El imaginado pasado vivido

El pasado también fue esto. Una espléndida mañana y la luz del mundo. Hoy sigue el futuro limpio de nosotros, los días nos esperan. Seámosles dignos.

Érase una vez... Hace muchos, muchos años, la vida era algo ya destruido, algo acabado, pretérito, imposible. Una niña vivía cerca de un bosque y su abuela no. La loba que quiso comerse a la niña era una loba de ojos de luna. La abuela tenía que morirse tarde o temprano, y la niña no pudo llegar a tiempo. La loba se perdió en el bosque y la niña, a la que llamaban Caperucita Rota, jugó al fútbol la tarde en la que su abuela murió de pena y de vieja. Y colorín, colorado. De nada.

Hace pocos, pocos años… Mi hija María quizás no supiera quién es Nino Bravo. Eso se pudo arreglar. Yo le recuerdo casi todos los días de mi vida desde que uno de abril hace ya muchos años se muriera en un accidente de circulación. Jolín con la muerte. Hace años escribí lo que yo recordaba de los veranos en que cantaba con mis hermanos y mi padre sus canciones mientras mi tío nos viajaba por la Cantabria de mi juventud. ¿Te acuerdas María, qué noche más triste cuándo me dijiste que tú te marchabas?, atruena la voz muerta de Nino todavía hoy, ahora mismo, en mis oídos repletos de corazón. Todavía hoy. No ser uno mismo. Ser otra. Ser otro.

Hace mucho, mucho tiempo, en una galaxia muy, muy lejana de cuyo nombre no quiero ni puedo ni debo ni sé acordarme… Dudar de Dios. Ayunar al desayunar. Orar una oración de adoración nocturna, orarla ahora que no puedo ni imaginarme creyendo como un ojalá en ese Dios que pierde su mayúscula, ¡oh, dios! Ahora que es la hora de las almas en pena, la hora prendida de un poema de Valle-Inclán cantado por Cardalda como si los tiempos hubieran dejado de ser malos para la lírica y fueran pequeños golpes cómplices y bajos, deteriorados. Fin, fin, fin…

En la hora de la hora. Amén.