
gustaban todos los tipos de música excepto la música disco y el country, dos
géneros que ahora me encantan”.
El libro de
Carl Wilson “es un experimento sobre gustos, un intento de abandonar
deliberadamente una estética personal. Tiene que ver con las afinidades y los
rencores sociales, y con cómo el arte y su comprensión pueden exacerbarlos o
convertirse en un elemento de mediación. En un momento en el que todo lo
relativo al significado y al objetico del arte se ha convertido en un asunto
turbio, este ejercicio puede aportar aire nuevo.”
Todas las
aportaciones a ese ejercicio son bienvenidas. Por eso creo que La música
(pop) y nosotros aparece en un momento muy oportuno. La crítica musical y
el papel de los críticos está en entredicho cuando muchos de los artistas más
denostados tienen millones de fans y seguidores en todo el mundo, acaparan los
premios más importantes y se encaraman en las listas de éxitos. Y lo mismo que
ocurrió cuando aparecieron el rock & roll en los años cincuenta del pasado
siglo, el punk en los setenta, el hip hop en los ochenta, el grunge y el noise
en los noventa, ahora vemos cómo el trap y el reguetón hacen furor. Todos estos
estilos tuvieron y tienen sus detractores.
Para
situarnos en cada época, Ibáñez dedica algunos capítulos del libro a
recordarnos los grandes nombres, estilos, géneros y subgéneros de la música
pop, antes y después de los Beatles. La música clásica, el jazz, el blues, el
rock o el country tuvieron sus momentos de eclosión, éxito popular y
reconocimiento crítico. Tampoco falta una historia del pop español desde los
años sesenta, con opiniones de críticos, músicos y estudiosos.
Al final, con
la lista de los discos que más le han gustado en los últimos trece años, José
Luis Ibáñez Salas nos quiere decir que no hay canciones insignificantes, que
(casi) todo es cuestión de gustos. De conocimiento y de pasión, pero en
definitiva de gustos. Aunque, a continuación, destaca lo que decía Nick Hornby
en 31 canciones:
“No puedes mantenerte toda la vida con tu música de siempre, sobre todo
si eres alguien que escucha música todos los días, en cualquier ocasión, porque
la música tiene que ver con la frescura”.
Algo que no
entendía el Mariscal Romero, cuando le recomendé que editara las canciones de
Kaka de Luxe y dijo: “Nunca he apoyado la auténtica basura de la moda, del
traje nuevo, de pintar la mona. Alaska no graba sus discos, ni el bobo hijo del
cineasta ese, el Berlanga. Los graban músicos de sesión. Es una gran mentira.
Yo soy productor de rock, y cuando hablo de rock, no hablo de pop, de la
basura”.
¿Por qué nos
gusta la música que nos gusta?
Llegó la hora
de hablar sobre el gusto, largo y tendido…
Ordovás, lo cuenta él mismo, “cuando tenía dieciocho
años y estudiaba Ciencias Políticas en la Universidad Complutense, se compró
una guitarra y una armónica e intentó infructuosamente imitar a Bob Dylan, así
que se fue a París y se compró toda su discografía: por lo menos escribiría un
libro sobre él que tuvo un gran éxito e inauguró una colección, Los Juglares,
en Júcar Ediciones; desde entonces no ha dejado de escribir”.
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