De 2018 es el espléndido libro ¿Qué me estás cantando? Memoria de un siglo de canciones, obra del escritor, músico y periodista Fidel Moreno, de quien lo primero que leí (lo hacía mientras comenzaba a leer precisamente la obra de la que me dispongo a hablar a continuación) fue su novela publicada siete años después Mejor que muerto.
Le dejo a él, a Moreno, que explique,
desde el prólogo (titulado ‘Una historia cantada’), su obra:
“Este ensayo trata
de explicar mi vida y la historia de España del último siglo a través de las
canciones más escuchadas. O quizá sería mejor decirlo al revés: en las
páginas que siguen, escucho las canciones que han llegado hasta mí, me
encuentro con la historia de este país y veo cómo esa historia ha pasado por
mí, por mis padres y por mis abuelos”.
Adelanto: no explica del todo su
vida, pues nos emplaza a una más que probable (y necesaria) continuación en la
que aparezcan las canciones que sí se grabaron cuando él ya había nacido. En el
prólogo lo acaba admitiendo (“si somos la música que escuchamos, en este libro
queda recogida mi vida antes de mi vida. Dejo para otro momento lo que ha sido
de España y de mi existencia a través de las canciones que más han sonado en
las últimas cuatro décadas. Tengo mucha historia por delante”).
El ensayo se divide en dos partes: en
la primera (‘La música de mis abuelos’), se analizan “varias nanas
fundacionales y los inicios tecnológicos de las grabaciones, continúo con
las canciones de la Guerra Civil, retrocediendo a la República y hasta a la
guerra de la Independencia, reviso con detalle la posguerra, me detengo en los
tangos y boleros que llegaron de América y termino bailando rumba con Lola
Flores”, en la segunda (‘La música de mis padres’), atendemos al “cancionero
de los años sesenta y del tardofranquismo que acompañó a la juventud
de mis progenitores, una época llena de cambios políticos, sociales y
culturales”.
Considera el autor, y esa es en
esencia la tesis de su libro, que “si queremos saber cómo eran nuestros padres
y nuestros abuelos, recurrir a su cancionero es la mejor manera, el atajo más
rápido para entender cómo fue su mundo”. Un atajo excelente.
Moreno emplea dos ámbitos desde los
que, centrándose siempre en las canciones, establecer una “caja de resonancia
íntima”: el contexto histórico y la biografía familiar. Y ahí su
maestría, elocuencia y calidad literaria brillan una y otra vez.
“Las canciones
populares, a diferencia de otras obras de arte, necesitan despertar el
reconocimiento más que la sorpresa en sus oyentes. Mientras que el camino
emprendido por las llamadas «músicas avanzadas», así como otras artes de
vanguardia, se dirige por la distinguida senda de lo inaudito y
participa de la paulatina escisión de los públicos característica de la
contemporaneidad, las canciones populares apelan a lo común y no pueden ser
demasiado sorprendentes, necesitan ser reconocibles (sonar a algo conocido) y
aportar solo algunas novedades singulares que jueguen con el horizonte de
expectativas del oyente. Si resulta demasiado previsible, es decir, si no
cuenta con pequeños detalles que la singularicen, será una mala canción
que no tardará en caer en el olvido o que nunca nadie aprenderá; pero si es
demasiado sorprendente y no nos ofrece un asidero genérico al que agarrarnos,
sencillamente no es una canción popular”.
Es muy digno de valorar que el autor
haga hincapié en el valor de la Historia para explicar el pasado, de “por qué
la memoria debe contrastarse con la Historia” (la mayúscula es mía). Pues, como
él mismo afirma en el libro:
“La
Historia vigila los desvelos de la memoria”.
Como bien leemos en el libro, se
trata de “hacer lo de siempre un poco distinto”. La popularidad de
algunas canciones es debida a un hecho tan simple como que, para empezar, ha de
poder ser cantada por cualquiera. Cantar, que tan a menudo es “una forma de
conjurar el miedo”.
Que “la vida pesa menos cuando nos
dejamos llevar por la música” es una evidencia que debemos tener en cuenta
cuando leemos ¿Qué me estás cantando? Al fin y al cabo, está presente casi desde que
nacemos hasta que morimos (es un decir, un decir que dice el autor un tanto
exageradamente).
Me interesa mucho cuando el autor nos habla genéricamente de la música,
de las canciones. Estoy con él cuando asevera que de todas las artes, es la música la que “cuenta con un
mayor aglutinante sobre la gente”. No cabe duda de que “es un potente pegamento
social”, también “el lugar idóneo para experimentar emociones y sentimientos
que a menudo están reprimidas en la vida cotidiana”. Moreno llega a decir de
ella que “es una máquina de reflexión sentimental” que nos permite “ensayar,
definir y recrear el orden sentimental que nos conforma como personas”.
Guauuuu. Más aún, la música es a veces una “suerte de eternidad sustraída al
tiempo” y tiene la capacidad de “aunar en comunión espíritus dispersos”, razón
por la cual “se la considera algo más que una invención humana”.
“Somos la música que
escuchamos”.
“La música nos vive por
dentro”.
Por su parte, las canciones, las protagonistas del volumen, son consideradas
“el producto artístico que más se presta a ser recreado por el receptor”,
incapaces de cambiar el mundo, aunque “los grandes cambios siempre van
acompañados de canciones”. Precisan las canciones, las populares, de una serie
de “elementos reconocibles genéricos desde donde disfrutar las ligeras
novedades particulares” y esa es la razón de que no puedan ser juzgadas “desde
los presupuestos rupturistas de la vanguardia, pues no es a un público de
iniciados a las que van dirigidas”. No es fácilmente
sostenible, ahonda Moreno, “por más que se empeñen los paladines de la alta
cultura con sus argumentos represores y sus prejuicios elitistas”, que las
canciones populares pulsen “una fibra del espíritu jerárquicamente inferior a
la que apela una cantata de Bach”. Estoy muy de acuerdo con él cuando
sentencia que “hay canciones mejores y canciones peores —es decir, obras que
estéticamente responden con eficacia a sus fines comunicativos y a su
construcción discursiva—, pero no hay géneros mejores que otros”. Las canciones
son “el mejor artefacto de reflexión sentimental que hasta ahora ha inventado
el hombre”, no en balde, “en todas las tradiciones culturales las canciones
hablan de amor; también de otras cosas, pero principalmente de amor”.
El carácter popular de la canción,
“aquello que nos une a tantos en torno a una música compartida”, es lo que este
ensayo “pone en valor”.
“Las canciones
hablan por nosotros, nos prestan su discurso y su intensidad”.
Siempre suena una canción en cada
momento importante de un pueblo (pueblo, esa entelequia tan útil para
según qué cosas), asegura el autor, quien asegura que “un pueblo tiene en las
canciones el pegamento social más sólido, por unir de una forma íntima a los
oyentes en torno a lo común”. Y sentencia: “La vitalidad de un pueblo se mide
por sus canciones”.
Uno de los cometidos de las canciones
es, le leo a Fidel Moreno, “aventurarse en lo imposible, agujerear la realidad,
ese mapa de lo posible, para crear en el oyente la sentida impresión de ir más
allá de lo que hay”.
“La excelencia en
cualquier arte es siempre difícil de alcanzar, pero la suma de talentos que hay
que tener para hacer una gran canción es menos común que la que hay que
tener para hacer un gran poema, y, sobra decirlo en este
ensayo, la potencia comunicadora y el impacto sociológico son muchísimo mayores
en el caso de las canciones”.
Sobre la evolución de la música
popular leemos en ¿Qué me estás cantando? que se trata de algo que
“se produce siempre por el cruce de fronteras, fenómenos de trasvase y
traducción que, lejos de empobrecerlo, renuevan el cancionero en un proceso
abierto de transculturación constante e inevitable”.
¿Qué me estás contando?
(que ocupó buena parte del desempeño del autor durante nueve años) no está
exenta de algunos errores de bulto, pocos y muy justificados dada la cantidad
enorme de información que desmenuza concienzudamente, pero destaca por si fuera
poco también por algo que es sumamente interesante en todo este tinglado: una
explicación de la evolución tecnológica de las grabaciones y los
reproductores musicales que, vista desde el punto de vista sociológico, le
aporta al libro un plus magnífico a su ya de por sí notoriedad.
En suma. un libro imprescindible si
se quiere hablar de la música pop(ular) española del siglo XX (que no cubre
entero).
“Si algo
demuestran las canciones es todo lo común que nos une y todas las idioteces que
nos separan. Estamos perdidos, sí, pero tenemos música y eso compensa”.
Continúa…

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