Eso de que diez o doce de las mejores canciones del siglo XX son de los Bee Gees lo mantiene el periodista musical y músico británico Bob Stanley en su portentoso libro Yeah! Yeah! Yeah! La historia del pop moderno, de 2014 (traducido excelentemente a mi idioma un año después por Víctor Vicente Úbeda Fernández).
Voy a seguir, básicamente, cuanto Stanley escribe en esa obra sobre los Bee Gees, uno de los principales grupos de la historia de la música (pop).
“De los 21 números 1 de 1978, ocho fueron obra y
producción suya, algo que solo tiene parangón en la racha triunfal de 1963 y
1964 de Lennon y McCartney (con la particularidad de que John y Paul no fueron
los productores, sólo los compositores)”. Además, una de las semanas de marzo
de ese año, cinco de las diez primeras canciones de la lista estadounidense
eran de los Bee Gees. No cabe duda de que “los Bee Gees fueron un fenómeno
cultural”.
Stanley los compara en un sentido determinado con otro
de sus grupos favoritos, ABBA, pues argumenta que en la música de
las dos bandas “hay un trasfondo de emoción melancólica e incluso de paranoia”.
¡Este Stanley!
Los Bee Gees fueron el trío formado por los tres de
los hermanos Gibb, el mayor del grupo (había una hermana de más edad), Barry, y
los dos mellizos Robin y Maurice. Su padre dirigía orquestas de baile y ellos “se
convirtieron en un grupo infantil que hacía números cómicos en clubes obreros y
cantaba entre carrera y carrera en el circuito automovilístico de la ciudad”.
Sí, los Bee Gees comenzaron como artistas infantiles, y, sí, “tuvieron una
niñez extraña y aislada”, de hecho, llama la atención que entre sus primeras grabaciones
hubiera canciones como Holiday (número
11 en 1967) y I started a joke (número 6 en 1968) “que
parecen obra de unos alienígenas teletransportados desde otro planeta que,
habiendo recibido unas mínimas instrucciones sobre el pop, se hubiesen lanzado
con arrojo a fabricarlo”.
Cuando en 1967 regresaron desde Australia hasta su
Inglaterra natal, ya tenían para entonces once sencillos publicados, pero
ninguno había supuesto gran cosa a nivel de éxito.
Enseguida los compararon con los Beatles, “pero su
amor por el soul teñía sus piezas de una tristeza intensa e inconfundible”, sus
canciones “tenían una hondura emocional que les otorgaba una insólita ventaja”
sobre los genios de Liverpool. La cosa es que un año y medio después de
desembarcar en la inglesa Southampton, los Bee Gees “se habían convertido en la
gran esperanza del pop blanco”.
Aunque visitaron el estrellato, “les faltaba instinto cool
para el pop” y “eran unos infantiles, en el buen y mal sentido de la palabra,
pero hay que perdonarlos: suyas son diez o doce de las mejores canciones del
siglo XX, como decían en una de sus canciones,
eran niños del mundo”.
Bob Stanley no dice cuáles son esas diez o doce
canciones. Estas son para mí las veintidós que estarían entre lo mejor de toda
la historia de la música (pop):
Holiday, New York mining disaster 1941 y To love somebody
(1967), World, I started a joke, Massachusetts, Words y I've
gotta get a message to you (1968), Lonely
days (1970), How can you mend a broken heart
(1971), Run to me (1972), Jive talkin’ y Nights
on Broadway (1975), You should be
dancing (1976), Stayin alive, How
deeep is your love, If i can't have you —sí,
ellos también la cantaron, era suya, aunque la popularizó Yvonne Elliman—, Night
fever y More than a woman (1977), Tragedy y Too
much heaven (1979), y Heartbreaker —sí, la que cantó en 1982 Dionne
Warwick—. (Los años son los de la aparición del elepé en que estaba cada
canción.)
Codita
No es capaz, como no lo es él de agarrar por fin el
libro que le muestra esquivo su cubierta blanca y roja y negra y blanca y un
nuevo sueño preside la nueva modorra, uno muy vivo, como de juegos en las
calles repletas de risas y del sonido escaso de los coches escasos en los
tiempos de su niñez, ahí abajo, debajo de esa ventana por la que entra la luz
necesaria, que ahora se une a la voz de María que regresa junto a la de los
hermanos Gibb recordándole aquello de alguienaquienamar y, de pronto, todo se
aquieta y la realidad se apodera del sueño que ya no es nada más que la
presencia de la tarde en su habitación poco antes de convertirse en la noche
madrileña.
de
mi relato ‘Desde el Olimpo’
Eran los años en los que mis amigos, casi todos menos
yo, iban a la misa de una a cantar canciones con sus guitarras y su talento y
su vitalidad de chavales comprometidos honestamente con la música y un poco
también con Dios y quizás hasta con los cristianos de barrio, los años que son
recuerdo del pelo largo, de cuando me pasaba el día pendiente del planchado
correcto de mis pantalones caquis y de que mis playeras estuvieran relucientes
y como recién salidas de la zapatería. Los años de tener quince años. Los años
de ver correr al Pelos con su collarín saliendo de la sacristía después de
haber gastado una broma a Don Eusebio. Los años de las primeras borracheras y
de Peter Frampton y los Bee Gees y empezar a leer a Cortázar y soportar a
Borges para llegar a amar su literatura de siglos y arrabal y escritorio. Los
años del bar Goype, los años de los billares Goype, los años de ser capaces de
estar tres minutos sin decir una palabrota. Por Don Eusebio.
de mi relato ‘El último héroe de la clase obrera’
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