Muerte en Estambul (cuyo título original podría traducirse como Viejo, muy viejo) es el sexto libro que el escritor griego Petros Márkaris escribió con el comisario Kostas Jaritos como protagonista, la quinta novela de esa serie espléndida. Se publicó en 2008 y un año después Ersi Marina Samará Spiliotopulu la tradujo, nuevamente de manera magistral, a mi idioma
Esta novela es un homenaje en toda regla a la
verdadera María Jámbena, apellidada Jambu en griego, como su protagonista,
que crio a Márkaris y sus hermanos en el Estambul donde ellos mismos no
en vano nacieron, la Constantinopla aún para los griegos a la que el
creador de Jaritos dedica un emocionado canto narrativo en forma de
novela policiaca, marca de la casa.
Jaritos, que detecta “la arrogancia de la potencia
periférica, Turquía, ante la pobre y pequeña Grecia. Evidentemente, estas cosas
sólo nos enorgullecen o nos ofenden a los que vamos de uniforme: los maderos y
los militares. Porque, por lo demás, Grecia ahora pertenece a la Unión Europea
y Turquía es el pariente pobre de Oriente, que llama inútilmente a nuestras
puertas”.
Sigue refulgiendo la esposa de Jaritos, Adrianí, como
un personaje literario de primera, y en Muerte en Estambul el propio
comisario nos aclara por qué ella se puso tan contenta cuando supo lo que
estudiaría la hija de ambos, Katerina, que eligió Derecho “y, en consecuencia,
pasar su vida laboral entre ladrones, estafadores y criminales”, porque “era
mejor estar del lado de los delincuentes que del Estado, porque resulta mucho
más lucrativo liberar a criminales que detenerlos”. Algo “que todavía no me
cabe en la cabeza”, sentencia Jaritos.
Adrianí, de quien el policía griego expresa aquí esta
opinión en su cometido como narrador de las novelas que protagoniza:
“Tras tantos años de
matrimonio, nunca he podido averiguar si es sincera conmigo o si también a mí
me suelta las mentiras que con tanta maña idea para los demás. Supongo que me
quedaré con la duda porque, cuando se trata de Adrianí, es imposible
distinguir entre la verdad y la ficción”.
Jaritos, que considera que “tanto los turcos como los
griegos somos propensos a la indolencia”, detesta “visceralmente las glorias
pasadas que se cuentan con dolor”.
Para Jaritos, que está en Estambul “en una situación
ambigua, medio de servicio, medio de vacaciones”, aunque me temo que es más
bien según la consideración del propio Márkaris, la diferencia entre Atenas
y Constantinopla/Estambul es que en aquélla “hay pocos monumentos
visibles”, pues casi todos están “enterrados, sea bajo tierra, sea en las
mazmorras de los museos”; en tanto que en la ciudad turca “todo está a la
vista”, como si quienes pasaron por ella “lo hubieran abandonado todo de
repente; luego vinieron otros, que también lo dejaron todo abandonado, y por
suerte a nadie se le ocurrió poner un poco de orden”.
A Jaritos (y “el gilipollas honesto que llevo dentro”), que en esta novela se zambulle en el proceloso mar de las conflictivas relaciones entre las minorías étnicas y las mayorías étnicas, le pasa como a mí cuando alguien le dice no te preocupes, todo está bajo control, que se preocupa, “y muchísimo”.
“Son las siete y media de
la mañana y, por primera vez, se abre ante mis ojos otra Constantinopla, ahora
con sus pequeños comercios cerrados y las persianas bajadas, con edificaciones
de planta única apiñadas, descuidadas y con la pintura desconchada. A lo largo
de la avenida, los vendedores ocupan las aceras para vender salepi y roscas de
pan crujientes, como en Tesalónica.
Instantes antes de mi
partida, descubro que parte de la belleza de la ciudad procede de su pulso, de
esa fiebre que sube cada mañana y desciende a última hora de la noche. Esa
fiebre oculta gran parte de su fealdad; la febrilidad te distrae y no te fijas
en ella. Ahora que las calles están vacías y no hay hombres ni vehículos que
actúen como rompeolas visuales, queda al descubierto su aspecto mísero. […]
Constantinopla se
extiende debajo de nosotros casi sin freno, el mar es su única contención”.
Despido este breve comentario sobre la sexta entrega
de Jaritos (quinta de sus novelas) con esta letanía que quienes la lean
o hayan leído seguro que recordarán:
“Tres días, cielo y mar. Tres días, cielo y mar. Tres días, cielo y mar”.


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