En verdad, no vi una de mis pelis favoritas de la infancia; por David Pérez Vega


Esta semana he vuelto a ver (o quizás, solo «he visto») Cuenta conmigo (1986), de Rob Reiner, a la que consideraba una de mis películas favoritas de la infancia. En mi cabeza, la famosa escena en la que los protagonistas cruzan un río atravesando unas vías ferroviarias se solucionaba con los chicos tendiéndose sobre las vías y el tren pasando por encima sin tocarlos. En la película real, corren y al final saltan sobre un terraplén. Pero las anomalías no acaban aquí. Cuando vuelves a ver una película que te gustó, después de muchos años, lo normal es que reconozcas algunas escenas olvidadas al visualizarlas de nuevo. Esto no me estaba ocurriendo con Cuenta conmigo: algunas de sus escenas eran totalmente nuevas para mí.

He empezado a pensar que, tal vez, en realidad nunca había visto la película de Reiner basada en un cuento de Stephen King, y que pertenece al grueso de las películas que mi amigo A me contaba en el patio del colegio. A fue el primero de mis amigos en tener vídeo, y su familia y él consumían una película del videoclub cada noche. Mis padres tardaron mucho más en comprar un vídeo y no por una cuestión económica, sino porque temían que se convirtiera en una distracción de los estudios para mi hermano y para mí. El caso es que mi amigo A veía una película cada noche y a la mañana siguiente me la contaba en el patio.

A día de hoy, están fundidas en mi memoria películas que he visto con otras de las que he recibido una narración oral, y de las que yo imaginaba las escenas. Quizás Cuenta conmigo fue una de estas películas que en mi recuerdo consideraba que había visto, y quizás no fue así. Y tal vez, especulo ahora, A jugaba a inventarse o cambiar escenas para mí, y de ahí provenga el recuerdo falso sobre el tren de Cuenta conmigo.

Y quizás yo quise ser un escritor como fruto de estas narraciones orales de A, que no vinieron en mi caso de mis abuelos ni de una tradición familiar, como le he oído contar a otros escritores, sino de esta posmodernidad ochentera de la ausencia de vídeo y las narraciones de A, que de hecho fue quien empezó a escribir y yo lo hice, en principio, de forma imitativa. Otro día os hablo de A, el tipo con más talento desperdiciado que he conocido en mi vida.

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