¿Para qué sirve la Historia?

En Anatomía de la Historia nos preguntamos algo que es habitual ver planteado en diferentes situaciones y que requiere una respuesta profunda, no un mero ejercicio retórico.

Les pedimos ayuda a algunos de nuestros autores y estas son sus respuestas. Por cierto, después de leer sus opiniones, cada vez estamos más convencidos de que la Historia es una herramienta de perfeccionamiento de la humanidad.

 


José Luis Gómez Urdáñez

La Historia sirve para conocer el camino que la especie ha recorrido en su lucha contra la naturaleza hostil y contra el instinto animal del que no puede desprenderse.

Pero la Historia –y sólo la Historia– enseña qué se puede hacer frente a la tragedia de vivir con un arma distinta a la del resto de los animales: la cultura, que no es sino el triunfo de la vida social sobre el instinto individualista de la supervivencia. Cuando el recuerdo de ese logro, repetido en miles de experiencias comprobables a lo largo de miles de años, forma parte del proyecto social de los seres humanos que quieren seguir viviendo en sociedad y perfeccionándose éticamente –fabricándose como personas–, la Historia demuestra su valor y su utilidad.

 

 

David Barreras

La Historia sirve para conocer cómo obraron nuestros antepasados, tanto si estos actos pueden considerarse benévolos como si no. Precisamente esto constituye uno de los motores que permite a las civilizaciones continuar avanzando en su proceso de evolución como sociedades humanas, es decir, debemos aprender y aprehender sobre las obras infames de nuestros ancestros para no reproducirlas, al tiempo que sobre sus actos beneficiosos ya no sólo para repetirlos, sino incluso para mejorarlos.

 

 

Luis Enrique Íñigo Fernández

Casi dos décadas enseñando Historia y cada año, indefectiblemente, el mismo comentario: «Profe, ¿para qué sirve conocer algo que está muerto?»

Sin embargo, nada más vivo que el pasado, que permanece en nuestro presente y deviene imprescindible para comprender la sociedad en que vivimos. De ahí la utilidad de la Historia: sólo quien comprende, siquiera un poco, la sociedad que le rodea puede formarse opiniones sobre ella y, por ende, sobre la acción de quienes la dirigen; sólo conociendo nuestra historia seremos ciudadanos y ciudadanas conscientes y responsables; sólo conociendo el pasado seremos personas libres.

 

Justo Serna

El joven se acercó al encerado. Se sentía cohibido, tal era la crueldad de sus compañeros, esa cobardía con la que todos acogían el error ajeno. Siempre era lo mismo, la rechifla general.

Tomó aire y respondió tajante, con determinación, a la pregunta formulada. No la había leído en el manual, sino en un volumen que su padre disponía: algo muy raro, pues en casa no había muchos libros y menos de historia. Pero Fernando S. se lo había aprendido con orgullo. Aquello le parecía valioso y verdadero.

El profesor, con malas maneras, había aprovechado para dormitar una siesta intermitente recostado en el pupitre. Fernando S. ignoraba su reacción y, por ello, procuraba pronunciar su disertación en voz baja. Para no molestar su sueño.

Mejor así. Siempre avinagrado, la brusquedad del profesor no tenía límites. Castigaba los errores con violencias. Bofetones, capones. Por supuesto, lanzaba los borradores con furia y las tizas de canto, auténticos proyectiles. Que ahora estuviera sesteando no garantizaba la paz en el aula.

­”La historia sirve para averiguar parte de lo sucedido, lo que puede documentarse, eso que hicieron los antepasados y de lo que quedan restos. Suponemos que de su ejemplo conocido podremos aprender”, fijó Fernando S.

Los otros callaban, salvo un par de compañeros que asentían levemente, sin ningún énfasis. Uno de ellos era de piel cetrina, musculoso. Pasaba por inculto y retador. Le divertía amedrentar como un matón. Se llamaba Armero. Fernando S. jamás recordaba su nombre. La odiosa costumbre de interpelar por el apellido… Todas las mañanas, entre Fernando S. y Armero había intercambios de sus respectivos bocadillos. Habían llegado a un pacto. Fernando S. era su protegido.

­”La historia sirve para conocer mejor el presente, siempre a punto de perecer. Con las enseñanzas del pasado, los contemporáneos establecemos comparaciones. Comprobamos si se repiten los hechos o no, si se repiten los traspiés o los éxitos”, siguió Fernando S. con mucha prosopopeya.

Sus compañeros no daban crédito a estas palabras resabiadas. Qué pesadez. O eso es lo que se traslucía de sus rostros confusos, irreales. Al mismo tiempo, el profesor padecía un estrépito digestivo. Prácticamente tumbado sobre el pupitre, dejaba escapar hipos y algún pedo. Todo ello a baja intensidad. ¿Acaso estaba asimilando lo dicho por Fernando S.? No parecía. Allí seguía sin atender. Al menos aparentemente. De pronto, el profesor hizo un gesto despectivo, como una pequeña convulsión, que no se sabía a qué respondía. Quizá al malestar de su metabolismo, quizá al estruendo creciente de los alumnos, quizá a ese mocoso que le estaba largando un discurso impropio.

­”La historia sirve para establecer analogías pudiendo así distinguir lo ocurrido de lo que está por venir. La historia no profetiza, pero ayuda a inferir qué podría suceder, dadas las circunstancias. La historia es la disciplina del contexto y de las diferencias“, recalcó Fernando S.

Los muchachos ya no se reprimían. Habían empezado a realizar molestos ruidos con los lapiceros. Abrían y cerraban la tapa de los pupitres y sin duda eran ya un elemento hostil. Fernando S. buscó la mirada aprobadora de Armero, pero el joven jaleaba a los más alborotadores.

­”La historia no sirve para nada de lo que he dicho”, interrumpió en voz alta, con rabia, casi llorando. “No nos vale”, insistió. “Lo que vale es aprender, leer, retener para expresarte, para razonar con agilidad. Hacerte una cultura de aluvión y de impresión: con poca cosa, con folletos y solapas, aprendes y así te desenvuelves. Lo que lees fermenta y lo que afirmas queda. Di las cosas como si fueran las últimas que fueras a pronunciar, concíbelas y escríbelas como si eso fuera lo único que quedara de ti. Entonces pensarás”, apostilló. “Esto mismo lo leí en la contracubierta de un libro y aquí lo repito”.

Nadie escuchaba y el profesor yacía aturdido con una respiración quejosa, casi un estertor. Fue en ese momento cuando Fernando S. decidió cursar Historia. Quería ser docente. Reparar.

No será exactamente así. Años después, Fernando S. dejará los estudios para montar una empresa de seguridad. Ahora comparte la dirección con Armero y procuran estar al día en dispositivos de protección. Su esposa trabaja como administrativa en la misma compañía: ‘Seguridad Armero’. Llevan una vida feliz, de estabilidad conyugal. Jamás se preguntan por la historia, por el pasado. Se preguntan por el mañana, por lo que será del negocio. La historia no profetiza, se repiten entre risas.

Fernando S. se despierta. Abandona el lecho solitario, esa cama sin calor. Se asea, desayuna rápidamente y se encamina a sus quehaceres. Si no se apresura, no llegará a la primera clase. La de Historia.

 

 

Rafael Esteban

Desde una definición estricta y escueta, pero académica y universalmente aceptada, podría afirmarse que la “h”istoria es todo aquello vinculado a las relaciones de los seres humanos, entre sí y con entornos externos, a lo largo del tiempo. La “H”istoria sería la ciencia social encargada de estudiar la “h”istoria, considerando que esta comienza, para el historiador, con la aparición de la escritura, y se desarrolla hasta “casi” el presente (la limitación legal para acceder a determinadas fuentes, la falta de perspectiva histórica, el desconocimiento de las consecuencias de los hechos más recientes, etc., impide historiar hasta el presente mismo, hasta el “hoy”). Del tiempo anterior, se encargan los prehistoriadores; del posterior, videntes y tertulianos.

El historiador, empleando métodos propios del científico que he dicho que es, investiga, analiza, comprende, describe y explica pequeños acontecimientos, grandes eras, personajes, procesos… Al margen de los límites cronológicos ya expuestos, el historiador ha de ser consciente de que su objeto de estudio, analizado deficientemente, deliberadamente malinterpretado o expuesto de forma espuria, degenera la visión del pasado, ofreciendo y legando (si, desafortunadamente, tuviera éxito) una imagen corrompida del mismo. Así pues, amén del rigor que se presupone a todo científico, cabe requerir al historiador una especial honestidad y pulcritud en el ejercicio de su actividad.

 

 

Alma Leonor López

Creo que el hombre alcanzó su estado cuando uno de nuestros ancestros se preguntó un día por su origen, por su pasado, por su historia. Y ese cuestionamiento le llevó inmediatamente a preguntarse hacia dónde se dirigía, a preguntarse por su futuro como humanidad que ya era. Desde entonces nos hemos estado preguntando lo mismo, lo hemos pintado en cuevas, lo hemos transmitido oralmente y nos lo hemos cuestionado por medio de la poesía, la literatura, la filosofía y la Historia. Somos hombres porque somos capaces de hacer Historia y hacer Historia sirve, por lo tanto, para hacernos humanidad.

 

 

Francisco Martínez Hoyos

La Historia es, ante todo, un entretenimiento. Aprender algo de ella para construir el futuro es una zarandaja romántica. Lo cierto es que se acostumbra a utilizar como arma, según la malhadada expresión de Moreno Fraginals.

Unos agitan agravios reales o supuestos contra otros, sin presentarse nunca como culpables de ningún desafuero. Ahora está de moda hablar de la memoria, pero la misma, aparte de terriblemente selectiva, no es sino una coartada para el maniqueísmo. Porque a todos nos gusta estar del lado de los “buenos” en la cruzada contra las fuerzas del mal. Aunque, a la hora de la verdad, el mal suela estar muy repartido y las victimas de hoy aguarden el momento para convertirse en los verdugos de mañana.

Como persona progresista, me duele la muerte de Federico García Lorca en 1936. Pero ocurre que también me duele la de Pedro Muñoz Seca en Paracuellos. Las personas son personas, profesen la ideología que profesen. Y no suelen ser arcángeles, en ese mundo imaginario donde todo es blanco o negro. La realidad acostumbra a imponernos la ambigüedad del gris.

 


 

Rafael Herrera Guillén

La Historia es la novela que cada presente escribe sobre el pasado. Su verdad radica siempre en saberse ficción. Es eso que late en nuestros labios cuando redactamos un hecho que no nos pertenece pero es nuestro. Historia es, por tanto, el modo en que los muertos hablan al futuro a través de la voz de los sentenciados.

 

Esther Gassol Ventura

La historia sirve para conocernos mejor y para tener perspectiva de todo lo que ha ido sucediendo hasta hoy. Conocer el itinerario que hemos recorrido nos ayuda a seguir avanzando.

 

Juan Carlos Herrera Hermosilla

Ya en la Antigüedad se estableció que la finalidad de la Historia era conocer las verdades del pasado y, a través de ellas, juzgar y saber lo que ocurrirá en un futuro. Pero la Historia, al ser relato, discurso histórico, conoce las armas del lenguaje perverso; en esos casos, sirve para falsear, para manipular, para escamotear el hecho histórico que no es útil al interés particular o partidista; sirve para justificar la injusticia, la explotación del más débil e incluso la muerte del otro. Por ello la Historia debe servir para que las generaciones venideras sean mejores que las de sus antepasados.

 

 José Antonio Vidal Castaño

La Historia representa en su más alto grado la utilidad de lo inútil, de lo que por los pícaros y poderosos (las dos caras de la misma moneda) se afirma que no es un saber práctico y luego se intenta controlar. Es inseparable explicar para qué sirve la Historia sin desentrañar su esencia, es decir, lo que es.

¿Y qué es la Historia? En abstracto, es o debe ser un análisis lo más riguroso y bien contado posible del pasado (el remoto y el reciente), una propuesta creadora, incluso creativa, que nos sirva para entender el presente, para llevar luz a nuestra caverna cotidiana. En esencia, y la esencia es concreta, nada más difícil ni tampoco más necesario, que no es lo mismo que decir útil. Sin embargo, ¿quién dijo que lo dicho no puede ser lo contrario? Si es así, nada varía, igualmente habría que contarlo, que construirlo, que explicarlo en toda su complejidad. Grandeza y servidumbre. Proeza, destreza, sutilidad y dureza al tiempo, por el tiempo y con el tiempo.

 

Alejandro Lillo

La Historia debería servir para entender mejor el presente; un presente que se desvanece a cada instante. Debería servir para comprender al Otro; ese Otro que nos ayuda a conocernos mejor a nosotros mismos.

Entre ese presente evanescente y este yo que siempre es otro, están los vestigios de un pasado que ya no existe y que, paradójicamente, parece ser lo único que nos sostiene, lo único que permanece estable ante la incertidumbre del futuro.

El pasado puede ser así un lastre o un acicate, una losa o una coartada, pero siempre será algo en construcción; producto de unos intereses y de un proyecto de futuro.

La Historia debería emplearse para zarandear esas certezas pretéritas, esas herencias, esas identidades o construcciones que creemos fijas e invariables. Pero también debería emplearse para desvelar aquellas prácticas o actitudes que pensamos desaparecidas, aquellas que no queremos ver por pertenecer a un pasado oneroso o repulsivo, que creemos superado. La historia ha de inquietar, incomodar o perturbar. El pasado debería recuperarse no para autocomplacernos y justificarnos, sino para negarnos, para autocuestionarnos. El compromiso y la exigencia de la Historia, deben ser, en primer lugar, para consigo misma.

Nuestra disciplina, en realidad, a lo único que aspira es a explicar el cambio: cómo se transforman las sociedades, los pueblos, las costumbres, las formas de pensar, de sentir y de relacionarse. Si algo nos enseña el estudio del pasado es que nada está definitivamente dado o concluido, que nada dura para siempre. Cualquier organización social, cualquier idea, artefacto o estructura, por ajena que se nos antoje, es un producto humano y está destinada a desaparecer.

Esa certeza, propiamente histórica, debería impulsarnos a defender en nuestro presente aquello que queremos conservar; del mismo modo, una toma de conciencia plena de este hecho también evitaría que fuéramos manipulados por quienes utilizan conceptos e instituciones como si fueran eternos e inmutables.

Nunca podremos recrear plenamente un pasado que ya no existe; nunca podremos enderezar ese yo que siempre es otro, que a duras penas se sostiene, tratando de encajarlo en un pasado idílico o confortable que nunca existió; pero sí podremos perseverar en nuestro empeño con la esperanza de que la Historia, como dijo Jacques Le Goff, sirva para liberar a los seres humanos y no para contribuir a su sometimiento.

 

[Este artículo se publicó en Anatomía de la Historia  (la revista digital que dirigí) el 23 abril de 2014]

Comentarios

Entradas populares

Los textos incluidos en este blog son propiedad exclusiva de sus autores. Se permite su uso y reproducción, siempre y cuando se respete su integridad, se cite la fuente y su utilización no busque fines comerciales ni implique la obtención de ingresos económicos de cualquier tipo.