¿Fiesta o velatorio? Aquel 14 de abril en una novela que no lo es (del todo)
14 de abril, de Paco Cerdà, es un libro que pasa por ser una novela porque lo es, aunque es más bien un ensayo que pretende mostrar crudamente no (sólo) cómo fueron aquellos acontecimientos esenciales del devenir histórico español, los de abril del año 1931, sino evidenciar lo sangriento de semejante periodo. Muerte y sangre españolas en abril de 1931, lo habría titulado yo.
No soy un especialista en la proclamación de la Segunda República española, pero
tampoco un no iniciado que no sabe de qué se habla en el libro de Cerdà. Un
libro, por cierto, que costará seguir a quienes nada sepan de aquellos días, de
aquel momento crucial. No soy un especialista, digo, pero ignoraba que se
pudiera enmarcar todo aquello hablando, a la manera en que lo hace el autor de 14
de abril, de muerte, de muerte violenta, en el preámbulo de cada uno de sus
capítulos, como si presidiera aquélla los acontecimientos que fueron los
propileos de un tiempo ese sí convulso, aunque en principio lleno de futuro y
deseos de justicia social. Me gustaría indagar más en todo ello, pero me
permito lanzar a los historiadores especialistas una pregunta: ¿aquello fue una
fiesta o fue un velatorio permanente y tumultuoso?
“La
historia siempre pide más”.
El reconocidísimo historiador Julián Casanova escribió para El
País el 14 de abril de 2021 un artículo titulado ‘La Segunda República,
un sueño democrático que se proclamó hace 90 años sin violencia’, en el
cual podíamos leer que “a la Monarquía no la derrumbó una guerra, sino su
incapacidad para ofrecer una transición desde un régimen caciquil a otro
reformista. La marcha de Alfonso XIII al exilio se convirtió en una fiesta
multitudinaria”. En fin, sigo con 14 de abril, cuya imagen de cubierta
desdeciría cuanto vengo diciendo. Pero en absoluto lo consigue. De hecho, comienza así:
“Acabas de morir. Nadie lo
sabe, Emilio, pero tú estás muerto”.
Hablemos de la novela en sí misma, de su literatura, y sobre todo de quiénes
y en qué lugares aparecen en ella para acabar por conseguir lo que es para
mí su gran mérito: una brillante narración pormenorizada de las horas
culminantes de un proceso que desembocó en la segunda proclamación, y última,
por ahora, de una república en la historia de España.
“Va a empezar el martes 14 de abril
de 1931”.
Una fecha en la que “un mundo se extingue, una dinastía agoniza”, en un
país con “veintitrés millones de almas que pacen entre la precariedad y el
caciquismo”. Y “unas vidas se apagan”, sí Cerdà, unas vidas se apagan, sí. Éibar,
“corazón de hierro industrial, pulmón del obrerismo vasco”; cárcel de Jaca
(“los otros jóvenes, los que no escriben la Historia, los que simplemente la
sufren o la gozan o la vadean sin mojarse los bajos del pantalón, siguen bailando
en El Fado y dejando las mayúsculas para espíritus soñadores”); Alejandro
Lerroux (en el Madrid de aquellos días)…
“Los párpados cerrados. La bala en
el pulmón. Todos lo saben, Cándida, que tú estás muerta”.
Moaña, “tierra costera en la ría de Vigo,
su playa es su tesoro: almeja, navaja, berberecho”; Valencia, donde “han
enterrado al rey y a la monarquía”; Juan de la Cierva, que llega a
Palacio en Madrid a ver al rey, Alfonso XIII, casi el protagonista de
esta novela que gana premios de No Ficción (“como una tormenta formada al
chocar fuerzas opuestas, todo el peso de la Historia se va cerniendo sobre su
cabeza bajo el frío mármol de Palacio”), el Borbón que no puede “consentir que
con un acto de fuerza para defenderse se derrame sangre, y por eso se aparta de
este país”…
Cerdà nos aclara de qué va todo esto:
“El poder es la capacidad de
infundir miedo. De atemorizar y controlar para evitar la anarquía. De
amedrentar y castigar para impedir la insurrección.
El poder son las armas. La potestad
de utilizar la violencia en régimen de monopolio y a discreción. El resto son
circunloquios o constituciones: rodeos elusivos de una incómoda verdad”.
Todo esto va, en su libro, de poder y violencia.
[…]
“Teresa Claramunt ha muerto. La
frase le sale sola. Escribir ante el cadáver de la Virgen Roja no es fácil para
el columnista Correa”.
“Ya se ha proclamado la República en Éibar, en Vergara, en Zaragoza,
en Valencia, en Sevilla y en Oviedo”. En la casa madrileña del
doctor Gregorio Marañón, “todo está en el aire: el trono, España, la
vida del rey”, allí están el conde de Romanones, “alma y cerebro de la
monarquía de Alfonso XIII”, y Niceto Alcalá-Zamora, “líder de los
revolucionarios, alma y cerebro de la República”. Al final, “no hay más que
negociar: el rey marchará hoy, la familia real mañana”.
[…]
“Media hora te queda de vida. Tú lo
sabes, Francisco, que te estás muriendo. Solo tienes dieciséis años. Un niño
todavía. Un muchacho con el vientre reventado (en los barrios obreros de Huelva)”.
“Una manifestación parte de las calles de Huesca”, la de los
mártires de la Libertad, la de los Héroes de Jaca (los capitanes Galán y García
Hernández), y se detiene ante la casa del artista anarquista Ramón Acín,
exiliado en París, salen al balcón su esposa, Conchita Monrás, y sus dos
hijas, Katia y Sol; Santiago Carrillo, a sus dieciséis años periodista
de El Socialista, encargado de ir a buscar a Julián Besteiro para
proclamar la República desde el Ayuntamiento de Madrid; Constancia de la
Mora desplazándose en taxi por las calles de Madrid; el ministro Gabriel
Maura escribiendo en el Hotel Ritz la despedida del rey (“el título es
sobrio: Al país; el duque empieza así: las elecciones celebradas el domingo me
revelan claramente que no tengo hoy el amor de mi pueblo”, bla, bla, bla, “resueltamente,
quiero apartarme de cuanto sea lanzar a un compatriota contra otro en
fratricida guerra civil”)…
En el hospital de Mora, junto a la Caleta, en Cádiz, Rosa Vila está
pariendo a Pepe “a la misma hora que la República”; cerca, en la Escuela Naval
Militar de San Fernando, su director piensa que hay que sacar de España
al infante don Juan, tercero en la línea de sucesión al trono… Son las
cinco de la tarde cuando Alfonso XIII reúne por última vez un gobierno
(presidido por el almirante Juan Bautista Aznar).
“El golpe te va a matar,
Antonio. Y tú, pobre muchacho, aún no lo sabes”.
En Salamanca, camina hacia el balcón consistorial Miguel de
Unamuno, “el halo del sentimiento trágico de la vida cargando los hombros”;
mientras la selección italiana de fútbol, que juega el domingo contra la
española en el bilbaíno San Mamés, se entrena suavemente en el madrileño campo
de Chamartín (“carreras, saltos, un poco de balón; la batuta la empuña ese
turinés de gesto serio: Vittorio Pozzo”, el entrenador más importante
del mundo, o casi), Giuseppe Meazza entre ellos; en Zaragoza, “un
héroe de guerra popular”, Francisco Franco Bahamonde, director de la
Academia General Militar, reúne a profesores, cadetes y personal de tropa en el
picadero, “su discurso va al grano: se ha establecido la República en España y
el Ejército ha de acatar el nuevo régimen, dice”; y Antonio Floresví,
hijo de socialista en las listas de las candidaturas municipales, sale del
colegio de curas donde estudia para ver cómo su padre proclama la República en Tarragona;
el fotógrafo Alfonso capta en la Puerta del Sol la imagen perfecta del
día: presidiéndolo todo, “emerge una escena central, la escena, perfecta,
rotunda, simbólica, es la escena soñada por los ideólogos de la República”, y
es el azar el que la propone para “esta hora trascendental en que la España
oficial y mortecina agoniza en el Palacio Real mientras la España real toma el
poder en las calles como masa amorfa sin corifeo aparente”, lo que se ve, lo
que se verá, es que “sobre el techo de un camión, que ha entrado en la plaza
por la calle de Alcalá, emerge enhiesta la figura de un oficial del Ejército
que porta una bandera tricolor, una bandera republicana con un mástil de más de
dos metros, una bandera grande, morada, roja y gualda; una tela hipnótica,
símbolo del cambio y del salto en la Historia”, quien porta la enseña es el
teniente de ingenieros Pedro Mohíno Díez, con su uniforme reglamentario;
y cerca de allí, en la Gran Vía, el tenor lírico Miguel Fleta es
reconocido por el gentío “y se aviene a cantar La Marsellesa”…
Cerdà nos sumerge en medio de los hechos marabúnticos y lo hace con un ritmo literario apropiado, elegante y variopinto, medido, poético cuando se necesita, emotivo si viene al caso, decididamente importante, como de escritor grande.
[…]
En Madrid, Margarita Xirgu sale a escena del teatro Muñoz Seca; el
embajador estadounidense Irwin Boyle Laughlin informa a las ocho de la
tarde de que en España hay un nuevo gobierno sin rey (“aquí hay agitación, pero
no un verdadero desorden”, escribe este anticomunista de manual); “en una
Puerta del Sol llena y con aroma festivo a Nochevieja”, Cerdà nos cuenta que “el
comité revolucionario se acaba de apoderar del Ministerio de la Gobernación: la
escena ha sido teatral”. Apoderar es la palabra que usa el autor del
libro, sí. Apoderar. El caso es que, pasadas las ocho y media,
Alcalá-Zamora acaba de ser designado presidente del Gobierno provisional y se
dirige al país por medio de los micrófonos de Unión Radio: “habla del orden
maravilloso en las calles, de la revolución más serena de la Historia, de la
vía perfectamente legal que auspicia el cambio”; mientras, Paco Concheso,
“el fiel ayuda de cámara de Alfonso XIII”, le prepara el equipaje, el rey sale
ya de Palacio, en automóvil, mañana lo hará en tren el resto de la familia:
“son las nueve, por delante queda una larga noche, más de cuatrocientos
kilómetros de viaje, el destino es el puerto de Cartagena”.
“A quién le importa el nombre de un
muerto. Nadie sabe cómo te llamas, Eduardo. Ni los transeúntes que te han
recogido del suelo y te llevan en brazos al dispensario”.
[…]
“Te ha tocado morir (en Barcelona),
Francisco. No estaba previsto, qué va. Sólo eres un simple telegrafista. Un
chico natural de Falset, ese pueblo adormilado en el Priorat”.
Es la una y cuarto de la madrugada: “interpretant el sentiment i els anhels
del poble que ens acaba de donar el seu sufragi, proclamo la República Catalana
com Estat integrant de la Federació ibérica”, inviste Macià desde el balcón del
Palau; y en Madrid está otro catalán insigne, el escritor Josep Pla, que
ahora duerme quizás pero que ya ha constatado que todo esto “no es una lucha de
clases: uno de los dos bandos no ha comparecido en la batalla” (es Cerdà quién
habla, creo, no exactamente Pla, que conste); relativamente cerca, en Palacio,
la reina Victoria Eugenia Julia Ena de Battenberg, “una familia
repentinamente desgraciada”…
“Rondan las cinco de la mañana, el crucero está saliendo del malecón”: el
rey va en él camino de Marsella. El rey que ya no lo es. El exilio.
Y como empezamos acabamos…
“Te van a enterrar. Todos lo saben,
Emilio, la última víctima de la monarquía. Las primeras luces del día rejonean
los cipreses del cementerio civil de Madrid. La última calma antes de la
eterna. Y tú frío, azulándote, ya sin ser tú. Dicen que tu esposa Visitación y
tus hijos se han presentado en el depósito judicial, pero no les han dejado
verte. Con ese rictus adolorido tras tantas horas de agonía”.
Emilio es Emilio Arauzo Honorio. Tomad nota.
Despide 14 de abril Paco Cerdà argumentando que “todas las
historias narradas en este libro de no ficción son reales. Declaraciones,
detalles, nombres. Todo está documentado y basado en un abanico de fuentes
heterogéneo: docenas de periódicos de abril del 31, archivos fotográficos,
vídeos, documentales, películas, ensayos, tesis doctorales, trabajos final de
máster, artículos académicos, libros de memorias, crónicas, diarios personales,
cartas, dietarios, telegramas, radiogramas, cables diplomáticos, partes
policiales, pasquines políticos, alocuciones radiofónicas, revistas, informes
de partido, fichas de afiliados, gacetas oficiales, estatutos jurídicos,
sentencias judiciales, boletines militares, cédulas, partes de defunción,
registros meteorológicos…”
Y los libros leídos, aunque los tres que “merecen ser destacados” no
parecen ser muy representativos de lo que uno espera encontrar como referencia
historiográfica esencial sobre la proclamación de la segunda de las repúblicas
españolas. Ni los menciono. Cerdà, eso sí, agradece la revisión que a su texto
hicieron en su momento los historiadores Joseba Louzao Villar (a quien yo sigo
en Twitter, por cierto) y Óscar González Camaño.
14 de abril, un ensayo novelado, una novela de
no ficción: un libro, en definitiva, que merece ser leído. No obstante.
Este texto pertenece a mi artículo ‘Sangre española en
abril de 1931’, publicado el 1 de febrero de 2023 en Nueva Tribuna,
que puedes leer completo EN ESTE ENLACE.
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