Dedicado a Michael Collins: él sabría por qué
Era la aurora todavía una chiquilla adormecida en el silencio moderno de la ciudad continental, y yo caminaba hacia mi sustento artificial desde mi sustento emocional, que seguía durmiendo en nuestra cama; me detuve un instante sorprendido por la presencia de ese ser gigante, atraído por aquella blanca destreza tan cercana desde su inmensidad sideral, la miré y quise decirle algo pero no pude, no supe, sí quise, sí recité para mi corazón de plata algún verso que no recuerdo ni quiero ni sé ni puedo; llegué hasta ese hueco subterráneo donde duermen los trenes urbanos y, ya despierto uno de ellos, me acercó hasta la estación del padre de la Luna para seguir yo mi ruta hasta un lugar llamado Tres Cantos; y en el transcurso de este viaje diario entre mi vida y la vida di en meditar sobre el poco caso que le hacemos a la Luna y en lo mucho que ella nos contempla desde allí arriba, desde el reino de las estrellas, el teatro que hipnotizó a los seres humanos cuando no sabían serlo, el drama poético que nos ve envejecer, nacer, amar, desaparecer, la aventura estelar que mira cómo seguimos sin saber el porqué de la Luna.
Este
texto pertenece al artículo ‘El porqué de la Luna’, publicado el 4
de agosto de 2019 en Periodistas en Español, que puedes
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