Legendario fue Rafael de Penagos, si no como sólo caricaturista, sí como dueño de un manejo del lápiz extraordinario. Nacido en Madrid, también firmó alguna vez como “Zala”. Con disparidad en el año de nacimiento (1889-1899), Rafael de Penagos Zalabardo fue un nombre que dejaría su huella en cientos de páginas de la prensa festiva en su primera etapa, y, después, como gran trabajador del cartelismo y la ilustración.
Se diría que, en este mundo actual, y a pesar de los
millones de páginas webs y lugares de internet, y de todo lo que nos llega a
borbotones por las redes, la gente se aburre braceando en un mar embravecido de
“informaciones” poco fiables y monótonas en su repetición. Al parecer, contra
eso, ni siquiera los humoristas pueden salir al rescate porque casi no los hay,
al menos como continuadores de aquellos camaradas y colegas del siglo pasado,
que, en un país aún más desgraciado, lograban arrancar la sonrisa, la carcajada
o, a veces, el avinagramiento crítico de los ciudadanos. Todo ello desde las
creaciones gráficas de todo un ejército de ases del lápiz y el plumín.
Eso quedó demostrado, en el transcurso de su vida
profesional, por Rafael de Penagos, que pasó a la historia del grafismo español
como un consumado cartelista publicitario e inigualable ilustrador de
portadas de prensa y libros. Pero que, como tantos de sus colegas, se había
iniciado en la caricatura, bien la infantil de las historietas, o en la adulta
presentes en las revistas y periódicos festivos y/o sicalípticos. Por ejemplo,
Penagos imaginó dibujos para la infancia en la revistilla infantil Pinocho,
y en otras publicaciones para el resto del público: sin ir más lejos, suyos
eran algunos dibujos intencionados que se publicaban en la muy progresista
revista España. También fue de los elegidos, en 1915, para figurar en el
listado con obra reproducida del gran monográfico Humorismo, una
irrepetible antología de lo mejor de los dibujantes del momento.
Pero, repetimos, al final, en lo que destacó Rafael de Penagos Zalabardo fue en la ilustración para publicidad, incluyendo en esos llamativos anuncios un primer gran acierto al “especializarse” en captar la imagen moderna de la nueva mujer de la posguerra (europea) donde ellas llamaban desde las portadas con nuevos “looks”, vistiendo faldas cortas y melenas breves (o viceversa), hasta el punto de acuñarse una frase que tendría un gran recorrido al referirse al artista y sus dibujos: “las mujeres de Penagos”.
Continuaba en la cúspide cuando se produjo el 18 de
julio (de 1936) y fue, como tantos, perjudicado, como mínimo, por la Guerra Civil,
aunque no resultó demasiado malparado al concluir la misma, logrando enlazar,
sin solución de continuidad, sus trazos anteriores conteniendo un erotismo
suave e insinuado (El Gran Bufón, Flirt, Buen Humor), con
los, ahora, monigotes “azules” para la revista infantil del Frente de
Juventudes, Flechas y Pelayos.
Rafael de Penagos, al fallecer en Madrid en 1954, podía irse (al otro mundo) con la seguridad de haber aportado a la posteridad una biografía abultada en cuanto a su obra, en sus lejanos inicios, ya prematuramente valorada al obtener, siendo apenas un veinteañero, el Primer Premio en la Exposición Nacional de Bellas Artes, apartado Artes Decorativas, la misma especialidad que le reportó otro premio aún más importante: la Medalla de Oro, en esta ocasión, obtenida en París. Contó, así mismo, entre la nómina de ilustradores de los entrañables y legendarios Cuentos de Calleja.
Comentarios
Publicar un comentario
Se eliminarán los comentarios maleducados o emitidos por personas con seudónimos que les oculten.