¿Una de espías, McEwan?

La trama de Operación Dulce, de Ian McEwan, transcurre en una Inglaterra que, en su declive, vive, a comienzos de la década de 1970, “a la sombra de gigantes”. Es una novela de espías. Pero lo es a la manera artística de la excelencia literaria del genio londinense. McEwan publicó esta novela en 2013 (magníficamente traducida, como siempre, al español por Jaime Zulaika para que Anagrama publicara esa versión un año más tarde), una novela que transcurre y es en parte un apunte doblemente literario sobre la llamada Guerra Fría blanda, la de quienes apoyaron por medio de la cultura la lucha real contra el bloque político mundial contrario.
Operación Dulce incide en una idea magnífica, aquella que se fundamenta en una de las brillantes frases que en ella podemos leer:

        “No hay un tercer lugar entre la existencia y el olvido”.

Estamos en Londres, sí, de nuevo con McEwan en Londres, ese Londres suyo tan reconocible, tan literariamente inconfundible (ese en el que, por ejemplo, “la desnuda arquitectura de los árboles ofrecía un aspecto severo contra el cielo blanco”). Es 1972, la novela transcurre durante unos meses y llegará al año 73 en su trama. Puro tiempo de contracultura, de revolución juvenil, de cambio en las costumbres, y la protagonista de Operación Dulce parece tener claro su lugar en aquel mundo inestable:

“Aquella revolución ignominiosa no era para mí, no quería que prendieran fuego a la historia”.

Hablando de historia, Serena Frome, la protagonista, lleva a cabo una brillante reflexión sobre el pasado, sobre la historia, que sitúa a la narración de McEwan en ese siempre interesante lugar donde las ficciones brillan porque nos iluminan para hacernos saber que leerlas merece la pena más allá del mero entretenimiento destinado al fácil olvido:

“Una insurrección sórdida y despreocupada estaba en el aire. Pero gracias a Tony yo sabía ahora lo que había costado salvar la civilización occidental, por imperfecta que fuera. Sufríamos una gobernanza deficiente, nuestras libertades eran incompletas. Pero en esta parte del mundo nuestros dirigentes ya no poseían un poder absoluto, el salvajismo era sobre todo un asunto privado. Hubiera lo que hubiese debajo de mis pies en las calles del Soho, nos habíamos elevado por encima de la mugre. Las catedrales, los parlamentos, las pinturas, los juzgados, las bibliotecas y los laboratorios eran demasiado valiosos para derribarlos.”

Una reflexión conservadora la de Serena, muy propia de los auténticos historiadores conservadores. Una reflexión muy respetable, en cualquier caso.

Más historia, en este caso, la de los hombres, los varones, digo, y, también, un feminismo. Siempre, según Serena Frome:

“Aquellos hombres inteligentes, amorales, inventivos, destructivos, resueltos, egoístas, emocionalmente fríos, fríamente atractivos. Creo que les prefería a ellos que al amor de Jesús. Eran tan necesarios, y no sólo para mí. Sin ellos aún estaríamos viviendo en chozas de barro, a la espera de inventar la rueda. Nunca se habría conseguido la rotación de tres cosechas. Qué pensamientos más inaceptables en los albores de la segunda ola de feminismo”.

La literatura:

“Ya dije que no me gustaban los trucos, que me gustaba ver recreada en la página la vida tal como la conocía. Él dijo que no era posible recrearla sin trucos”.

Operación Dulce es una magnífica reflexión sobre la delicada manera que tiene la ficción de ser escrita por quienes ven en la realidad cuanto necesitan para (re)construirla con las artísticas herramientas de la literatura, aquellas que hacen de la narración una estela única que recorre todo lo que es y ha sido y será la humanidad.

Y, para acabar, te dejo con dos perlas mcewanescas, por si no le has leído nunca… Para que te vayas enterando.

        PERLA UNO.
“La media hora que me llevó el trayecto de Regent Street a Charing Cross Road me organizó el destino”.

        PERLA DOS.
“Seguí trabajando en Courzon Street mientras rendía culto al pequeño altar de mi congoja secreta”.

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