El fin del mundo es ya


Escribir un cuento, un cuento como ese del tipo que preferiría no hacerlo, el individuo aquel que al principio tiene su gracia en su desidia administrativa, pero que cuando se convierte en un plomo, un palizas, algo como un hastío no buscado, le deja a uno mirando al vacío donde la Grandeza es reconocida por los sibaritas cools del arte en MAYÚSCULA, sublime ARTE en su incomprensible explicación demencial de la realidad, como si la realidad no tuviera ya sus cosas de chalados y chaladas hartas y hartos de escamotearle a la verdad su razón de ser. Literatura.

Escribir un cuento, decía. Un tsunami emocional como el de Luis Prado, pero sin música, es decir, silencioso, carente del oleaje rítmico de los sonidos que nos ponen a vivir como Dios manda, ungidos de ese bronceador del alma que se esconde en el alma de las guitarras y dentro del cuero recio y elástico de los tambores para la danza. Literatura pierde con Música en la Superliga de los entusiasmos y las conmociones. Por goleada.

Escribir un cuento. Breve. Un relato en el que a las personas les pasen cosas, les ocurran esas minucias deslumbrantes que convierten a las heroicidades que nadie contó en tumbas sobre las que nadie tiene nada que llorar.

Uno sobre el Fin del Mundo. Un relato sobre los últimos días de Todos. Pompeya escondida.

 

Mira en la pared el nombre de ella. Las cinco letras del nombre de -----. Ásperas las letras pero ya deslizadas cada una hacia el suelo, y en la esquina sangre reciente. Olor a carne quemada. Como en aquella de Gabinete (Caligari). La recuerda. Sonaba en su tocadiscos cuando vivía en la colonia y la vida aún no había recibido tanto y tan fuerte. Dar y recibir.

 

Sigo escuchando el disco de Luis y suena El fin del mundo es ya. Por la noche leo el cuento ‘El último día del mundo’, del escritor Juan Eduardo Zúñiga… Y me rindo. Dar y recibir. Escribir un cuento, otro cuento sobre el fin del mundo puede esperar. Eternamente.

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