Al escritor y crítico literario español Marcos Giralt Torrente le tenía yo leído solamente un libro, Tiempo de vida (Premio Nacional de Narrativa), donde trazaba la relación con su padre ya muerto, el pintor Juan Giralt. Inexplicablemente, desde aquella obra suya de 2010 que tanto disfruté no había vuelto a verme en la necesidad o la apetencia de leer ninguna otra suya. Hasta que en 2025 comencé a saber sobre su décimo libro, Los ilusionistas, de la misma ralea extraordinaria que el otro, en modo alguno una novela como leo por ahí que es (ninguno de los dos, por cierto).
Los ilusionistas está precedido por una cita del escrito Georges Perec que nos da muchas pistas sobre lo que vamos a leer (como les pasa a las citas de preámbulo bien seleccionadas): “Escribo porque ellos han dejado en mí su marca indeleble y porque su rastro es la escritura”. Eso es lo que hace Giralt Torrente (que dice detestar la nostalgia, algo que únicamente siente “por quienes ya no están”), abordar con su literatura excelsa ese rodal que ellos, su familia materna (la protagonista del libro), han posado para siempre sobre él.
“La
familia es el territorio de la memoria. Memoria de sí misma y del mundo que
la contiene. Memoria en construcción y no siempre fiable, donde el amor
y el conflicto confluyen. Dejarla totalmente de lado no es posible, vuelve en
los sueños y en las pesadillas”.
Eso
es Los ilusionistas: un libro de memoria(s), un libro sobre la
memoria, un libro sobre la familia (insisto, materna) del escritor Marcos
Giralt Torrente (que admite que, aunque ha tratado de ser objetivo, se ha visto
incapaz de eludir que pertenece “a la misma estirpe”). Le dejo explicar su obra
a él (que también nos advierte de que es casi tanto lo que sabe como lo que
ignora sobre sus familiares: “lo que conozco es apenas un vislumbre”):
“Este
libro, entre otras cosas, trata de eso, de los distintos elementos que nos
configuran y de la imposibilidad de atribuirles una sola causa. Es en parte la autopsia
de una familia, de sus miembros y de los hechos determinantes de sus vidas.
Habla de lugares y de generaciones, de la reverberación del pasado en el
presente y del apego a contar, a domar la vida con palabras”.
[…]
Uno
de los protagonistas, el primero que analiza y desmenuza Giralt Torrente, es su
abuelo materno, el famoso y reconocido escritor Gonzalo Torrente Ballester,
que “rebosa contradicciones” y es “puritano y carnal, católico y progresista,
egoísta y controlador, reservado y petulante, aspira a que la realidad se
amolde a las fluctuaciones de su ánimo”. Menudo poner las cosas en su sitio,
¿verdad?
“Sé
que era liberal, progresista y católico pragmático observante de los ritos. Que
era escritor y persiguió la fama desde joven, y que sufrió por no conseguirla
hasta tardíamente. Que hizo la Guerra Civil en el bando equivocado por confusas
razones entre las que lo ideológico pesó menos que los cálculos personales. Que
era inteligente, socarrón y un agudo conversador, pero muy poco resolutivo,
perezoso y nada práctico. Que el reconocimiento literario, cuando le llegó,
socavó la arrogancia intelectual en la que su despecho se había embozado. Que
era descreído. Que tendía a la autocompasión y a juzgar cualquier suceso por
sus efectos sobre él. Que era cariñoso, sentimental y fantasioso”.
Me
gusta leer que cuando el nieto trataba de defender “maniqueas teorías sobre el
compromiso de la literatura con la realidad”, el abuelo “contraatacaba”
alertándole “contra la costumbre, la tentación moralizante y el abotargamiento
estilístico”. Y me gusta porque eso dice mucho de los dos. De Marcos Giralt
Torrente y de Gonzalo Torrente Ballester.
Es
tal la capacidad del autor de Los ilusionistas para pormenorizar el sentido
del vivir de sus familiares que uno al leer el libro no deja de quedarse
pasmado (como el rey de su abuelo) ante tamaño desparpajo artístico,
profundo, prolijo, a menudo hipnótico. Espectacular, de autor autor, de
verdadero literato que escribe con soltura, con fervor por su arte, pero sobre
todo con la plena dedicación de quien explica lo que ha meditado y cómo y
cuáles son los resultados de sus pesquisas, de sus vivencias recordadas,
recreadas, revividas.
“El
pasado se deshace al alejarse. Se embellece o se afea. Recibimos historias
heredadas que nuestra memoria transforma y las implementamos con las propias,
igual de dudosas. Para explicarnos, más importantes que los hechos son los
mitos que nos forman”.
Leo
en el libro cosas como que “la realidad no es exclusivamente lo que vivimos
sino, sobre todo, lo que perdura del pasado” y no puedo evitar recordar yo
todas esas reflexiones que hacemos a menudo los historiadores sobre la materia
de la que están hechos nuestros sueños (es un decir): el pasado.
“El
paso del tiempo conlleva olvidos y prioridades nuevas que nos hacen
considerar a otra luz experiencias pretéritas”.
[…]
Otro
de los protagonistas de Los ilusionistas es su tío Gonzalo Torrente
Malvido, hermano de su madre, segundo de los hijos del autor de La
saga/fuga de J.B, alguien con “un sentido del humor desopilante” que era
una de las personas más alegres que Giralt dice haber conocido. Un personaje,
una persona “a salto de mata”, más novelesco que los de sus propias novelas,
que las escribió, digno heredero literario de su padre. “Un virtuoso de
la seducción”, un embaucador que sustituyó ese “repetir el modelo paterno” para
“entregarse a una carrera delictiva” que le llevó en varias ocasiones a prisión
y a ser un indigente en sus últimos años de vida, “un indigente atildado”.
La
abuela materna del autor, Josefina Malvido Lorenzo, también tiene
su propio capitulo en el libro. Como su tía Marisé (Maria Luisa), cuya
“ternura torpe, su fragilidad áspera, su parquedad ruinosa, su cariño a prueba
de bomba” aparecen nítidamente en Los ilusionistas. O su otro tío
materno, Francisco Javier, que hacía que uno se sintiera protegido a su
lado, pues “yendo con él sabías que, si surgía un peligro, sería el primero en
batirse por ti sin preocuparse de arriesgar su vida”. Y, por su puesto, su
madre, Marisa (Maria Luisa) Torrente Malvido, a quien define por su
“fortaleza tallada a golpe de mar de sus ancestros gallegos”, sus “códigos de
diferenciación burguesa bien aprendidos para transitar por el vértice” y por
poseer “la seguridad apabullante de algunas guapas”. De ella dice Giralt que lo
que él es, lo que ha conseguido, lo que puede pensarse que le enorgullece se lo
debe “a los rudimentos que ella” le dio: “un territorio en el que crecer,
cierta confianza”.
“Me
gusta mi madre, su ligereza, su brillo, su buen humor, el efecto que causa en
los otros”.
La
gran pregunta de todo el libro es “¿qué nos hace ser como somos? Y a
responderla dedica el autor gran parte de su esfuerzo escritor. “¿Por qué
alguien es como es?” La vida es algo en lo que “los niños lloran y la gente se
muere”. En la vida de las personas “siempre queda una zona de sombras”. Y el
pasado, lo anterior a nuestro nacimiento, defiende Marcos Giralt Torrente,
“puede tener mayor incidencia en cómo somos o cómo sentimos que cualquier
decisión, por concienzuda que sea”. Lo dice alguien “afecto al virus familiar”
de los Torrente Malvido, ese que los lleva a “completar los huecos inacabados
de la realidad”. Alguien capaz de escribir sobre la memoria de esta manera casi
prodigiosa:
“La memoria que ha sido artificiosamente contenida, al
estimularse, encabrita ecos que la escritura embrida de imprevistas maneras”.
Este texto pertenece a mi artículo ‘La autopsia del escritor Marcos Giralt Torrente a su familia materna’, publicado el 29 de noviembre de 2025 en Letras 21, que puedes leer completo EN ESTE ENLACE.

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