Estoy leyendo el libro de Analía Plaza. Tenía mis reservas porque un milenial contando la historia de los boomers es algo así como encargarle a uno del Barça la biografía de Florentino, se va a notar el pique. Pero oye, quién dijo miedo. Además, durante las entrevistas, Analía insiste mucho en su objetividad: "cuento lo que pasa". En el mismo título se nota, La vida cañón. Otra más sesgada lo hubiera llamado La vidorra que se pegan esos viejales que lo han tenido todo a huevo, ella no, ella prefiere deslizarlo en el interior del libro. Gracias.
El texto, cuyo título completo es La
vida cañón: La historia de España a través de los boomers, se inscribe
en ese subgénero emergente que mezcla sin complejos el estudio sociológico con
el panfleto. Por resumir. los llamo ensayos de trinchera. Su
mecánica es relativamente sencilla.
1. Se elige un tema polémico, no muy
trillado pero trendy, que encaje en las guerras ideológicas.
2. Se reduce la complejidad del
problema a la existencia de un colectivo privilegiado, cuya función narrativa
es la de malvado vizconde, y de otro grupo doliente que sufre su villanía y
ejerce de huerfanito de Dickens.
3. Resuelta la parte emotiva,
seleccionas toda la documentación que aporte verosimilitud a la trama y cierto
barniz académico al proyecto.
4. Sobre ese andamiaje de datos
parciales y verdades a medias ya puedes generalizar alegremente las
conclusiones que te salgan del toto.
5. Solo queda soltar algunas perlas
en los medios y esperar a que la indignación te promocione. Con suerte, podrás
cantar bingo si algún pazguato habla de cancelación.
De lógica es reconocer que mi generación ha disfrutado de un época especialmente dulce, tampoco para tirar cohetes, ojo. Entiendo, me preocupa, el desánimo que provoca un mundo cada vez más hostil y un futuro muy incierto. Necesitamos nuevas perspectivas, claro que sí. Lo que no trago es esa necesidad de azuzar un resentimiento entre generaciones que únicamente beneficia a los interesados en recortar derechos, convertir las pensiones en un negocio y llevarse la comisión. Por no hablar de que a Analía le molesta un poco todo. Que seamos disfrutones, que no nos consideremos viejos, que tengamos pocos hijos, incluso que duremos mucho y con pocas enfermedades. Eso sí, dice que no quiere inculpar a nadie. ¿Inculpar de qué? ¿De tener suerte histórica y trabajar 40 años seguidos? Pues si te pones así voy a decirte una cosa: haber nacido antes, chata.

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