La música que suena en la primera de Kenzie y Gennaro
Patrick Kenzie, en su despacho, al comienzo de la primera novela de la serie que protagoniza junto a la otra investigadora privada, Angie Gennaro (Un trago antes de la guerra, de 1994), nos da la primera pista sobre la música que escucha:
“Consideré la posibilidad de
sustituir a Van por los Dire
Straits. O tal vez por los Stones. No.
Puede que Jane's Addiction. ¿Springsteen? Mejor
algo totalmente distinto. Ladysmith Black Mambazo o los Chieftains. Les di
una oportunidad a todos. Pensé en quién me pondría de mejor humor”.
Algo más
adelante sabemos por él mismo que Kenzie “tenía puesto en el casete del coche Exile on Main St.”, el mítico elepé de los Rolling
Stones cuya escucha le ayudaba a “pasar bastante de todo”.
Cuando
algo después se sube al coche de Angie, se pone a revisar “la pila de cintas”
que ella lleva en él, “intentando encontrar a un grupo del que hubiese oído
hablar”. Lo cual nos da idea de las diferencias de los gustos musicales entre
ambos socios.
“Música nueva, intuyo, es lo que
hacen esos grupos que ella escucha. Grupos que atienden por Depeche
Mode o The Smiths y que a mí me suenan todos
iguales: como una pandilla de chicos británicos, flacuchos y raritos, pasados
de drogas. Cuando empezaron, los Stones también eran una pandilla de chicos
británicos flacuchos y raritos, pero nunca sonaron como si fueran pasados de
vueltas. Aunque lo estuvieran.”.
Una
conversación entre Patrick y Angie, en el interior del coche de él, es muy
aclaratoria a este respecto:
“Angie revisaba mi maletín de
casetes.
—Pon la de Lou Reed —le
dije—. Es más de tu estilo.
Después de poner New York y escucharlo durante cinco minutos,
sentenció:
—Este disco está muy bien. Lo compraste por error, supongo”.
Estamos en
el verano de 1993. En un bar, suena…
“Desde el interior se podía oír el
ruido de los vasos, el fragor de las carcajadas, el guirigay de las voces y una
canción de Bon Jovi
procedente de la máquina de discos. […] Lo mejor que puedes hacer nada más
entrar es dispararle a la máquina de discos.”
Algo más
tarde Patrick Kenzie “tenía puesto en el radiocasete” de su coche “el disco de Pearl
Jam Ten. Y cuando regresa a su despacho se encuentra a su amigo
periodista Richie Colgan bebiendo un vaso de Glenlivet con “una cinta de Peter
Gabriel sonando en mi loro”.
Angie y
Patrick vuelven a estar juntos en el coche cuando…
“Yo había puesto en el radiocasete,
con toda la intención, una cinta de Screamin’ Jay Hawkins, pero
Angie ni parpadeó, aunque Screaming Jay Hawkins le da casi más asco que la
gente que la llama tía”.
Sobre
Screamin’ Jay Hawkins, Patrick le dice a Angie que “nunca me canso de escuchar
a este hombre, qué bueno es: no me importaría cargarme el botón de eyección y
escucharle hasta la eternidad”.
“Expulsé a Screamin’ Jay y lo
sustituí por U2. Por regla general, esa cinta
siempre pone a Angie a bailar en el asiento, pero hoy era como si le hubiera
puesto a Michael Bolton: parecía que había desayunado
litio. Rodábamos por la autopista de Jamaica Plain y los chicos de Dublín
atacaban Sunday bloody Sunday…”
Cuando
Patrick y Angie, en el trascurso de su muy accidentada investigación, llegan a
un sitio, hacia la mitad de la novela, “de unos altavoces del tamaño de una
rueda de coche emergían los berridos de Chuck D y de Public
Enemy mientras los chicos se reclinaban donde podían y miraban a la gente que
pasaba a su lado”.
En otro
barrio, éste poblado de chicos blancos asilvestrados, se encuentran (nos cuenta
como siempre Patrick) con una veintena de ellos, “bebiendo cerveza y fumando
porros con el loro conectado a la emisora WBCN. Cuando nos vieron, uno de ellos
subió el volumen del trasto. Sonaba Whammer Jammer, de la J.
Geils Band, lo que a mí ya me parecía bien”.
También
salen a relucir los gustos musicales de uno de los amigos y colaboradores de la
pareja, Bubba Rogowski, alguien que quizás sea “un gargantúa psicótico con muy
malas pulgas”, dueño de “un tocadiscos en el que únicamente suena su colección
de elepés de Aerosmith”.
Y para
despedir esta selección, una frase de Patrick Kenzie digna de ir directa a un
libro sobre la música pop (al mío en ciernes, por ejemplo):
“Sabe Dios cómo conseguía mantener
la gente su cordura antes del rock and roll.”
Una frase que yo sé muy bien que no es de Patrick Kenzie enteramente, que es sobre todo de su creador, el extraordinario escritor estadounidense Dennis Lehane, autor de la novela donde suena esta música, la vibrante Un trago antes de la guerra.
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