Ese mundo desaparecido fue escarcha y llama, lavanda y náusea,
fue nuestros rezos y fue todo
lo que hubo,
peces ateridos en la plata, águilas
imperiosas sin anillos, un arado de óxido marchito sobre tierra cuajada de
soledad,
fue bailes junto a las
hogueras, salmos de arena y cristal.
Ese mundo desaparecido existió,
brilló, se apagó y ahora está en los libros,
en las ruinas silenciosas, en
los muertos sucintos, en las sonrisas de lana,
está en las plantas crecidas sobre
el pasado y en las ciudades de hierro.
Ese mundo desaparecido quiso
decirnos todo y ahora únicamente es capaz de palpitar, de sufrir su eternidad
olvidada.
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