Ser del Dépor según Nacho Carretero


De 2018 es el libro Nos parece mejor, del escritor y periodista español Nacho Carretero, un pequeño volumen dedicado al Deportivo de La Coruña (el equipo del que es hincha furibundo su autor), que se incluye en la excelentemente futbolera colección ‘Hooligans ilustrados’, publicada por la editorial Libros del K.O.

 

«Mucho que decir y poco que contar».

Arsenio Iglesias, en la rueda de prensa tras el penalti de Djukic.

 

Nacho Carretero (que dice que “hacerte de un equipo es como una conga: es muy fácil entrar, pero muy difícil salir”) es del Dépor gracias a / por culpa de su abuelo. Su “sonora pasión compartida” nació en la temporada 89-90, cuando el equipo coruñés jugó la promoción de ascenso a Primera contra el Tenerife.

 

“Perdimos. 0-1. Nos quedamos en Segunda. Primer disgusto. Qué bien hubiera hecho en abandonar aquello en ese momento. Debí haber captado la señal: ahórratelo. No te metas en esto. A la larga, te hará daño”.

 

Vayamos al comienzo:

 

“El Dépor se fundó en 1906 —el mismo año que la cerveza Estrella Galicia, imposible que sea mera coincidencia— en la Sala Calvet de A Coruña. Viste camiseta de rayas verticales azules y blancas y su nombre completo es Real Club Deportivo de La Coruña”.

 

Demos un pequeño salto de más de ocho décadas:

 

“Los adolescentes y los jóvenes de los barrios de A Coruña que buscaban un futuro y un sentimiento de pertenencia más allá de la droga y la falta de alternativas. Así que se fueron a Riazor, rescataron al equipo y lo pusieron en Primera tras peleas contra Tenerifes y Murcias, batallas en el barro que repintaron la ciudad del blanquiazul desteñido de la década pasada. Tras ellos llegaron el resto de coruñeses. Volvía el Dépor”.

 

Tiempo de hablar del señor con que se abre el libro (y casi este artículo):

 

“Arsenio es un señor bueno, noble, tranquilo y pertenece a un universo muy lejano al del fútbol moderno. Daba entrevistas en chándal, jamás hablaba claro (hablar claro en Galicia es de mala educación) y llamaba neniños a los jugadores y descamisaos a los Riazor Blues. Cuando después de los partidos llegaba a la rueda de prensa, al periodista de turno le bastaba con decir: «Míster, qué». Y Arsenio arrancaba a hablar sobre el encuentro”.

 

Aquel super-Dépor campeón, ¿te acuerdas? El autor del libro Fariña

 

“Todavía hoy la fama y, a base de repetirla, en A Coruña le hemos cogido cariño. ¿Que el super-Dépor nació por un par de descargas? Bueno, pues vale. No nos vamos a escandalizar ahora por unos fardos de más. Eso sí: del mismo modo que a nadie parece preocuparle, nadie lo ha probado jamás”.

 

Lo de la gran rivalidad (gallega) va de esto:

 

“Yo no sé qué pintaría en este asunto del fútbol si me quitasen la rivalidad. Gran parte de la dieta deportivista se basa en alimentarnos del Celta, del mismo modo que el Celta se nutre del Dépor. Siempre vigilándonos de reojo, siempre alerta. Estadísticas absurdas, apodos, cánticos y desplazamientos masivos a territorio comanche. ¿Puede haber algo más entretenido?

Hay temporadas en las que con ganar el derbi apañaste el año”.

 

Lo de jugar al fútbol cuando se ama el fútbol, o mejor dicho, lo que se ama es la identidad (volveré sobre ello) llevaba a que Carretero, como tantos (yo mismo) “después de clase, jugaba al fútbol hasta que mi madre me avisaba por la ventana. Subía a casa, hacía los deberes y bajaba de nuevo a jugar al fútbol”. Él lo que cuenta es que en aquellas pachangas suyas, “uno se pedía Bebeto, otro Manjarín, otro Fran. A nadie se le ocurría ser Butragueño, Laudrup o Romario. Formábamos parte de la generación que ya llevaba la enseña blanquiazul en la sangre”.

Aquel Dépor Grande (super-Dépor lo llamábamos todos, “la firma más reconocible de Galicia”) se convirtió “en el equipo simpático de España, el pequeño rebelde que se venía arriba (etiqueta que, afortunadamente, logramos dejar atrás)”. En mi caso, mi amigo Pepe, aquí en nuestro Madrid de entonces, se hizo entonces del Dépor (harto de nuestras rencillas megalomaníacas madridistoatletistobarsistas).

Vayamos con Nacho Carretero a aquello del penalti de Djukic del sábado 14 de mayo del año 1994:

 

“Ni el guionista más psicópata podría haber escrito algo así. El árbitro pita y Djukic coge aire con una enorme bocanada. Para mí está todo ahí, en cómo Djukic intenta llenarse los pulmones justo antes de arrancar para tirar el penalti. He visto cientos de veces el vídeo, cómo su pecho se hincha exagerado y su boca trata de aspirar todo el oxígeno que le rodea. Pero no puede. El aire no termina de entrar. Casi es imperceptible, pero ese aire no llega. Ni siquiera me hago una idea de la soledad del futbolista serbio mientras contempla la pelota. El portero del Valencia, desenfocado, de fondo. Esos segundos en los que todo desaparece y Djukic se queda solo con los latidos de su corazón. […] Que habíamos perdido la liga en el último minuto. Que yo lloraba de camino a casa y que mi viejo, cariñoso a su estilo, con su mano en mi nuca, me dijo: «No se llora por fútbol». Y yo no lloraba por fútbol. Lloraba por el Dépor”.

 

Nacho Carretero es de los de odio al fútbol moderno. Qué se le va a hacer. Nadie es perfecto.

 

“Frente a la cruz de la violencia había una cara: el fútbol auténtico en el que los jugadores lucían a la espalda números del uno al once, llevaban botas negras, sentían los colores, se dejaban bigote y no hacían anuncios. Los tiempos de solo tres extranjeros por equipo dando prioridad a la cantera y los partidos el domingo a las cinco (si acaso, uno, el televisado, el sábado por la noche). Los años en los que comisionistas, agentes, empresas tapadera, jeques, millonarios, empresarios chinos, marcas comerciales, periodistas analfabetos y demás telebasura no metían sus narices donde nadie —excepto el dinero— les había llamado. Los años previos al odiado fútbol moderno. Tiene la nostalgia ese peligro de ignorar o no querer recordar lo negativo del pasado, de asociar los hechos al estado de ánimo de cuando los vivimos. Puede ser. No en fútbol, desde luego. Para mí, en lo que al balompié se refiere, soy absolutista, nostálgico, proteccionista y supremacista blanquiazul. Un viejo cascarrabias convencido de que antes todo era mejor, ciego ante el progreso, enfadado con el negocio, el show, el despilfarro”.

 

Leo a Carretero que “vendido al mercantilismo suicida, el Dépor nos dio los mejores años”. Mejores pero también “insostenibles años”, ya que en A Coruña, “muy en el fondo, todos sabíamos que no podíamos permitirnos aquel tren de vida. Que estábamos en el restaurante equivocado y que nos acabarían sacando de allí a patadas”. Aquello les importó un carajo: “seguimos adelante”.

Y así llegaron los títulos (hasta una Liga), si bien, “con la victoria se evidenció que, en lo esencial, no había cambiado nada: el estadio había estado lleno en 1994, volvió a estarlo en 2000, seguiría igual en 2014 y lo estará en 2034”.

 

“No creo que haya pandilla o grupo de amigos en A Coruña que no saque a relucir el deportivismo cuando toca rememorar momentos legendarios. Difícil encontrar un joven en la ciudad que no haya pasado por el fondo sur de Riazor en alguna época de su vida. […] Por eso, en A Coruña, siempre decimos que aquel día no cerramos la herida de 1994. Que esa herida nos sangrará siempre. Y nos parece bien, porque fue sangrando como decidimos seguir empujando. Y a base de sangrar hicimos al Dépor campeón. Éramos campeones. Campeones de liga”.

 


Me encantaba ver jugar a Valerón, uno de los ídolos del autor de Nos parece mejor, y me encantan las páginas que se le dedican en el libro a aquel futbolista fantástico a quien Carretero consideraba ajeno a lo que él mismo llama el show del fútbol:

 

“Valerón ha sido, probablemente, el mejor jugador que haya vestido la blanquiazul. Y no es poco decir. En A Coruña se ha visto jugar a Luis Suárez (balón de oro), Acuña, Amancio, Rivaldo, Fran, Bebeto, Mauro Silva, Djalminha, Molina o Makaay.

[…]

El Flaco era un tipo delgado y parsimonioso al que no se le podía quitar la pelota. Esa era su virtud. Así era. No se la quitabas. No se la quitaba nadie. La recibía y se la quedaba. La protegía con dos piernas raquíticas y ya está. Por supuesto, no cometía la vulgaridad de correr. El Flaco no lo necesitaba. Giraba sobre sí mismo, escondía el balón o recortaba en seco. Avanzaba poco a poco dejando atrás a aturdidos defensas notablemente más rápidos que él, hipnotizados por la majestuosa cámara lenta de Valerón. Y después escogía lo correcto. Por eso era el mejor: el eje central de un equipo, el tipo que hace mejor a todos y prefiere dar que recibir”.

 

Juan Carlos Valerón, el tipo que le dijo al autor del libro, en una pachanga en la que participaron ambos, que «Lo importante es no perder el equilibrio en la vida». Una frase talismán ya para Carretero desde entonces.

Voy terminando. El descenso del Dépor tuvo lugar en junio del año 2011. Lo que no impidió que fuera inolvidable el periodo siguiente (2011-2015), “con dos descensos y dos ascensos”, cuando el estadio deportivista de Riazor “reventaba cada partido, cantando en las gradas aquello de «ser de los que ganan es muy fácil, ser del Deportivo nos parece mejor»”.

Aunque descendidos en Segunda (luego del libro del que te hablo la cosa fue peor), “sabíamos quiénes éramos”, se jacta Carretero: “cada temporada con más socios en la grada, con Riazor siempre en el podio de los estadios más poblados, con desplazamientos a no importa qué cancha… Si es que no pedimos tanto. Por no pedir, no pedimos ni ganar. Eso nos parece muy fácil”.

Pues eso de la identidad que anuncié, una identidad que no supe ver en Nos parece mejor. Bueno sí, la de ser del Dépor porque a los que lo son les parece mejor.

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