Lo que Wilco esconde


Desde el influjo de Alex Chilton, admirados por Neil Young, el grupo estadounidense de rock
Wilco es “una de las grandes bandas de nuestras vidas”, capaces de crear su música poderosamente exacta “como si el rock sesudo tuviera mala conciencia con el pop rutilante”: no lo digo yo, lo dice el periodista musical Fernando Neira.


Wilco aparecieron en Chicago en la primera mitad de la década de los 90 del siglo XX (parece que fuera ayer) y su origen estaba relacionado con lo que da en ser llamado country alternativo. Únicamente su líder, el vocalista y compositor de la banda, Jeff Tweedy, y el bajista John Stirratt permanecen desde aquellos comienzos. Ya en este siglo, en el año 2004, Wilco estaba integrado por ellos dos y el guitarrista Nels Cline, los multiinstrumentistas Pat Sansone y Mikael Jorgensen y el batería Glenn Kotche.

 

A.M. (28 de marzo de 1995)

   Being there (29 de octubre de 1996

    Mermaid Avenue, con Billy Bragg (23 de junio de 1998)

     Summerteeth (9 de marzo de 1999)

      Mermaid Avenue Vol. II, con Billy Bragg (30 de mayo de 2000)

       Yankee Hotel Foxtrot (23 de abril de 2002)

        A ghost is born (22 de junio de 2004)

         Kicking Television: Live in Chicago (15 de noviembre de 2005)

          Sky blue sky (15 de mayo de 2007)

            Wilco (the album) (30 de junio de 2009)

             The whole love (septiembre de 2011)

              Star Wars (2015)

                Schmilco (2016)

                 Ode to joy (2019)

                   Cruel country (2022)

 

Para otro relevante periodista musical español, Fernando Navarro, existe una escuela Wilco, a la que pertenecen, entre otros, músicos notables como el español Germán Salto. Wilco, que por supuesto suenan en Love song, la excelente novela de Carlos Zanón.

Marga y yo vimos en junio de 2022 (el lunes día 27) a Wilco en directo, en las Noches del Botánico madrileñas. La primera vez que los disfruto en directo… Yo, que ya les había contemplado actuar en vivo… en un cuento. Hace años.

 

Bailar un vals no es bailar. Escuchas al chico que hay detrás de ti en el concierto de Wilco y cuando te vuelves eres tú quien habla la semana en que Mamá sacaban su primer disco, aquel epé que ya habrás perdido para siempre en el hueco del tiempo donde has dejado todo lo que ya nunca fue.

Llegamos a ese tiempo de los espejos siempre sin avisar. Sin saber qué hacemos parados frente a los días de la respiración todavía infantil, sin saber él, el tiempo, qué ofrecernos mientras nos recuperamos del estupor del vaivén y la flecha que regresa indemne a la cuerda y el arco.

Wilco apagan la noche y encienden con su música algo mejor, tus venas azules eléctricas, y aquel pretérito de las canciones madrileñas de Mamá elásticamente reposan en la fiesta en la que Javi pudo ligar con Linda mientras el Madriz ganaba por goleada otra vez en el Bernabéu. Domingo por la tarde, sábado a la noche. Pero yo ya gané. Llegado el momento, yo ya gané.

Vamos y venimos. A menudo llevamos con nosotros un por qué. Siempre sabemos algo, o de dónde venimos, o quiénes somos o adónde vamos. Solemos saber las tres cosas. Y que el presente no tiene tiempo de serlo. Bailar un vals no es bailar. Wilco esconde bien en sus guitarras lo que pasaría si la música dejara de sonar para siempre.

 

Es muy compleja mi relación con esta banda: lo de la noche del 27 de junio fue sencillamente espectacular, aunque creo que al verlos en vivo se diría que sin pretenderlo lo que logran es reducir a sus discos grabados en un estudio a una simpleza con la que no tienen nada que ver. Su entrega en un concierto es 'meramente' musical, que ya es decir: por lo demás su espectáculo es hacer música y sentir que le gusta a quien la escucha. Nada más. Y nada menos. El espectáculo reside en esa categoría suya de la ejecución, poderosa, intensa, auténtica, vital. Con un Cline sencillamente estratosférico, destacando en un elenco de músicos memorable.


 

“Ya sea en el ruido o en el silencio. En el suave tacto de una guitarra acústica o en la explosión eléctrica. En el sonido inconfundible del rock americano más característico o en el aroma del mejor pop. En la intimidad de un susurro country folk o en el cántico unido de los himnos atormentados de tormentas colectivas. En el pasado glorioso de una carrera que alcanzó su clímax absoluto con Being there, Summerteeth, Yankee Hotel Foxtrot y A ghost is born o en la delicadeza de Sky blue sky. En la disfrutable imperfección de The whole love, Ode to joy y Wilco (The album) o en la vuelta a la raíz de porche, tabaco mascado y brindis en el granero del magnífico Cruel country. Dan igual la procedencia de las postales, cualquier lugar parece Shangri-La si habitan en sus tierras las huellas de Wilco”.

Alberto Frutos 

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