1978. Tengo 15 años y Rafael Abitbol, a través de aquella magia a la que llamamos radio, les suelta a mis oídos Killing an arab… Robert Smith y los demás. The Cure. Es viernes y seguiré enamorado de ellos. Siempre es viernes. Sigo enamorado.
“Y ahora, mientras suena Boys
don’t cry de The Cure, se acuerda uno cuando hace más de 35 años
llevaba cintas de casete con esta y otras canciones a los bares de Águilas y no
conseguíamos, o lo hacíamos a duras penas, que nos las pusieran. Bueno, ¡qué
son 35 años en tiempo geológico!”
Salva Lorenzo
(5 de abril de 2023)
1985. Campo de fútbol del Moscardó, cerca de mi barrio, en Usera, 21 de junio, hace calor, mucho: tocan The Cure. Yo estoy allí. Somos unos siete mil. La entrada me ha costado 300 pesetas. Dos días después, en El País, Santiago Alcanda escribirá que “The Cure tiene un sonido peculiar basado en esa voz grande y siniestra, en unas guitarras insistentes y unos sintetizadores aéreos. Es una banda británica que toca poco y bien, o sea, domina con habilidad un par de acordes que desarrollan y mantienen con un ritmo algo repetitivo de sus canciones. No incitan al baile rápido y desenfadado de los espectadores, sino a un vaivén continuo de sus cuerpos”. Vamos, que a Alcanda no le gustan. A mí sí. Entonces muchísimo. Hoy ya casi no los escucho, pero cuando lo hago…
Una canción de amor suena cerca de mí. Como si
estuviera en el Cielo. En el corazón de los días. Parece una
nana. Una nana cantada por un tigre cauteloso. Un gato. Un gato gris. Un gato gris
en un bosque. Una niña oruga. Vámonos a la cama. A la habitación de arriba. Esa
nana… Siento que me están comiendo en una noche como esta. Una noche que durará
cien años.
“Una luna roja con metástasis acompañaba esta noche al espectro de Robert Smith en Madrid. Lo vi. Me fijé en los zapatones negros de viejo inadaptado, escuché su voz de cristal limpio, intacta desde su adolescencia, la prueba de que es un fantasma encargado de transmutar en rock la angustia de Camus y la tela de araña por la que se desliza sobre nuestra conciencia el laberinto de Kafka. Un Lord Byron feo con guitarra y carmín. Ecos de Edgar Allan Poe y abismo romántico del conde de Lautréamont. Sonó The Cure en presente con la potencia que en el pasado marcaban el latido oscuro de nuestro futuro”.
Jesús Ruiz Mantilla
(11 de noviembre de 2022)
Lo principal. ¿Por qué no puedo ser tú? Subirme a tu
tren. Durante diecisiete segundos. Al menos. Capturarte en la calle Fascinación.
Aunque sean solamente fotos tuyas. Permíteme hacer una pequeña reflexión: nunca
es suficiente. Las mil horas de una canción de The Cure.
Una canción en Kyoto. Para ti, Charlotte, que eres tan extraña que eres la
chica perfecta. A veces.
Three imaginary boys (1979), Seventeen seconds (1980), Faith
(1981), Pornography (1982), The top (1984), The head on
the door (1985), Kiss me, kiss me, kiss me (1987), Disintegration
(1989), Wish (1992)...
Te besé en el agua. En un instante lo recordé todo con precisión. Aquel incendio en El Cairo. Sentir calor, calor, caliente, calor… Los seis caminos distintos. La sonrisa vudú de los gemelos siameses. El jardín colgante. Tu tortura. Todo.
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