Y te llamaron Hispania

Detengámonos un momento en tu nombre, España. Los romanos bautizarán tu territorio con el nombre de Hispania al menos desde el año 200 a. C., pues así convirtieron en latín la Ispanya de sus enemigos de Cartago, pero entendiendo equivocadamente que los cartagineses querían decir con ello ‘Tierra de conejos’.


Y te llamaron Hispania, mucho antes de serlo, y a tus tierras la República de Roma las dividieron, antes de conseguir conquistar la Península por completo, en el siglo II a. C., en dos provincias, Citerior, con capital en Tarraco (hoy Tarragona), y Ulterior, con capital en la actual Córdoba (entonces Corduba). En el 27 a. C., el Imperio reorganizó Hispania creando las provincias de Lusitania y Bética, que es como desgajó lo que había sido la de Ulterior y denominó Tarraconense a la Hispania Citerior. A comienzos del siglo III, ya después de Cristo (a partir de ahora, lo que te cuento sobre ti ocurre d. C., es decir, después de Cristo), los romanos desgajaron de la Tarraconense la que habría de llamarse Gallaecia y ya en el siglo IV crearon también sacándola de la cada vez más pequeña Tarraconense la Cartaginense, que incluía las islas Baleares, las cuales, por su parte, a fines del siglo IV pasaron a ser una provincia propia, Balearica, centuria esta la IV en la que asimismo el norte de África pasó a ser parte de Hispania con el nombre de Mauritania Tingitana.

Cabría preguntarse, como en la hilarante película La vida de Brian, ¿qué hicieron por ti los romanos, España, por aquellos tiempos Hispania? Una buena respuesta no puede eludir la razón de que Roma viera en ti un decidido interés colonial, que no era otra que tus riquezas, sobre todo mineras, lo que se tradujo en, eso sí, y eso es lo que Roma hizo por ti, España avant la lettre, esparcir sobre tus tierras y tus habitantes su lengua y su cultura, es decir forjar por medio de aquel proceso de aculturación la llamada romanización, esencialmente plasmada en la expansión del latín y del Derecho romano, en la creación de una importante red de comunicaciones y en la erección de una notable cantidad de obras públicas. Algo fundamentalísimo, ya lo veremos, que también aportó Roma a aquellos hispanos tuyos fue el cristianismo, arraigado en el resto del Imperio desde el siglo II.

La crisis que el mundo romano vivió en el siglo III no pudo por menos que afectar a Hispania y se escenificó en un decaimiento del mundo urbano, así como en una apertura mayor de la zanja que separaba a los poderosos de los humildes. Es así que, en medio del lento desbarajuste imperial que daría en caída y en desaparición del mayor poder de Occidente, a comienzos del siglo V comenzará la entrada en la península Ibérica de los pueblos bárbaros, germánicos ellos, díganse vándalos, alanos y suevos, si bien sólo estos últimos se asentaron en tus tierras, en Galaecia para ser más exactos. Pocos años después, en el año 416, llegaron a la península Ibérica otros germanos, los visigodos, como una especie de policía imperial enviada por Roma para detener o expulsar a los (demás) bárbaros, aunque su establecimiento definitivo en Hispania no se produjo hasta el siglo VI, cuando ya hacía años que el Imperio romano de Occidente había dejado de existir.


Este texto pertenece a mi libro de 2017 publicado por Sílex ediciones: ¿Qué eres, España?

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