La capacidad evocadora que tienen los textos históricos, esa recreación que acaba por ser la disciplina que estudia el pasado, tiene una virtud que no pasa por alto la historiadora canadiense Margaret MacMillan cuando escribe:
“La Historia ofrece sencillez, cuando el
presente nos parece desconcertante y caótico”.
Es el juez al que apelamos, llega a apuntar la historiadora
canadiense, que no obstante advierte de que “nuestra fe en la Historia
frecuentemente se extiende hasta el punto de querer enmendar el pasado mediante
disculpas y compensación por acciones pasadas”. (Por cierto, la Historia es un juez pero no juzga, matizo, y no
sé si me explico.)
Para MacMillan, la Historia sirve para todo esto que sigue:
Uno. Para empezar, la Historia nos ayuda a entender a quienes
tenemos que tratar y a nosotros mismos. La autora de Juegos peligrosos nos recuerda que Gaddis decía que la Historia es
como un espejo retrovisor que nos ayuda a saber de dónde venimos y quién más
viene por la carretera, con la salvedad de que no sólo debemos mirar por él,
pues nos iríamos a la cuneta. Con la Historia (que nos evoca situaciones que
han causado problemas en el pasado) aprendemos que lo otros no son como
nosotros, y conocemos (habla ahora MacMillan) “sus valores, sus temores, sus
esperanzas” e imaginamos “cómo reaccionarán a lo que uno haga”.
Dos. La Historia puede ser tomada como guía. De hecho, hay
quienes en nuestra sociedad hacen uso de esa capacidad de ser guía que tiene la
Historia: especialmente, los militares y los hombres de negocio. El historiador
español Justo Serna, a este respecto, afirma (en su libro Leer el mundo. Visión de Umberto Eco) que
“la Historia y la lógica nos sirven para guiarnos, para establecer analogías,
para extraer consecuencias. Y se nos instruye con el pasado, con lo que se hizo
en el pasado, con lo que anduvo bien en el pasado. Pero el conocimiento
histórico no garantiza predicciones acertadas”. Bien lo sabemos.
Tres. Puede ayudarnos a ser más sabios, a conocer cuál es el
posible resultado de nuestros actos. MacMillan matiza, no obstante:
“En la Historia no encontramos planes claros
que nos ayuden a moldear el futuro tal y como deseamos [lo sabemos]. Cada
acontecimiento histórico es una amalgama única de factores, pasiones o
cronologías [también esto lo sabemos ya]. Sin embargo, examinando el pasado
podemos obtener ejemplos útiles para saber cómo proceder, y si es posible o no
que ocurra algo”.
Si se usa con cuidado, la disciplina de los historiadores
“puede presentarnos algunas alternativas, ayudarnos a formular las preguntas
que necesitamos hacernos en el presente, y advertirnos de lo que puede fallar”.
Podemos aprender del pasado, pero también podemos engañarnos a nosotros mismos
“cuando buscamos selectivamente pruebas en el pasado para justificar lo que ya
hemos decidido hacer”. La Historia “nos ayuda a enfrentarnos a afirmaciones
dogmáticas y a evitar generalizaciones. Nos ayuda a pensar con mayor claridad”.
Sólo con que la ciencia del espíritu que es el oficio de los historiadores
consiga enseñarnos “humildad, escepticismo y conciencia de nosotros mismos, ya
habrá hecho algo útil”.
[…]
Quizás, sí, la Historia nos eduque, nos cultive, como afirma el
historiador español Marc Baldó Lacomba.
Este texto pertenece a mi artículo ‘¿La Historia nos educa?’, publicado el 11 de enero de 2024 en Nueva Tribuna, que puedes leer completo EN ESTE ENLACE.
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