mis ventanas dan a una plaza donde jugábamos al látigo
en los días en los que el futuro no
se atrevía a alborotarnos,
en un tiempo unido ya a este en el
que nadie la disfruta,
veo desde ellas a mis amigos gritar
y perseguirse y ser niños,
distingo ahora mismo a cada uno de
ellos en la algarabía,
soy capaz de reconocerme a mí mismo
en una tarde elástica
equipado para ser feliz sin saber
que serlo no sería para siempre
Niños
los años de ser niños en los
barrios de Madriz
un tiempo de pantalones cortos y
sandalias
de abrigos de piel de camello y
lana vuelta
años de ser niños y de ir al
mercado de la mano de tu madre
de ver los puestos llenos de fruta
y hortalizas
de entrar al Matadero y oler la
carne muerta de las reses
momentos sobresalientes de los que
ya no guardo memoria
de cuando éramos puro futuro y
risas y carreras en las calles
la infancia de los inviernos fríos
y de colegio en los sábados
de misas y comuniones en la iglesia
de un párroco obrero
un cura ya con su calle y todo,
bien merecida y galana
soy todavía mucho el niño aquel con
amigos callejeros
amigos que siguen siendo aquellos
niños con sus ojos de niños
mis amigos
salvajes chavales criados para ser
los ciudadanos que hoy son
algunos de ellos cuyos rostros ya
se han ido para siempre
pero no importa porque yo los
vuelvo a inventar
los derramo en mis cuentos y los
saco partido
hago de ellos niños en el tiempo
eternos jugadores de eternos
partidos de fútbol eterno
en mi barrio
en los alrededores de la plaza de
la Beata María Ana de Jesús
donde todavía vivo
donde todavía sueño y crezco y
lloro y río y recuerdo
¿Has visto crecer a tus amigos?
¿Tuviste cerca alguna vez la sonrisa de un niño? ¿Has podido oler de vez en
cuando las mañanas de un barrio, las de un pueblo? No haré más preguntas,
señorías. Las responderé yo como si para mí hubieran sido dirigidas.
He visto crecer a mis amigos y
hacerse hombres cabales y chiflados, disfruté de la sonrisa de niños, de las de
mis hijos y otros muchos, la de María en las noches de insomnio suyo que eran
mis noches de amor, he olido las mañanas de mi barrio en todas las estaciones y
las de mi pueblo en verano, las mañanas de Suances cuando los praos estaban
verdes para mí y para mi memoria, he visto cosas asombrosas que todos habéis
visto alguna vez, aunque no os hayáis querido dar cuenta, aquellas pequeñas
cosas de Serrat, las que nos distinguen de las estrellas, las que nos igualan a
ellas.
Un balón y una pistola,
los bancos de madera y metal,
un pilón en una plaza,
trenzas y faldas escocesas,
juegos y falsas caladas,
correr, correr, correr,
patadas a un balón,
mentiras con una pistola,
el parque de la Arganzuela,
los cines y los chicles,
mis abuelos vivos y
mis abuelos muertos,
todos mis amigos,
sus risas y sus futuros,
las primeras canciones,
los primeros todos,
viajar en metro,
subir a un autobús,
ir en tren a Suances,
dormir en literas,
mis hermanos,
mis padres,
yo…
La infancia donde se edificó cuanto
puedo destrozar:
el aire necesario para mis pulmones
de niño al frente,
los días en que las golondrinas
venían a despertarme.
mis amigos eran de verdad, eran tan
de verdad que siguen ahí, en ese lugar donde se posan las águilas, en el sitio
exacto donde estoy, donde respira aún el niño que sigo siendo, el ser humano
que iba creciendo a su lado.
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