José Sacristán y los peatones de la historia

José María Sacristán Turiégano nació en la localidad madrileña de Chinchón el 27 de septiembre de 1937, en plena Guerra Civil española, si bien desde jovencito creció y vivió en la capital de España (a raíz de que, a su padre, Venancio Sacristán, el Venancio, quien será su referente moral, recién excarcelado, lo desterraran). Cineasta y hombre de teatro, interpreta y dirige. También escribe. Pero sobre todo es un ser humano como la copa de un pino. Es sabido.


Desde 1960, cuando debutó como actor teatral, Sacristán (de quien el crítico cinematográfico Luis Martínez dijera aquello de que “José Sacristán es España. Entera”) viene ocupando ese espacio creativo actoral (y de dirección) que le ha hecho célebre y le ha valido ser miembro de la Academia de las Artes Escénicas de España y merecedor de un Premio Goya al Mejor actor protagonista (2012: por la película El muerto y ser feliz, dirigida por Javier Rebollo) y del distinguidísimo Goya de Honor (2022), así como del Platino de Honor de los Premios Platino del Cine Iberoamericano (2020) o el Premio Nacional de Cinematografía (2021), la Medalla de Honor del Círculo de Escritores Cinematográficos (2020) y la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes (2001).


Cito algunas películas suyas, pocas (de entre las muchas en las que ha participado: más de 125), a modo de prueba reconocible de su categoría artística: Solos en la madrugada, de 1978; Soldados de plomo, dos años posterior (que dirigió, escribió y protagonizó) La vaquilla y El viaje a ninguna parte, de 1985 y 1986, respectivamente; Un lugar en el mundo, estrenada en 1992; y Magical girl, de 2014. Y algunas obras de teatro en las que ha intervenido son Julio César (1964), Una jornada particular (1984), La muerte de un viajante (2000) y Señora de rojo sobre fondo gris (2018).

La Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de España explicó que se le otorgaba el Goya de Honor por “ser un modelo de entrega, pasión, ética y profesionalidad para todos los cineastas jóvenes. Por ser el rostro y la voz del cine español de las últimas seis décadas. Por saber representarnos de forma única en tantos títulos inolvidables que forman parte de nuestra memoria íntima. Y por haber sabido adelantar desde el reflejo que nos ha devuelto en la pantalla algunos de los grandes cambios que hemos vivido en nuestro cine y en nuestra sociedad”. Cuando lo recibió el 12 de febrero de 2022 en València nos hizo llorar (ebrios de esa sensibilidad a flor de piel que solamente transmiten los gigantes) a muchos de los que escuchamos su discurso conciso y recitado de memoria, declamado con esa voz que es el alma de las estatuas.

 

“Gracias a todos los que con su confianza en mi trabajo me permiten seguir arando, sembrando y cosechando frutos como este. […] Me siento orgulloso de ser uno de los doce primeros números de esta noble y esforzada tropa. […] Muchas gracias al público, a todos esos hombres y mujeres que cada año, y hace ya la friolera de más de sesenta, bien en manojo o bien en ristra, me siguen comprando los ajos. Muchas gracias”.

 

Lo de la noble y esforzada tropa hacía referencia a que él fue uno de los miembros fundadores de la Academia. Como lo es también de la Unión de Actores y Actrices.


Lo que en abril de 2024 escribió Javier Zurro de Sacristán en elDiario.es es lo que yo querría haber escrito cuando me propuse escribir sobre un artista descomunal al que llevo admirando desde hace muchos años:

 

“Cuando José Sacristán habla, el mundo calla. Calla por su voz grave. La voz que ha acompañado a tanta gente por la historia de este país. La voz que hizo reír a muchos españoles durante las comedias del franquismo y del destape. La voz que luego les emocionó en el cine de la Transición y la democracia. En el teatro. Sacristán es la voz en off de nuestra vida. También es una voz de la conciencia. Tantas décadas en el escenario le han dado el privilegio de decir lo que quiera y cuando quiera. Siempre comprometido, pero siempre crítico. Reconoce que no se puede callar, porque siente encima el peso de una memoria que en su caso es personal e histórica. La de un padre preso por luchar contra el franquismo y la de quien sufrió en carne propia la dictadura durante años”.

 

Sacristán ha canonizado su larguísima y reconocida trayectoria actoral como algo suavemente dominado por lo que él llama “la profunda seriedad del juego”.

 

“Mientras la madre naturaleza lo autorice, ahí seguiremos, jugando. Con responsabilidad”.

 

Presume y alardea de ser, lo dice él mismo, “una buena correa transmisora de las inquietudes, los sentimientos, las frustraciones, los anhelos de la gente de a pie”. Y no, en su currículum no hay Reyes Lear, no hay Macbeth, lo que hay a espuertas son Marianos, Pepes, Fernandos, Enriques… “gente de andar por casa” porque él de lo que se siente orgulloso es “de ser uno más, de ser la correa transmisora de estas cosillas que le pasaban a los españoles y españolas de un tiempo”.

Él, Pepe Sacristán, José Sacristán, el hijo de la Nati, de cuya muerte cuenta que “cuando le dimos tierra, a mí me tuvieron que sujetar, porque me tiré al hoyo. No me podía creer que la Nati fuera a estar allí”. Natividad Turiégano, la madre de un buen hombre, la madre de uno de los mejores actores españoles de todos los tiempos.

A comienzos de 2016, el periodista Antonio San José le entrevistó en la Fundación Juan March, como pregunta final le pidió una propuesta para mejorar esta sociedad nuestra que necesita a tantos Sacristanes. Y respondió:

 

“Yo primero insistiría en esto de averiguar dentro de nosotros mismos qué capacidad real tenemos de corregir las cosas, empezando por nosotros mismos, sin flagelo ninguno. Mucho antes de echarle la culpa a alguien yo pienso qué responsabilidad tengo. Vamos a empezar por nosotros mismos y a partir de ahí yo creo que hay un obligado acto de reflexión a propósito de cómo manejar lo que pasa ahora.

Lo segundo, está claro que hay una relación de fuerzas desigual. Somos el segundo país de Europa en desigualdad económica. Sin embargo, para mucha gente estamos saliendo de la crisis. Los ricos son cada vez más ricos y los pobres son cada vez más pobres. En este país, la izquierda no solamente ha mirado para otro lado, sino que se ha hecho cómplice de un sistema que lo ha hecho es decir “ahora yo tengo el poder”. ¿Habría una solución? Esta es la pregunta.

Y lo tercero, quitar el IVA cultural (bromea). No, en serio, necesitamos confiar en alguien, si no esto sería invivible. Creo que hay mucha más gente que merece la pena que la que no. Seguir adelante, sonreír y defender cada uno su parcela y, en la medida de lo posible, sin joder a nadie”.

 

Una de mis máximas que procuro emplear como faro moral de aspecto profundamente egoísta, y por tanto humorístico, dice que lo importante es no hacerse daño. Pues no, lo importante es seguir, sonreír, defender lo que es nuestro, pero procurando no joder a nadie. Al fin y al cabo, es lo que piensa alguien que se siente “orgulloso de transmitir las frustraciones y anhelos de la gente de a pie”. De nosotros, los peatones de la historia.

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