Acabo de leer un libro extraordinario: Siluetas y sombras. David Bowie, escrito por el periodista musical (y abogado y profesor universitario) Juan J. Vicedo y publicado durante este Segundo Año de la Gran Pandemia, 2021, por Sílex ediciones. No sólo he aprendido con él muchas cosas que intuía o desconocía de la Gran Estrella de la Música Pop que fue el inglés David Bowie, sino que además las he hecho formar parte de mi amor por la música de la mejor manera posible: disfrutando como se disfruta de los buenos libros, leyéndolos como si fueran canciones fenomenales. Y Siluetas y sombras es mucho más que una canción fenomenal, es una caja llena de música, la música literaria de los ensayos escritos con arte, pasión y sabiduría amable.
En el prólogo del libro, el periodista musical Rafa Cervera dice de
él que Vicedo se preocupa “por contarnos quién era Bowie y por qué hizo lo que
hizo en cada momento, dejando abiertas rendijas que muestran algunos de esos
otros mundos de los que él se nutría”. El autor “se ha metido en la cabeza y en
el alma de la estrella más importante de la música popular”, y ha logrado que Siluetas
y sombras “sea una biografía que no pretende serlo”, y, lo más importante,
para mí: “un ensayo que se lee como una novela”. Una novela donde
la ficción solamente es la propia alma de David Bowie, la indescifrable y
artística alma de un genio de nuestro tiempo.
Bowie, el auténtico Bowie, está en su música: se reveló en ella. Escribe
Vicedo:
“Bowie
perfeccionó durante toda su vida un constante juego de siluetas y sombras
y, como en el teatro chino, como en la caverna de Platón, son ellas las que
muestran y a la vez esconden al verdadero Bowie: aunque no lo pareciera, nos
estaba hablando de él, de sus temores, de sus anhelos, de sus dudas”
Seguiremos intentando conocerle, admite el autor.
La de David Jones es “la mayor escalada de un personaje público hacia un
escenario de transformaciones y mutaciones ante los ojos de la audiencia”.
Baste seguir su discografía, su carrera actoral también, para saber apreciar
aquel huracán de talento artístico y su valor, su categoría extraordinaria, en
la sociedad en la que vivió.
[…]
Desde Little Richard hasta el infinito: nuestra genial estrella, a partir
de su primer elepé como David Bowie, “representaba lo que el adolescente de los
suburbios siempre quiso ser: un joven cockney, un londinense, uno de los
protagonistas del vértigo de la modernidad, una víctima voluntaria de los
contrastes entre los destellos urbanos y la sordidez de su lado oscuro, un
orgulloso actor en las calles”.
[…]
Y sabe que va a morir y escribe y graba su álbum de despedida: Bowie muere
a los 69 años a la edad que le había dicho un adivino 21 años antes.
“Bowie ha jugado
durante años con la luz y la sombra, ha revelado siluetas y difuminado
contornos, ha sido sincero y ha mentido, y cuando lo ha visto conveniente
incluso se ha engañado a sí mismo. Sus canciones son reflejos de una existencia
de colores cambiantes y suelos que desaparecían bajo sus pies, pero ni él mismo
sabe muchas veces qué quiso decir con ellas, pueden significar algo y pasado el
tiempo otra cosa distinta. Las letras no importan tanto, no siempre, a veces
nada. ‘Es la música lo que transmite el mensaje, no la letra, la música ya
tiene implícito el mensaje’, le dijo en 1980 a Angus MacKinnon. El
periodista de New Musical Express transcribió también la reflexión que
Bowie dejó flotando: ‘si no fuera así, la música clásica no habría tenido éxito
expresando algo que no necesita palabras’.”
Su último álbum, Lazarus, es un testamento. Para muchos, 2016
es ya el año de la muerte de David Bowie.
“Siluetas y
sombras. Música infinita. Tony Visconti escribió su mejor epitafio: ‘hemos sido
muy afortunados al poder vivir al mismo tiempo que David Bowie’.”
El espléndido libro de Vicedo se cierra con un hermoso epílogo escrito por el historiador cultural Javier de Diego Romero.
Este texto pertenece a mi artículo ‘De cómo Juan J. Vicedo revivió a David Bowie’, publicado el 20 de diciembre de 2021 en Nueva Tribuna, que puedes leer completo EN ESTE ENLACE.
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