Los libros cubiertos de falsa modestia se acercan por nuestra espalda y nos disparan mal al corazón, que nunca está en su sitio.
Los
libros estucados después del Holocausto nos recuerdan dónde sepultamos la
memoria mientras el pasado se inventa un futuro donde las letras compongan
poemas.
Los
libros encuadernados de fresas se equivocan una y otra vez para concernirnos
como si nada fuera de ellos pudiera ser evidencia y deseo.
Los
libros aprenden rápido, nos lanzan sus mentiras y sus verdades a medias sobre
nuestros ojos empapados del ágil vértigo de las neuronas, y cuando nos saben
entregados se cierran lentamente para acomodarse en las hogueras del olvido.
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