Mi primera novela de Eduardo Halfon


Llevo un tiempo leyéndole a mi amigo el escritor y crítico literario David Pérez Vega maravillas sobre un escritor guatemalteco llamado Eduardo Halfon. Y por fin me he decidido a leerlo. A Halfon, que a Pérez Vega ya lo vengo leyendo con gran disfrute.

 

“Yo no terminaba de entender eso de la situación política del país, pese a estar ya acostumbrado a dormirme con el sonido de bombas y tiroteos en las noches; y pese a los escombros que había visto con un amigo en el terreno detrás de la casa de mis abuelos, escombros de lo que había sido la embajada de España, me explicó mi amigo, al ser ésta incendiada con fósforo blanco por las fuerzas del gobierno, matando a treinta y siete funcionarios y campesinos que estaban dentro; y pese al combate entre el ejército y unos guerrilleros justo delante de mi colegio, en la colonia Vista Hermosa, que nos mantuvo a todos los alumnos encerrados en un gimnasio el día entero. […] Era el verano del 81. Yo estaba a punto de cumplir diez años”.

 

He comenzado por su novena novela, Duelo, publicada en 2017 y multipremiada. Hay algo en ella deliberadamente inquietante que no es lo que más me ha entusiasmado, porque lo que más me ha entusiasmado es la escritura extraordinaria de Eduardo Halfon, su capacidad para envolverme como lector de una forma admirable y tranquila.


Biográfica. Duelo es claramente una novela biográfica, no en vano su protagonista y narrador se llama Eduardo Halfon (“siempre me ha espantado más la desidia del hombre ante el horror que el horror mismo”). ¿Hasta qué punto la realidad y la ficción aparecen, van y vienen a lo largo de Duelo? Francamente, ni lo sé ni me importa.

 

“De niño, mi abuelo me decía que el número tatuado en su antebrazo izquierdo (69752) era su número de teléfono, y que se lo había tatuado ahí para no olvidarlo. Y de niño, por supuesto, yo le creía”.

 

Por cierto, el escritor Eduardo Laporte mantiene (eso le he leído en el muro de Facebook precisamente de Pérez Vega) que echa “en falta pimienta en Halfon. Riesgo en el estilo. Le veo medido, parco, tan escueto que se me escapa. Incluso frío. Como una literatura aséptica.”

Pero quién mejor para intervenir en esta breve reseña de un libro breve (como al parecer lo son siempre los de Halfon) que el mismísimo David Pérez Vega, quien escribiera hace cuatro años en su recomendadísimo blog Desde la ciudad sin cines esto (y muchas más cosas sabrosas) sobre Duelo:

 

“En las páginas finales de Duelo, Halfon nos hablará de los ritos ancestrales y mágicos de su país, Guatemala; aunque, en la antepenúltima página, un niño le diga que él no parece de allí. Y en esta búsqueda de la identidad, del ser y no ser, del nombre falso y del verdadero, de las raíces reales e impostadas, se mueve la obra de Eduardo Halfon”.

 

Al personaje Halfon, al narrador Halfon, alguien le dice respecto de su ser o no ser de Guatemala tras tantos años fuera del país: “usted, joven, siempre va a ser de aquí”.

 

“La lluvia era ahora una cortina de seda, apenas perceptible pero constante. Había un cayuco inmóvil en el agua, lejos, su contorno negro apenas visible en la penumbra del ocaso. Un pequeño pueblo empezaba a titilar del otro lado del lago. Atrás de mí, la montaña entera parecía el chillido de un solo murciélago. Me quedé viendo el agua, tan oscura y serena a esa hora de la tarde, y de pronto se me ocurrió que ahí mismo, en el fondo del lago, aún estaba mi reloj de hule negro, aún cronometrando, aún a la espera de que llegase al punto final de aquella línea recta, de aquel último paseo en hawaiana. Y yo seguía fumando, intentando no mojarme tanto en la lluvia ni prestarle mucha atención a la sangre fresca en el suelo del patio techado, cuando por fin vi a la anciana asomarse por la orilla. Machaqué mi cigarro en la tierra”.

 

Seguiré leyéndote, Eduardo. Seas quien quiera que seas.

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