La Guerra Civil española fue algo realmente nauseabundo, y si lo acontecido al coronel Pérez García-Argüelles no fuera suficiente muestra de ese carácter de alcantarilla del conflicto, lo que le ocurrió al jurista Carrasco Formiguera no tiene nada que envidiar en cuanto a fatalidad de abismo. Sí, Al dirigente democristiano y nacionalista catalán Manuel Carrasco Formiguera también le mató la Guerra Civil.
El que fuera consejero de Sanidad y Beneficencia de la
Generalitat catalana y diputado a Cortes había logrado salvar vidas en la
Cataluña de comienzos de la guerra para obtener a cambio la inquina de
determinados sectores obreristas que veían en su bonhomía la maldad de los
intereses de clase (¡toma ya¡), lo que le llevó a dirigirse a lo que para
muchos estaba siendo un extraño oasis de buenas prácticas democráticas en medio
de la debacle social guerracivilesca, el País Vasco, la Euzkadi de los
nacionalistas vascos. Cuando regresaba por segunda vez a las tierras vascas,
concretamente a Vizcaya, como representante de la Generalitat ante el Gobierno vasco
de Aguirre, el mercante Galdames en el que viajaba sufrió los avatares
que conocemos. El 28 de agosto de 1937 era condenado en Burgos por el tan
traído y llevado, y tan irritante y mortuorio delito de "adhesión a la
rebelión", la gran paradoja sin gracia que los sublevados aplicaban a
quienes se negaron a rebelarse. Hasta el papa de Roma intervino para tratar de
evitar su ajusticiamiento, pero al General(ísimo) y Caudillo de la media España
que estaba ganando la guerra nada le ablandó en este caso, como de costumbre… Carrasco
Formiguera sería
fusilado el día 9 de abril del año 38.
La Guerra Civil acabó terminando por fin muchas
décadas después, y, en 2005, el Congreso de los Diputados anularía el consejo
de guerra donde se había dictado la pena de muerte de alguien con quien no se
tuvo la piedad que él mostró con tantos.
Este texto forma parte de la que podría
haber sido mi segunda novela, de haberse publicado la primera.
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