The Doors


1965. Jim Morrison conoce a un amante del bues de Chicago llamado Ray Manzarek, un teclista que ya olfateaba el poder roquero de la música electrónica. 

1966. Jim y Ray se unen al baterista John Densmore y al guitarrista Robby Krieger y comienzan a tocar con un nombre extraído de un poema de William Blake ("Si se purificaran las puertas de la percepción, todas las cosas resultarían infinitas para el hombre...").

1971. 3 de julio. Jim muere y casi también The Doors (aunque no del todo).

Habían compuesto e interpretado la música intensa de algunos de los efímeros instantes más excitantes del rocanrol del siglo XX.



Jim Morrison: eres años después un sólido sueño de arcilla, Jim tan bello y tan de una época para arder; recuerdo cuándo te descubrí y dónde, como para olvidar aquel calambre sublime; con la determinación de un experto cazador me sigo entregando a tu reinado saurio: Jim y las puertas de la percepción, Jim y la oscura necesidad de amar, de recibir amor y sucumbir al grito, Jim y las personas y los desiertos, Jim y el blues juvenil de las tumbas, el de las danzas y el peyote azul, Jim y la lucha contra nuestros demonios, contra las ficticias fuerzas del mal, contra el universo fascinante y falso, Jim y la turbulencia de lo efímero, Jim reinando entre el dolor y el duelo, rey abstracto de lo concreto, rey apasionado de la muerte, Jim y el sexo y el cuero y los sueños, espejo de adolescentes sin héroes, Jim Morrison todos te adoramos, incluso quienes te pillamos el truco; eso yo, y José Luis Zapatero, que nos contó que “con los Doors aprendí que en los años sesenta no todo era flower power y colorines; en 1965 Jim Morrison se embutió en unos pantalones de cuero negro, fundó los Doors y se convirtió en el Rey Lagarto: la estética oscura y las letras complejas de los Doors se encontraban alejadas de la corriente hippy de la época, pero entroncaron bien con la psicodelia”.

 

I

las famosas puertas de la percepción

siempre me olieron a marihuana

me dejaron un sabor a blues culto

ay la percepción y sus presencias

una cosa es mirar y otra ser visto

una escucharse y otra oírse

un remedo de nubarrones

una suerte de agua de manantial

atisbos infrecuentes de losas herbáceas

sensaciones de arrullos marinos

las puertas de la percepción y sus agujas

horadan en ocasiones mis blandas sienes

y otras me dejan victorioso sobre un prado

tengo la creencia de que soy un humano

con mi humanidad de humano estilo sapiens

pero no estoy seguro del todo

porque a menudo el amor está en todos los lugares

el amor

 

 

II

Jim y las puertas de la percepción

Jim y la oscura necesidad de amar

de recibir amor y sucumbir al grito

Jim y las personas y los desiertos

Jim y el blues juvenil de las tumbas

el de las danzas y el peyote azul

Jim y la lucha contra nuestros demonios

contra las ficticias fuerzas del mal

contra el universo fascinante y falso

Jim y la turbulencia de lo efímero

Jim reinando entre el dolor y el duelo

rey abstracto de lo concreto

rey apasionado de la muerte

Jim y el sexo y el cuero y los sueños

espejo de adolescentes sin héroes

Jim Morrison todos te adoramos

incluso quienes te pillamos el truco





Pero para poemas el que el extraordinario poeta Leo Zelada escribió al magnético Jim:

 

Balada oscura para Jim Morrison

Luna roja

y en la radio la precisa melodía

proyecta tus arpegios endiablados

viejo Jim Morrison.

Arqueas la cintura,

la sensualidad de tus labios

y entre filtros de peyote

y vasos de aguardiente

te diriges peligrosamente

hacia el fin,

—enciendes el cigarro,

alzas la copa de vino

y brindas por ti, por Blake

Artaud, tus oscuros fantasmas—

la mirada extraviada,

el seco gemido,

nadie entiende el descarnado alarido

que parte el cielo en pedazos.

La muerte traidora danzando

sobre tu cuerpo,

la soledad desnuda

en medio del escenario,

el baile indio,

el suicidio anunciado,

entregando en cada concierto

tu más rotunda agonía,

rey de los lagartos

 

 

This is the end… La siesta se prolonga en su cuarto diminuto y los pequeños altavoces de su portátil emiten el inconfundible sonido de la canción de The Doors. Escucha débilmente la música que aparece y desaparece al gusto de su somnolencia para mezclarse en el almidón de sus sueños breves, que vienen y van al compás de la voz de Jim y del zumbido del ventilador que refresca al ordenador. Las horas han dejado de ser minutos hace ya mucho y el sopor del descanso que es éxtasis sigue dueño de la situación en el dormitorio, en su despacho. Le llegan ahora las notas de otro tema, parece, le parece a él, de Andrew Bird, y el violín es sosiego y turbulencia al tiempo y los ojos hacen por abrirse paso con el permiso elástico de los párpados…



¿alguien sabe por qué el pianista de The Doors no ha podido venir todavía?

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