Hay unas pocas horas en el día, que no recuerdo cuáles son, en que el Sol y la Luna coinciden en el cielo, o sea, que los puedes ver a los dos.
Aquel día en concreto, los dos estaban enrojecidos, como a punto de estallar. Estrella, que era bruja, desde su ventana y con el telescopio nuevo, los oía perfectamente:
- Que te vayas de una vez, ridícula,
que ahora me toca a mí.
La Luna se reía, porque estaba en
cuarto creciente, aunque ya muy pálida:
- Mira el envidioso, que se cree el
astro más importante de la galaxia...
- ¡Y lo soy! Lo soy, al menos hasta
que el cambio climático o cualquier otro desastre venidero cambie todo esto.
- Y tú, tan majestuoso, te crees
todas esas bobadas...
(Ella también se las creía, pero no
podía quedarse sin decir la última palabra).
El Sol, con el ceño fruncido, comenzó
a soplar; acudieron un tropel de nubarrones y taparon a la Luna. También, en
unos minutos, taparon al Sol, pero se quedó tranquilo. Cuando se fueran las
nubes, estaría de nuevo él solo en el firmamento.
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