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Fidel Moreno y la heroína

La primera novela del escritor español Fidel Moreno, publicada en 2025, se titula Mejor que muerto. Músico y periodista también, Moreno es el autor del espléndido libro ¿Qué me estás cantando?, un extenso ensayo sobre las canciones populares en España que yo disfrutaba a medida que leía su debut narrativo.


En Mejor que muerto hay también música, pero no mucha, lo que encontramos sobre todo es la indolencia propia de un personaje, el protagonista, Julio, una despreocupación contumaz y casi científica que se nos muestra de una manera natural (siempre deseoso del “gusto por jugar con alegría”); hay todo eso que atañe a la vida matrimonial (la de Julio y su esposa Casilda: “los hijos de la democracia española, los adolescentes del 92, eran ahora una generación de adultos cansados”), la paternidad, la maternidad (cuando los días se hacen “interminables pero los meses pasan muy rápido”), por ejemplo; hay sexo, drogas bajo control (no en vano, Moreno es director de Cáñamo, que su subtitula a sí misma como ‘La revista de la cultura del Cannabis’ (así en mayúscula: Cannabis), aunque en la novela, además de otorgar un protagonismo a los porros que casi hace toser, se hace una apología literaria del uso consecuente de… la heroína); está algo del Madrid durante la Gran Pandemia reciente (un fenómeno de “aceleración histórica” que al protagonista parece traerle muy sin cuidado desde el principio y que le hacía escuchar “aquella algarabía con la misma distancia con la que escuchaba el parte meteorológico”). Hay en la novela mucho hoy español, mucho hoy madrileño (aunque no exista una calle Luis Rosales, como sí existe en la novela, que dé al parque del Oeste). Mucho hoy occidental. Y todo eso que hay en la novela brota desde una literatura conveniente que es incapaz de deslumbrar porque seguramente no lo pretende. Una literatura correcta, indiscutible, suficiente. Porque Fidel Moreno sabe narrar, tiene un ritmo más que aceptable contando lo que quiere contar al que quizás le atasque un poco alguno de sus diálogos demasiado correctos, como interpretados por actores preocupados no por la perfección interpretativa sino por la perfección gramatical. Y eso que quiere contar a mí me resulta de interés más porque en realidad lo es que por el hecho de que para contarlo se use un artificio moderadamente artístico, diferencial, singular, deslumbrante, ya digo.

[…]

 

Julio, en la cuarentena y repleto de natural pereza, es de los que creen que todos queremos, como él, “volver atrás con la malicia adquirida”. Alguien “cuyo verdadero logro en la vida consistía en haber aprendido a desperdiciar sus horas sin sentimiento de culpa”. Todo un personaje con una manera propia de dejarse llevar por los acontecimientos que no es más que “un acomodo en la decepción”, sin exponerse “al vértigo de las ilusiones o a las consecuencias del fracaso”.

 

“Atención y distracción, concentración y extravío, un pie dentro y otro fuera. La sobriedad y la ebriedad, el trabajo y el esparcimiento. Un hijo y un suegro. Una esposa y una amante. Y, ¡alerta!, que no te coma el tigre”.

 

También es alguien a quien le gusta tomar heroína porque le hace sentirse como flotando “en una agradable insolación” y decirse a sí mismo: “no estoy muerto, estoy mejor que muerto”. O cómo él mismo escribe:

 

“Cada droga impone sus formas; acostumbrados a estimulantes nerviosos tardamos en identificar la calma eufórica, el estímulo tranquilo del caballo”.

 

Calma eufórica. Estímulo tranquilo. Caballo. ¿Blanqueando la heroína?

 

“El nombre de heroína está bien elegido, pues infunde, al menos en pequeñas dosis, el valor de la concordia con uno mismo, tan difícil de sentir en circunstancias normales”.

 

Julio hace hincapié, Fidel Moreno hace hincapié, en el hecho de que no seamos capaces de distinguir “entre el abuso de un yonqui y el uso razonable y esporádico de la mayoría de los que consumen heroína”. Los dos agradecerían “que alguna vez se hable del caballo apartándose del relato típico del adicto que pasa del cielo al infierno y acaba, si salva el pellejo, en el purgatorio de una existencia sin brillo”. Como en Mejor que muerto. Misión cumplida.

En la novela no falta la canción que de alguna manera da título al libro: Heroin, cantada por Lou Reed en su grupo The Velvet Underground (“una de sus canciones más pesadas y melodramáticas”), donde se dice aquello de mejor que muerto.

 

Heroína, sé mi muerte. / La heroína es mi esposa y mi vida. / Porque una dosis en mi vena / llega a un centro en mi cabeza / y entonces estoy mejor que muerto.

 



[…]

 

Fidel Moreno juega con fuego, arriesga, mejor dicho, cuando le hace decir a uno de los personajes que la historia de Julio (lo que estamos leyendo, vaya) “parece la sinopsis de una novela barata: cuarentón casado a la espera de su primer hijo y empleado a las órdenes de su suegro y su mujer, mantiene una relación adúltera con una vecina okupa que lo inicia en la heroína. Todo estalla cuando una plaga de chinches llega al hogar familiar”. Pero Mejor que muerto es mucho más que eso. Y esa es la razón de que su autor se atreva a tanto.

Pues nada, a sentirse suspendido, colocado, “como flotando entre la eternidad y la nada”. Y estar mejor que muerto.

 

          “Y que todo acabara así, de una manera tan aburrida”.

 

Menudo final. Hay que estar muy seguro de sí mismo, y el autor, se nota, lo está. Un autor valiente a quien habrá que seguir sus pasos como escritor de ficción. Yo ya se los sigo como ensayista.

Lo que no es Mejor que muerto, aunque se la venda así, es una novela tragicómica. Ni falta que le hace.

 

Este texto pertenece a mi artículo ‘El debut novelístico de Fidel Moreno, Mejor que muerto, no es una tragicomedia’, publicado el 7 de septiembre de 2025 en Letras 21, que puedes leer completo EN ESTE ENLACE.

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