La forja de un rebelde (la serie)


La serie que produjo Televisión Española (TVE) adaptando la trilogía autobiográfica de Arturo Barea La forja de un rebelde fue estrenada el día 30 de marzo de 1990. En mi casa no nos perdimos un capítulo, ese día de hecho ahí estábamos, frente al televisor familiar, mis hermanos Maite y Richard y mis padres Cuca y Ricardo. También cuando se emitió el sexto y último, el 4 de mayo del mismo año.


Ahora, en este Segundo Año de la Gran Pandemia, 31 años después de aquella gozosa experiencia, he vuelto a disfrutar de ella, esta vez junto a Marga.


Leo en la web de la cadena televisiva estatal que el valiosísimo producto cinematográfico-televisivo costó 2.300 millones de pesetas y que fue la última superproducción de TVE. En ella intervinieron, añade ese sitio, 20.000 extras, tantos como en la muy famosa película Ben Hur.

La obra dura un total de nueve horas, más o menos, a una hora y media por cada capítulo. Es como ver seis películas. Bueno, en realidad, es ver una fascinante película dividida en distintas emisiones razonablemente equilibradas que abordan de una manera muy cabal la adaptación de las tres novelas memorísticas de aquel ciudadano español que tuvo que exiliarse en Inglaterra llamado Arturo Barea. Una excelente fuente historiográfica, como los libros en que se basa, no sólo un gran recreo espectacular, que contó con la asesoría del historiador español Javier Tusell.

Puro arte cinematográfico del clásico muy bien dirigido por un sensacional Mario Camus, aquí encumbrándose una vez más como en tantas obras suyas (Los santos inocentes, sin ir más lejos, o Sombras en una batalla, por mencionar un largometraje suyo de menor calado popular, el primero seis años anterior a la joya de La forja y el segundo tres años posterior).


Camus dirigió, ayudado por Luis María Delgado y Arantxa Aguirre, un excelente equipo, que se aprovechó del valiosísimo guion escrito por él y por Juan Antonio Porto, del que destaco la fotografía de Javier Aguirresarobe y Fernando Arribas, la dirección artística de Rafael Palmero, los impresionantes decorados de Carlos Dorremochea, el completísimo diseño de vestuario de Pepe Rubio, el maquillaje de Gregorio Mendiri y Carlos Paradelao los efectos especiales de Reyes Abades; y los actores, un mejor que bueno Antonio Valero (quién me lo iba a decir a mí, después de lo mucho que recuerdo haber renegado de sus dotes actorales, pero que aquí borda el personaje del imperturbable perturbado Barea), unos brillantes Emilio Gutiérrez Caba, Alicia Hermida, Cándida Losada, Fernando Valverde, José Luis López Vázquez, Cesáreo Estébanez, Lydia Bosch…: son tantos y tan buenos los que participaron en la serie que sólo voy a añadir quien me parece la Gran Actriz de La forja de un rebelde, la madre de Barea, la sensacional Carmen Rossi.


Únicamente un pero que resulta chocante, la música, porque siendo del gran Lluís Llach, sobre todo en lo que a la sintonía de la cabecera de los capítulos se refiere, me parece que evoca otros paisajes, otros ámbitos, otras patrias. No recuerdo que me entusiasmara en su momento, sé que en esta segunda visión de la serie esa musiquilla me ha defraudado enormemente.

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