El fascinante grito que es la novela Panza de burro de Andrea Abreu


Según leía la novela Panza de burro, de Andrea Abreu, sentía que es mucho mejor de lo que la polémica en torno a ella hacía presagiar. Y muy corta, algo que se agradece ante tormentas así. Un libro bien medido. ¿Cómo consigue su autora que, cuando leemos su novela, lo que veamos, lo que escuchemos, lo que olamos… lo que sintamos y respiremos sean personas de verdad, y no literatos haciéndose pasar por humanos? Es fascinante esto de la literatura, esto de la lectura. Esto de la escritura.

Panza de burro fue publicada en 2020, es decir, en el Primer Año de la Gran Pandemia, y es la primera novela de Abreu, que tenía entonces 25 años. ¡25 años! Pero no es su primer libro, pues de 2017 son sus dos primeros poemarios.

Su editora, la también escritora Sabina Urraca (esta es su primera experiencia editando un libro de otra persona: “me siento genuinamente feliz al pensar que he puesto mi fuerza en algo tan bello”), dice en el texto que prologa la novela que había llegado “a pensar que Panza de burro no era un libro, sino más bien un largo y poderoso exabrupto, un estallido de emoción a las faldas de un volcán, un corazón de mirlo latiendo bajo la tierra. He pensado que podría expresarse a través de un grito en una playa. Y nada más”. Ojalá la literatura se lea, escribe Urraca, “como se escucha una canción, una canción en un idioma extraño que el cerebro, a fuerza de escucharla, vaya desentrañando”. Bueno, y quizás eso sea lo que es esta primera novela de Abreu, pero no obstante creo que hay algo más que yo pueda decir. O tal vez no.

 

“Como un gato. Isora vomitaba como un gato. Jucujucujucu y el vómito se precipitaba dentro de la taza del váter para ser absorbido por la inmensidad del subsuelo de la isla. Lo hacía dos, tres, cuatro veces por semana”.

 

Así es como comienza Panza de Burro. Isora es la Gran Amiga de la protagonista (“Isora era la que tenía mal de ojo, solo ella tenía esas cosas, a mí no me pasaba nunca nada”). Las dos son niñas que aterrizan en la adolescencia en una pequeña localidad tinerfeña del norte de la isla, cerca del vulcán. El vulcán es el innombrado Teide, totémico y abrumador durante todo el libro. No es la única amenaza permanente que se cierne sobre la narración a menudo jovial, casi siempre maravillada o perpleja o sencillamente infantil y muy personal.

 

“Yo ya estaba sintiendo ese agotamiento inmenso, esa tristeza de nubes bajas sobre la cabeza”.

 

[…]

 

La arrolladora personalidad en ciernes de Isora, Isora, a la que “el pelo le crecía demasiado cerca de los ojos”, Isora, que “parecía una niña de la época de los guanches”, Isora, “tan morena, con los ojos como dos luces verdes encendidas, la cabeza apretada, el hueco de la barbilla cada vez más abierto”. Isora y ese hueco de la barbilla suyo, “casi un nido de picapinos, perfecto, redondo, como escarbado con un pico”. Isora.

Haber leído Panza de burro ha sido quizás “como cuando uno huele una cosa que sabe que siempre va a recordar, aunque pasen y pasen los años”. Me he sentido muy a gusto, también molesto cuando la narración me lo pedía, pero me ha encantado ver a las dos niñas protagonistas sentadas como si fueran “mariposas de noche viviendo en el cielo”.

Al final va a resultar que no tenía más que decir fuera de lo que Sabina Urraca (“ojalá siempre se editara con envidia”) escribiese sobre Panza de burro en sus prolegómenos. O tal vez sí.

[…]

 

Este texto pertenece a mi artículo ‘Andrea Abreu escribe un corazón de mirlo latiendo bajo la tierra’, publicado el 24 de octubre de 2021 en Narrativa Breve, que puedes leer completo EN ESTE ENLACE.

Comentarios

Entradas populares

Los textos incluidos en este blog son propiedad exclusiva de sus autores. Se permite su uso y reproducción, siempre y cuando se respete su integridad, se cite la fuente y su utilización no busque fines comerciales ni implique la obtención de ingresos económicos de cualquier tipo.