Seda, la seda

Un cuento no es poca cosa, un cuento puede ser un mundo y puede ser un universo donde todas las palabras conmovedoras bailen al roce líquido de la seda.

Un cuento puede ser una novela si al cuento le da por ser una novela, si a un editor le da por hacer de un cuento una novela o a los lectores nos parece pertinente que la liebre de la novela se confunda con el hermoso gato de un hermoso cuento.


¿Es Seda una novela?


¿Importa eso?


Sí, pero no importa.


Seda es el territorio exacto de un libro donde el amor de una canción de Cecilia se transforma en unas pocas páginas temblorosas y de siesta. Seda es poco más que un sueño efímero del que uno se despierta dispuesto a no dormir en mucho tiempo, decidido a rechazar la próxima hipnosis narcotizante de algunas palabras tambaleantes dentro del armazón adorable de un libro escuetamente hermoso, un libro simplemente esbozado sobre papel de fumar con ínfulas del Oriente mágico y evanescente, lejano e inexplicable.

Gracias, Alessandro Baricco.

De la seda de un ramito de violetas
escrita para el amor diario
mana un doloroso hedor 
tachonado de miedo y torpeza,
un inconcebible zumo ázimo
de proezas transparentes
insoportablemente ceñido
a las vértebras de un viajante
sostenido por el afán
de los jardines;
brota un sopor de siesta
juvenil y azabache,
repleto de las palabras
que matan a los mensajeros
y agotan a los ruiseñores;
cuánto vértigo al saberte,
mujer enamorada,
viuda de la vida de tu esposo
que hasta los confines del mundo
llegó para besar tus sueños
sin que tú sintieras
más que la brisa de un suspiro,
la banalidad de la belleza
asesinada por las guerras
en el sosiego del trance.
'Seda', no eres apenas nada,
poco más que un susurro
lamentado una sola vez.