Las guerras

Canciones para esperar una guerra, canciones para vivir el presente,

canciones para ser amado, canciones para esperar a la esperanza.

 


Mujeres muertas tras mil montañas, niños muertos y varones muertos:

ya no podéis huir de las guerras de otros

[para los muertos las guerras siempre son de otros],

las guerras son una torpe manera de quitar la razón,

una magnífica forma de quitar la vida.

Guerras en la historia siempre presentes,

guerras del pasado, guerras del futuro,

siempre sois hoy, sois puro ser hoy.

Qué fácil es odiar las guerras,

soldados y máquinas y niños en los parques,

aviones plateados sin su canción,

pero me asalta una duda, primero me asaltó el terror cuando la guerra se personó en mis pantallas y ahora una duda,

terribles guerras ignorantes, no sabréis responderme:

¿cómo acabar con los que imponen la guerra?, ¿qué quedará en mis manos?

Y recuerdo y recuerdo y recuerdo y nunca hallo humanos sin guerras,

jamás la escuela y un verso os derrotó, guerras del demonio, guerras de los humanos,

malditas guerras: aborrezco vuestra solvencia irreparable.

 

Hay una guerra y la guerra es mala,

hay unos asesinos y los asesinos son malos,

hay unos muertos y los muertos son solo muertos,

hay una guerra y Hitler ya no mira para otro lado,

hay una guerra y hay una paz y hay una guerra

y hay una paz.

Miro hacia el pasado y no veo más que guerras,

veo en el futuro miedo y más armas,

y veo que la guerra sigue siendo mala,

y que los asesinos siguen siendo malos,

y los muertos, muertos…

No a la guerra no es suficiente.

No a la guerra y no a esta paz.

No a los muertos y no a los asesinos.

Estoy hecho un lío: seguiré escuchando a los halcones

y seguiré escuchando a las palomas.

Pero sí, la guerra es mala, qué duda cabe.

 

Cantáis esas canciones como si fueran vuestras,

las ponéis esa sintonía emocionante así a lo bestia,

como si no nos debierais nada a los demás,

como si no fueseis humanidad.

Tocáis esas baterías con tanta saña,

esas guitarras de fuego y cielo.

Gritáis esas melodías incandescentes a lo grande,

con los latidos de vuestros pianos de agua,

como si la emoción os saliera del alma,

como si no nos estremecierais rotundamente,

y lo hacéis todo pensando en nosotros,

en un auditorio universal de estrellas solemnes,

de estrellas enardecidas y festivas.

Lo hacéis ensimismados en nuestros recovecos,

adolescentes en un mundo vibrante y al acecho,

jóvenes sin edad ni vísperas.

Gracias por darnos los sonidos de la respiración,

gracias por provocarnos la danza y la santidad,

porque sin la música no hay nada: sólo el silencio de las guerras.

 

Nada como las guerras para olvidarnos de soñar muertos.

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