Leo muchas cosas demasiado interesantes en una novela. Interesantes y a veces ajenas a la novela, aunque sean la novela. Todas esas cosas interesantes. La novela es El color y la herida, uno de esos libros que tiene mucho dentro. Más de lo que debería, quizás. De esos que acaban por ser inabarcables. Escrito por la española Rebeca García Nieto y publicado en 2025 me apresuré a escribir sobre él en Facebook cuando lo estaba leyendo que no siempre se tiene la suerte de poder leer tras una obra literaria de las que harán época otra llamada a ocupar un lugar memorable en la historia de lo escrito en español. Tras la magnífica La península de las casas vacías, leo ahora esta maravilla de Rebeca García Nieto, a su manera también incomparable.
“Siempre que
pensaba en Dios lo imaginaba haciendo vudú con muñecos idénticos a cada uno de
nosotros. Cogía uno, se ensañaba con él y luego, cuando se aburría, la
emprendía con otro. Ahora le había tocado el turno a su hermana. Primero la
caída de la silla. ¿Quién se rompe la cadera estando sentado? Y bebiendo agua,
además. Cuando eso se soluciona va y entra en acción una bacteria, dejando como
única salida posible o un virus o un trasplante de heces de otra persona. Una
trituradora, una auténtica picadora de carne, eso es lo que le parecía a él la
vida”.
Tras completar la lectura de la
quinta novela de García Nieto, la sensación que me ha quedado es la de haber
presenciado algo insólito, la de haber disfrutado, con los altibajos
propios de lo imperfecto, de una magnífica reflexión sobre la vida, sobre el
arte, sobre el pasado reciente de Alemania, sí, de Alemania, sobre los
nuevos tiempos y sus pequeñas o enormes guerras culturales, una reflexión
insertada con arte, con arte literario, en la estructura narrativa propia de
las novelas. Un ensayo expuesto con las maneras de la novela, una novela que
nos cuenta una historia, claro, pero mostrando las dudas y las escasas certezas
de los humanos de nuestro tiempo sobre lo que creemos poder hacer con (o en) la
realidad, ese esquivo sucedáneo del arte.
[…]
¿Los escritores nos escondemos tras
juegos de palabras como los pintores lo hacen tras juegos de espejos? Converso
con García Nieto y me explica que, tal y como ella lo ve, “la principal
diferencia entre lo que hacen los pintores y lo que hacen los escritores son
las herramientas que utilizan”, de un lado, “formas, colores, contornos…;
palabras en el caso de los escritores”. Señala, además, que, “más allá de esa
diferencia de medio, creo que tanto la literatura como la pintura tratan de
mostrar las imágenes que nos faltan, como diría Pascal Quignard”. Para la
autora de El color y la herida, “las mejores novelas destacan por su
lenguaje, pero también por las imágenes que evocan en el lector”. Y añade:
“Cuando recuerdo novelas que me han gustado mucho me vienen a la cabeza
imágenes. La mujer agonizante que oye desde su habitación cómo su hijo sierra
la madera del que va a ser su ataúd en Mientras agonizo, de Faulkner, por
ejemplo”. Y se confiesa: “He tenido esto muy presente mientras escribía la
novela y también he intentado implicar en todo momento al lector, que fuera
imaginando el cuadro que la novela iba pintando con palabras”. A fe mía que lo
ha logrado.
En fin, como asegura alguien en la
novela: “el arte, esa broma infinita”.
Este texto pertenece a mi artículo ‘Todo lo que hay en El color y la herida, de Rebeca García Nieto’, publicado el 13 de noviembre de 2025 en Letras 21, que puedes leer completo EN ESTE ENLACE.

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