Escribió Gloria cuando yo tenía 18 años (qué diantres importa la edad que yo tenía, dirás: eso digo yo) que existe una evolución de los sonidos (humanos, añado). Lo decía ella en un poema de esos suyos. En una poesía de Gloria Fuertes. Una de las Historias de Gloria. Bueno, sigo. Nos decía aquella mujer de verso en pecho, sabia, una señora mayor que se hizo niña desde el principio hasta que dejó de ser una señora mayor y simplemente fue una niña presta a contarnos cosas con un alma pequeña en la que cabía todo el Universo conocido y algo del Universo por conocer. Nos decía, a ver si acabo, mejor, a ver si empiezo; nos decía en aquella poesía suya de 1981, de cuando yo tenía 18 años y probablemente estaba a punto de conocerla en persona, que los sonidos empiezan primero siendo un rugido. Después un ronquido, antes de ser un silbido. Luego, pronto, un grito. Más tarde una palabra. Las palabras. Todas las palabras, cada palabra, alguna palabra. Palabras de amor, de odio, de certeza, de incredulidad, palabras de calma, de excitación, de incitación, de principios, de finales, de alegría o de tristeza, de ámbitos reales o imaginados o futuros o pasados, palabras más, palabras menos (que cantaban Los Rodríguez, pero eso es otro cantar). Sonidos, sigo. Tenemos rugidos para empezar, ronquidos a continuación, silbidos más tarde, tenemos ahora el grito y luego la palabra… Y después de la palabra… el grito. Otra vez el grito. Antes y después de la palabra, el grito. Porque, ya lo escribí yo antes (antes que Gloria no, antes cuando yo ya era un señor mayor que vivía de haber sido un niño); ya escribí yo antes, y ahora sí que acabo, lo dejo, me voy, finalizo, que el grito intenta vencer en medio de la desdicha. (Y la palabra a verlas venir. Por mucho que nos quede. Porque a menudo nos quedamos sin palabras.)
Son
sólo palabras, y las palabras son todo lo que tengo para lograr tu corazón, cantaban los Bee Gees cuando yo no había cumplido aún 5 años. Words.
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