Vivimos en una época que se burla de principios como la solidaridad, el sacrificio, la abnegación, el altruismo, la compasión o la ternura. Se habla despectivamente del buenismo y se reivindica sin mala conciencia la ambición material, el egoísmo y el desprecio a la debilidad. Pienso que la utopía de una sociedad donde cada uno aporte de acuerdo con su capacidad y reciba según su necesidad sigue constituyendo la única alternativa ética y humana.
Desgraciadamente, ya no hay líderes como Nelson Mandela, que pasó 28 años en la cárcel para acabar con el apartheid sudafricano. El apartheid no ha desaparecido. Ahora es un fenómeno global que divide a la humanidad en pobres y ricos, inmigrantes y nativos, parias y privilegiados, explotados y explotadores. Deberíamos dejar de mirarnos el ombligo y pensar más en los invisibles, es decir, en los que malviven en las periferias o mueren en las fronteras.
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