Nos quedamos sin palabras


Qué ganas de invadir Pekín o de fundar una generación poética, la generación de los niños perdidos, la del beibibún.

Ganas, sí, de evacuar Ecuador o de ecuatorializar la vacuidad de los pájaros, ganas de eludir la palabra palabra para que no nos quede nada dentro de ella, para que vaciada la palavra palavra se escriba con uve y se sienta como lo que es, un don universal que no es propiedad de nadie y menos de los poetas, es más, es más de los chulos de barrio que de los que se ciñen a los versos versados donde se lucen.

La palabra y la palabra son parvas volutas de nada

encendidas sobre la espalda vieja del mundanal catafalco

donde eludimos

TODOS

la desgracia y abrazamos a la felicidad

cada vez que damos con ella.

La palabra no es un don, es un resorte mágico que acaricia el alma de cada ser humano, tenga o no voz, tenga o no saliva para escupirla.

La palabra es un estertor eterno entre la teoría de Wegener y la atmósfera antes de la nieve.   [arte de Grant Wood]

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