No pude con (la serie) Libertad porque…


La serie española Libertad es un despropósito de aspecto magnífico. Uno ve sus imágenes, esos encuadres suyos, esos ámbitos, esos paisajes, sus vestimentas, sus caballos, esa naturaleza y ese mundo extinguido tan artísticamente fotografiado (por Unax Mendia), con ese color tan gigantesco, y uno cree estar viendo algo excelente, épico, contundente y ensoñador, delicadamente fiero… Hasta que uno escucha lo que dicen esos personajes de cartón-piedra que no dan en ser personas y que si son personajes es porque algo tienen que ser, dadas las cosas, ya que se supone que estamos en una ficción cinematografiada con ese interés legítimo por embaucar que tienen las ficciones y que a esta no le alcanza porque para eso habría necesitado de un guion dotado del alma escrita sobre la realidad imaginada, sobre los sueños como verdades. Un guion, no éste —escrito por Miguel Barros y Michel Gaztambide, pero filmado en definitiva por el director de la serie (y el largometraje, que las dos cosas es), Enrique Urbizu—, que le quitara a uno las ganas de pensar continuamente que lo que se le está contando es mentira, una mentira idiota.

Hace tres años, más o menos, cuando tampoco pude acabar de ver aquella otra serie de Urbizu (un director cinematográfico cuyas películas siempre me habían gustado, por otra parte), titulada Gigantes, escribí esto en Facebook:

 

Gigantes Enanos.

Desde su propio título confunde. Gigantes. Esta serie de televisión, esta película larga, parece magnífica en muchos momentos de su primer episodio, y luego... Luego te deja estupefacto porque no sabes muy bien lo que estás viendo.

Desde que desaparece de escena Coronado, la historia no se sostiene. Quiere ser tremebunda y a veces graciosa y sólo es inadvertidamente cómica. Poca cosa. Y como no admite ser poca cosa... se queda en nada.

Da no sé qué apreciar el esfuerzo dilapidado. Siempre.

 

En Libertad, estrenada en este Segundo Año de la Gran Pandemia, 2021, ni siquiera el primer capítulo apunta maneras, y el segundo, a cuyo final me he plantado, es una reiteración de los mismos tics inquietantes para mi asombro y estupor del que inaugura esta serie televisiva de cinco episodios que no tengo necesidad de ver completa. Y mira que lo siento, porque hay algo en ella que atrapa. Hasta que hablan los actores, ya digo. Unos actores que poco pueden hacer con tanta mentira bañada por una ficción nada embaucadora. Sin empatía.

¡Y qué grande le viene la palabra libertad a la serie, pardiez¡

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