En los años 80 del siglo XX, yo quería ser moderno. Aspiraba a serlo, a ser exactamente eso.
¿Qué significaba?
Pues, entre otras cosas, implicaba
lucir como tal, como un muchacho pop. Apenas sobrepasaba la veintena y era un
joven de provincias.
Aspirar a eso, a ser moderno, era
mucho. De hecho, al mirarme en el espejo creía serlo (un moderno) y, por ello,
me vestía así.
Por ejemplo, al final de mi
licenciatura universitaria, cada jornada, acudía a clase luciendo un viejo
abrigo de mi padre. De espiguilla. Me daba un aire retro… Hablo de 1980 y 1981.
Por otro lado, por aquellas fechas,
yo atesoraba unas Ray Ban Wayfarer (las auténticas, las americanas), que perdí
en 1983.
Las perdí en Santander. En la UIMP. O
me las birlaron. Imaginen mi desgarro.
Las había comprado en Utiel. No me
pregunten cómo y por qué… Ignoro el logro. Como también había adquirido unas
botas Sebago, allí mismo…, en aquella boutique de Utiel.
Parece un oxímoron.
Al cabo de un tiempo, conseguí
acompasar mi indumentaria. A finales de la década, ya en Italia, me compré una
gabardina de mucho vuelo.
Era una reproducción de la que Rick
Astley lucía en el vídeo de aquella canción tan pegadiza (entonces y ahora)…,
que tanto me gustaba bailar:  Never gonna give you up (1987).
Las Ray Ban de Astley eran
exactamente como las mías, las que había perdido. De pasta…: tortoise.
Le doy vueltas a todo esto y me
desbarato. No puedo creer que hayan pasado cuarenta años.

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