¿Es excesivo el Bardo de Alejandro González Iñárritu?


El cineasta mexicano Alejandro González Iñárritu no pasa nunca inadvertido. Su cine, digo. Acabando el año 2022 estrena una de esas obras suyas en las que incluso es el responsable de su edición (montaje): Bardo, falsa crónica de unas cuantas verdades. Más de dos horas y media, 159 minutos casi apabullantes, oníricos las más de las veces, demasiado premeditadamente pretenciosos. Pretenciosos en el mal y en el buen sentido. González Iñárritu dirige y escribe (escribe junto a Nicolás Giacobone) un film que como suele ocurrir con este tipo de obras es recibido por una doble perspectiva de adoración y animadversión. Mientras hay quien ve en Bardo (cuya espléndida fotografía es responsabilidad de Darius Khondji) una maravilla llena de destrezas artísticas emocionalmente significativas, existen por otro lado opiniones que la tildan de inane, tramposa, sobredimensionada. Yo he de decir que pese a esa grandilocuencia aparentemente pretenciosa disfruté casi todos los minutos de esta obra cinematográfica autobiográficamente excesiva pero no excelente, muy bien interpretada por Daniel Giménez Cacho y Griselda Siciliani.


La sinopsis de FilmAffinity dice de Bardo que “es una comedia nostálgica en el marco de un viaje épico. Una crónica de incertidumbres donde el protagonista, un reconocido periodista y documentalista mexicano, regresa a su país enfrentando su identidad, sus afectos familiares o la absurdidad de sus memorias, así como el pasado y la nueva realidad de su país”. El protagonista, eso sí, quiere ser el propio Alejandro González Iñárritu.

Al crítico cinematográfico de El País, Javier Ocaña, lo que le queda claro es que González Iñárritu "se mira el ombligo de artista” sin ser capaz de trascender: “Bardo es simplemente indefendible". En esa línea, Luis Martínez (El Mundo) dice del cineasta que “se atraganta de sí mismo” de tal manera que, “en su desmesura y su autocomplacencia, acaba estrellándose contra el cielo”. Autocomplacencia adivina también en el largometraje el crítico de La Razón Sergi Sánchez ("Iñárritu nunca se preocupa por la verdad de sus imágenes, que, en un continuo de excesos a cuál más efectista, naufraga en las lágrimas de su autocomplacencia”).

Hay, no obstante, ya dije, quien disfruta viendo Bardo. Así, también en El País, se le pudo leer a Tommaso Koch escribir que "el filme está lleno de virtudes que ofrecer (...) Una galería de maravillas técnicas y de inventiva (...) un sinfín de asuntos y frases que, una vez apagada la pantalla, se quedan con el espectador". Porque yo también creo, como Juan Pando (Fotogramas), que "es un desacierto ver en Bardo tan solo un delirante proyecto de vanidad de su director, porque es, por encima de eso, una película notable, irregular y excesiva, pero notable”.

No estoy de acuerdo con Javier Zurro (eldiario.es) cuando casi nos grita que "el ego desmesurado de Iñárritu sepulta Bardo (...) es un ejercicio de exhibicionismo y ambición desmedida que en vez de emocionar produce distancia (...) todo quiere ser tan apabullante que cansa". No estoy de acuerdo pero no me cabe ninguna duda de que es muy comprensible haber visto en ella lo que Zurro, Ocaña, Martínez y Sánchez han decidido ver.

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