Gloria Laguna, condesa de Requena: el mundo por montera; por José María López Ruiz


Esa expresión de reminiscencias taurinas es la más grafica para hablar de Gloria Laguna (condesa de Requena), que eso es lo que hizo con el mundo rancio en el que había nacido y crecido (ponérselo por montera). Muy pronto decidió que no iba a soportarlo.

        Pocas unanimidades se han dado respecto a un personaje, como en el caso de la aristócrata Gloria Laguna. Todos sus contemporáneos sólo discrepan en el grado de golfería de esa rama rebelde de la nobleza, unos para ensalzar sus modos libres e independientes, otros para hundirla en el fango de todas las depravaciones. Seguramente, la cosa estaría en un término medio. Emparentada con el también rebelde a su clase Antonio de Hoyos y Vinent, escritor maldito y de costumbres bastante disolutas para su tiempo, junto a él y otros amigos de excentricidades organizaba periódicas excursiones a los barrios bajos madrileños (entendidos, también, bajos en lo moral) en busca de emociones fuertes.

          La condesa de Requena compartía esa anarquía social con actitudes en los antípodas: por ejemplo, siguiendo compulsivamente la moda, las más variopintas modas, y dando un paso más, acabando por convertirse, ella misma, en implantadora de gestos y hábitos contracorriente. Así, un buen día descubría cómo muchas mujeres se saludaban, o vestían, o hablaban como se decía que lo hacía Gloria Laguna. En el caso del saludo, éste consistía en un movimiento específico y casi en clave. Pero esto no dejaba de ser una nimiedad porque, realmente, toda ella –su personaje- era motivo de curiosidad. Se daba el caso de que muchos de los asistentes a los salones sicalípticos de cuplés –personal masculino en su mayoría- apenas prestaba atención a lo que ocurría en aquellos pequeños escenarios y desviaban su atención hacia el lugar en el que la traviesa Gloria, siempre acompañada por alguien sospechoso, acababa dando la nota, comunicándose con signos gráficos más que evidentes con alguna de aquellas cupletistas de moda, como Emérita Esparza, sin ir más lejos.

          Incluso, con motivo de la muerte de otra célebre cupletista, La Fornarina, salió a relucir un nuevo, posible idilio que se habría producido entre ambas. Al parecer hubo testigos que vieron a Gloria Laguna, en primera fila, aplaudiendo a rabiar y comiéndose con los ojos a la después malograda Consuelo Vello. Contaban los testigos que, a continuación, hizo una visita al camerino de la intérprete del Polichinela y, desde ese momento, la condesa de Requena no dudó en exhibirse con ella en cualquier reunión social, ajena, como hizo siempre, a las habladurías o, incluso, provocándolas adrede. El interés por el cuplé -y por sus diosas- no paró ahí, y a la Esparza y La Fornarina seguirían otras colegas de aquéllas, como la napolitana Olympia D’Avigny, o, incluso la exótica danzarina Tórtola Valencia. Acusada de todas las debilidades (sin exceptuar esas tendencias lesbianas, fijas o aleatorias), la vitalidad de esta mujer hacía que amara en cualquier dirección. Así, un buen día decidía exhibirse con el torero de moda (pongamos que Bombita), al que, desde el palco de la plaza, lanzaba besos, oles y hurras. (María de la Gloria Collado del Alcázar –nuestra condesa, pues tal era su auténtico nombre- había claudicado en su momento, y contraído un matrimonio de clase en 1904 con un noble muy noble, pero arruinado y golferas, que en absoluto amaba a su mujer. La misma burlada esposa que, pasado un mes escaso, dio por rota la forzada unión. A partir de ahí, ella sola reinaría sobre ella misma y viviría su vida.)  

          En política no ocultó en su momento su simpatía por Sagasta y el Partido Liberal, llegando a ser designada presidenta de la Juventud Democrática de aquel partido. No podía ser de otra manera para una mujer que se proclamaba librepensadora. Aunque en relación a esto hay una anécdota reveladora: residiendo en Murcia, quiso congraciarse con la ciudad y regaló un manto a la Virgen de la Fuensanta, un manto que había encargado al modisto de moda en París, Worth, pero una vez enviado a la ciudad, las autoridades eclesiásticas locales lo rechazaron de plano. Gloria no perdió la sonrisa y espetó al señor obispo que el sagrado manto se lo llevaría a su casa y lo utilizaría como colcha… Pasarían tres lustros para que la clerecía murciana se olvidara de la pecadora y, por fin, la Virgen murciana pudiera lucir su lujosísimo manto.


         
Gloria Laguna había nacido en Madrid en 1878 y moriría en la misma ciudad en 1949. Ya durante la República empezó su ostracismo (los tiempos eran otros). Y, al parecer, en los primeros años 40, se creyó en la obligación de solicitar dinero y ayuda para las enfermeras que se enfrentaban a los espectros llegados de Rusia, aquella División Azul diezmada en la patria del proletariado (colaboración crematística solicitada y, por cierto, no bien recibida por el falangismo oficial). Luego, sin duda, asfixiada en sus últimos años en una dictadura clerical y antifeminista, destilación macabra y sádica contra todo lo que ella había querido vivir -y vivió a tope- años atrás, la condesa de Requena, más conocida por Gloria Laguna, se fue al otro mundo mucho más discretamente que en los muchos momentos de su vida, nimbados de todo lo contrario.

 

[Este artículo de José María López Ruiz fue publicado con anterioridad en la revista digital Analytiks]

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